Dom 12.08.2007

EL MUNDO  › ESCENARIO

Me importa un Kioto

› Por Santiago O’Donnell

Sube el tema medio ambiente. Salió de San Isidro y Barrio Norte y la preocupación por los delfines y las ballenas y el contrabando de especies exóticas. Ahora involucra a millones de personas que cortan rutas en Gualeguaychú por una pastera, ayudan a voltear a un gobernador en La Rioja por una mina y promueven fallos de la Corte Suprema para limpiar el Riachuelo. Por eso resulta de interés ver cómo se maneja la cuestión en el gran escenario internacional, donde el tema también gana espacios importantes y donde la prioridad está puesta en frenar el cambio climático.

“Sabemos que las ganancias de la prosperidad global han sido disfrutadas en forma desproporcionada por la gente de los países industrializados, y que las consecuencias del cambio climático lo sienten de manera desproporcionada los pobres, que son los menos responsables por causarlo”, dijo el primer ministro británico, Gordon Brown, en su primer discurso en las Naciones Unidas la semana pasada. Brown mencionó la epidemia de malaria en el sur de Africa, la sequía en Chad, el hundimiento de las islas del Pacífico sur y la falta de agua potable en Asia y Africa como algunas de las catastróficas consecuencias de la falta de controles ambientales globales. Con ese sentido práctico que caracteriza a los ingleses remató: “Y porque ya tenemos que gastar seis mil millones de dólares anuales simplemente para responder a crisis humanitarias causadas por descuidar el medio ambiente, los estamos gastando para enfrentar las consecuencias del fracaso, recursos desviados para enfrentar las consecuencias a corto plazo del cambio climático, cuando lo que necesitamos es invertir para bajar la emisiones de carbón para garantizar un futuro exitoso.”

Bush también le da su importancia al asunto. En uno de sus últimos manotazos de ahogado acaba de anunciar una conferencia sobre cambio climático para el mes que viene, de la que participarán las naciones del más ricas del mundo agrupadas en el G-8, más ocho países de segundo nivel de importancia, incluyendo México y Brasil, pero no Argentina.

La historia que todo el mundo conoce sobre cambio climático, en pocas palabras, es más o menos así: para reducir el calentamiento global que produce el clima loco que afecta el planeta, los países más importantes firmaron algo que se llama el Protocolo de Kioto. Bush, en cambio, haciendo gala de su fama de cavernícola, se negó a firmarlo. El protocolo es muy complicado y muy difícil de cumplir. Sin apoyo de Estados Unidos, sus metas parecen inalcanzables.

Estados Unidos es el mayor contaminante de dióxido de carbono causado por la quema de combustibles fósiles, que según los científicos es responsable de empujar hacia arriba la temperatura global. En su Discurso del Estado de la Unión de este año, por primera vez Bush anunció un plan para combatir el calentamiento global. Bush no habló de reducir emisiones, sino de consumir menos gasolina. Fijó la meta de reducir el consumo de naftas en un 20 por ciento en los próximos 10 años a través del uso de biocombustibles y la fabricación de autos de bajo consumo. Los técnicos dicen que las medidas anunciadas no bastan para alcanzar las metas fijadas y los economistas advierten que la producción de 35.000 millones de barriles de combustibles alternativos para alimentar la economía estadounidense que propuso Bush provocaría una crisis mundial en la producción de alimentos.

El Protocolo de Kioto fue ratificado por 169 países, incluyendo Argentina. Australia es, junto con Estados Unidos, el otro país que se ha negado a firmarlo. Los signatarios acordaron reducir a nivel mundial los gases que producen el efecto invernadero entre un 5 y un 7 por ciento de los niveles de 1990 antes del 2012.

Pero el tratado contiene cláusulas que la derecha norteamericana resiste. Por ejemplo, sólo los 30 países más ricos están comprometidos con las metas del protocolo, y los dos grandes centros de la población mundial, China e India, quedaron eximidos.

El ex vicepresidente Al Gore fue uno de los negociadores del protocolo, que se aprobó en 1997, pero aunque el entonces presidente Bill Clinton lo firmó, el Senado hizo saber que no lo ratificaría y por eso Clinton ni siquiera lo mandó al Congreso. Su sucesor, George W. Bush, directamente se retiró del protocolo. Esta fue su explicación: “Nosotros producimos casi el 20 por ciento de los gases que producen el efecto invernadero. También somos responsables por un cuarto de la producción económica mundial. Reconocemos nuestra responsabilidad en la reducción de emisiones. También reconocemos la otra parte de la historia: que el resto del mundo emite el 80 por ciento de los gases que producen el efecto invernadero. Y muchas de esas emisiones provienen de países en vías de desarrollo... El segundo emisor de gases es China, pero China está exceptuado de las metas de Kioto. El protocolo tampoco se ocupa de dos grandes contaminantes como son el hollín y el ozono. Reducirlos no sólo impactaría el cambio climático sino que mejoraría dramáticamente la salud de la gente. Kioto no es realista. Muchos países no pueden cumplir sus metas. Las metas son arbitrarias y no están basadas en la ciencia. En Estados Unidos su cumplimiento tendría un impacto negativo en la economía, con subas de precios y despidos de trabajadores.” O sea, no sirve porque no alcanza, entonces sigamos como hasta ahora, haciendo buenos negocios. Típico Bush.

