Su documental Sicko muestra cómo los rescatistas del 9-11 no consiguen los medicamentos que necesitan y elogia los sistemas de salud en Cuba y Gran Bretaña.
› Por María Laura Carpineta
Michael Moore está obsesionado con tirar abajo todos los mitos sobre Estados Unidos. Más de una vez se ha escuchado decir que el gobierno y las empresas estadounidenses hacen para afuera lo que no pueden hacer hacia adentro. Sicko, su nuevo documental sobre el sistema médico norteamericano, demuestra con golpes bajos, ironías y cifras impactantes que la privatización de los servicios esenciales y el laissez faire del Estado no fueron sólo consejos para los países subdesarrollados de América latina.
Como en sus anteriores documentales, el mensaje es muy simple y muy claro. “El país más rico del mundo ocupa el puesto número 37 en el ranking de la Organización Mundial de la Salud”, relata en off Moore en el comienzo de la película. Para demostrarlo, el documentalista y archienemigo de George Bush compara el modelo norteamericano con el británico y el cubano, dos sistemas que aunque vienen de países muy diferentes son llamativamente parecidos. Para ese experimento Moore eligió un grupo de verdaderos héroes. Durante gran parte de la película lo acompañan rescatistas voluntarios que ayudaron a las víctimas del 11-S en la Zona Cero. Son ciudadanos comunes y sin grandes ingresos, que seis años después cruzaron la ciudad e incluso el río para ayudar y enfrentarse al peor acto terrorista en suelo norteamericano. Ahora, relata Moore, deben encarar una nueva batalla. El enemigo, claro, ya no es Osama Bin Laden, sino las empresas prestadoras de salud.
El problema de estas personas, al igual que de 250 millones de estadounidenses, no es que no tienen cobertura médica, sino que su seguro no siempre cubre los tratamientos y los medicamentos que necesitan. Por eso, y luego de golpear sin éxito las puertas de las empresas prestadoras, Moore decide probar con otros modelos más benévolos. ¿Qué mejor lugar que La Habana, la representación del mal para la mayoría de los estadounidenses, para golpear en el corazón patriota del gobierno de Bush, que ahora lo investiga por violar el embargo a Cuba? Moore presenta una Cuba moderna, amable y civilizada. El trato es a tal punto distinto al de Nueva York que los rescatistas no pueden evitar sus lágrimas cuando los médicos cubanos les dicen que no tendrán que pagar por los mismos exámenes y operaciones que en su país cuestan entre siete mil y 15 mil dólares.
Más allá de la credibilidad y la espontaneidad o no de esas imágenes, hay algunos datos que no dejan lugar a las dudas. Cuba, un país incomparablemente más pobre que Estados Unidos, tiene una menor tasa de mortalidad infantil y una mayor expectativa de vida. Además, y como destaca Moore en su película, los precios de los medicamentos son increíblemente más bajos. Una de las rescatistas logró comprar en la isla por sólo cinco centavos un remedio para problemas respiratorios que en su país paga 120 dólares. Y la brecha no se da sólo con Cuba. Según un informe de la organización RAND, un instituto de investigación de California, los medicamentos recetados en Estados Unidos cuestan hasta un 50 por ciento más que en Europa.
En Londres, la otra parte del grupo también recibe un tratamiento completo sin pagar ni un dólar ni un euro. Con el dramatismo que lo caracteriza, el documentalista empieza a recorrer frenéticamente el hospital británico intentando encontrar una explicación. “¿Cuánto pagó por dar a luz a ese bebé?”, le pregunta a una pareja, que con una sonrisa explica a la cámara que en el Reino Unido todo el servicio de salud es gratuito. Según un estudio de la Universidad de Columbia realizado en 2003, en el Reino Unido –al igual que en Francia, Alemania y Canadá, otros tres países ricos con sistemas de cobertura universal– el gasto nacional en salud es mucho menor que en Estados Unidos. En gran medida porque los médicos cobran menos y se privilegia la atención masiva a los servicios que requieren mucha especialización y alta tecnología. Estados Unidos, en cambio, es reconocido mundialmente por estos últimos.
La otra gran diferencia está en los cheques de los profesionales de la salud. Según el diario New York Times, los médicos estadounidenses ganan entre dos y tres veces más que sus colegas británicos. Siguiendo el argumento de Moore, el matutino sostiene que la mayoría de los especialistas en esa área aseguran que lo que impide universalizar la cobertura son los altos sueldos de los médicos y la forma en que son recompensados. Y ahí entra nuevamente la comparación con Londres. “Cuantos más pacientes se curan, más cobramos. Por ejemplo si logramos que los pacientes dejen de fumar, recibimos un plus”, explicó un joven médico británico durante la visita de Moore.
En Estados Unidos, los criterios son un poco diferentes. Linda Pinto, una ex empleada de una de las principales empresas prestadoras de salud, declaró recientemente ante el Congreso y recordó cómo la empresa ascendía y duplicaba el sueldo de quienes ayudaban a rechazar los tratamientos, las operaciones y las drogas a los clientes, aun cuando esto significaba su muerte. “Se me dijo que no negaba un tratamiento, estaba negando solamente su pago”, aseguró. Arrepentida, Pinto contó ante la cámara de Moore que las empresas de seguro estadounidenses también tienen un sistema de recompensas para los médicos. “Los que más rechazos firman obtienen un bono a fin de año”, le dijo a Moore. Fiel a su estilo, más claro imposible.
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