Según el Departamento de Energía norteamericano, para alcanzar las metas de Kioto Estados Unidos tendría que reducir en un 77 por ciento su producción de carbón, en un 13 por ciento su consumo de gasolina, estirar la vida útil de sus plantas nucleares y producir biocombustibles en cantidades masivas. Eso es algo que Bush, a diferencia de su predecesor, no está dispuesto a hacer. Según la Agencia de Protección Ambiental estadounidense, las emisiones crecieron un 16 por ciento entre 1990 y el 2005. La Casa Blanca argumenta que bastante hace: en el mismo período la economía creció un 55 por ciento.

Mientras tanto los demás países también hacen lo que quieren, o lo que pueden, pero algo hacen. Según el diario Globe and Mail de Toronto, Canadá estabilizó sus emisiones, pero el año pasado quedó un 32 por ciento por encima de las metas de Kioto. En Europa las cosas marchan mejor, pero es difícil medir el progreso y ningún país tiene asegurado el cumplimiento de las metas. Según la Comisión Europea, el compromiso de reducir las emisiones un cinco por ciento en todo el mundo se alcanzaría con una reducción del ocho por ciento en Suiza y en la Unión Europea y en los países de Europa central y del este. A esto se debería sumar un siete por ciento de Estados Unidos y un seis por ciento de Canadá, Polonia, Japón y Hungría. Rusia, Ucrania y Nueva Zelanda deberían estabilizar sus emisiones. Noruega puede aumentar sus emisiones hasta un uno por ciento, Australia ocho por ciento e Islandia 10 por ciento.

Para algunos países la meta es más fácil de alcanzar. Al Tomkins, del Poynter Institute, la organización no gubernamental de periodismo más reconocida de Estados Unidos, cita el ejemplo de Gran Bretaña. Señala que ese país se encuentra en pleno proceso de reconvertir su economía del petróleo al gas natural, y que acaba de descubrir un inmenso reservorio de gas en el Mar del Norte. No es casualidad que Brown sea uno de los principales impulsores de Kioto.

La Argentina también es parte de la movida ambientalista que hace furor en los foros internacionales. A fines del siglo pasado adhirió a los llamados Objetivos del Milenio para combatir la pobreza, la crisis sanitaria y los problemas ambientales en el mundo antes del 2015. El último informe argentino sobre estos objetivos, que data del 2005, fue firmado por la entonces ministra de Desarrollo Social, Alicia Kirchner. En su capítulo ambiental destaca que la Argentina tiene bajos niveles de emisiones de carbón, aunque no dice que esto se debe a una baja producción industrial en relación con los países más contaminantes, y no a una deliberada política estatal. También identifica como problemas prioritarios la falta de agua potable en partes del país y la incipiente desforestación, y se propone metas para paliar esos problemas. Todo suma.

Mientras tanto, el objetivo de los europeos es que Estados Unidos se adhiera al protocolo y extender Kioto más allá de su vencimiento, en el 2012.

Según una fuente diplomática europea basada en la Argentina que sigue el tema de cerca, Europa va a ir a la conferencia de Bush a escuchar, pero sin hacerse demasiadas ilusiones. “Está completamente por afuera de todo lo que se está trabajando en el tema, es algo como descolgado, pero cualquier iniciativa que comprometa a Estados Unidos con el problema del cambio climático es bienvenida y queremos ser parte de ella”, señaló. Las esperanzas de los ambientalistas más bien están puestas en la cumbre de Bali a fin de año, donde se verá cuánto avanzó cada país en las metas de Kioto.

Así, las potencias buscan instalar una agenda que las aleje de las guerras de Medio Oriente por el petróleo, cuyas emisiones dicen querer reducir por el bien de los pobres del mundo. Entonces en las cumbres hablan de calentamiento global. Y de erradicar el sida de Africa. Y de perdonarles la deuda externa a los países pobres. Y de combatir el hambre, la falta de agua y la desforestación en el Tercer Mundo. Son todos objetivos nobles y ojalá puedan hacer algo. También estaría bueno que maten menos gente por el petróleo, el gas o el carbón. Pero de eso no dicen nada de nada.

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