EL MUNDO › EN EL DIA DEL GOLPE, BACHELET CERRO LA MONEDA
Las medidas de seguridad del gobierno chileno para prevenir disturbios en el aniversario del golpe del ’73 causaron la indignación de los partidos de izquierda y grupos de DD.HH.
› Por Christian Palma
desde Santiago
“Colocado en el tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo, y les digo que tengan la certeza de que la semilla que entregamos a la conciencia de miles de chilenos, no podrá ser cegada definitivamente. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pasará el hombre libre para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile, viva el pueblo, vivan los trabajadores!” Presidente Salvador Allende, antes de morir el 11 de septiembre de 1973. Los más viejos dirán que en dictadura la represión de los Carabineros sí que era dura. Sin embargo, para muchos otros, que hoy bordean los 30 años, el cerco policial que el Ministerio del Interior levantó para “proteger” La Moneda de posibles atentados –al conmemorarse ayer un nuevo aniversario del 11 de septiembre–, superó todos los recuerdos por más añosos que fueran. No sólo las inéditas rejas sorprendieron a quienes trataron de llegar al monumento erigido a un costado de la casa presidencial chilena en honor al ex presidente socialista Salvador Allende, muerto hace 34 años cuando Pinochet tomó el poder a balas y bombas. También metió susto la gran cantidad de uniformados vestidos para la ocasión: botas, cascos, palos, algunos montados arriba de caballos con una cara indescriptible, lejana, casi de otra época.
El escenario exasperó a los manifestantes. Es que la decisión de la intendencia metropolitana de permitir marchar por un costado de La Moneda a sólo doce organizaciones sociales y partidos políticos para rendir homenaje al extinto mandatario levantó aún más humo que las bombas lacrimógenas que tampoco quisieron perderse este nuevo 11.
El gobierno de Bachelet inauguraba así una nueva política que divide aún más a los que, de la mano, derrocaron la dictadura hace unos años. En Chile, el debate de cómo enfrentar las manifestaciones callejeras, que han proliferado y bastante, y el aniversario del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, reveló nuevamente las dos almas de la Concertación: los cautos y precavidos por un lado, y los que se manifiestan en rechazo de cualquier acto considerado atentatorio a la democracia, por el otro. Las medidas de seguridad buscaban evitar hechos mediáticos negativos como la bomba molotov lanzada contra un ventanal de La Moneda el año pasado.
Así las cosas, no pocos criticaron la decisión, incluso los que, con vergüenza, tuvieron que aceptar la prohibición de ir a dejarle una flor al “compañero Presidente”.
Con todo, la directiva del Partido Por la Democracia (que fundara Ricardo Lagos) fue la primera que cruzó la doble barrera. Avanzó unos metros y se detuvo en la mítica puerta de la calle Morandé 80, por donde entraban hasta antes del 11 de septiembre de 1973 los presidentes de Chile, y también por donde salió muerto Allende. Tras un sencillo homenaje, la comitiva finalizó su periplo en el monumento de Allende en la Plaza de la Constitución.
Así, uno a uno, los manifestantes –con permiso– repitieron el ritual. Hasta que llegó la numerosa delegación del Partido Comunista, que se resistió al control policial, rompió el cerco y permitió que avanzara una columna de 300 personas que entonó “El Pueblo Unido”, el “Venceremos” y “La Internacional”. Luego se sumaron militantes de la Izquierda Cristiana.
Si bien éste fue el primer 11 sin Pinochet, su figura igual sirvió para entonar los viejos cantos en su contra: “el que no salta es Pinochet...”, consigna que de a poco cambió por “el que no salta es Bachelet”.
La situación siguió descontrolándose luego de que el propio presidente del Partido Socialista, el senador Camilo Escalona, se viera envuelto en un confuso altercado. Agrupaciones de la izquierda extraparlamentaria –PC incluido– se enfrentaron con los representantes del PS. El grito de “¡Michelle aprende! ¡La dignidad de Allende!”, caldeó los ánimos y la participación de Escalona terminó a las piñas. Efectivos policiales a caballo contuvieron a los acalorados.
Minutos más tarde, llegó al lugar la Asamblea Nacional por los Derechos Humanos, que reúne a diversas agrupaciones relacionadas. La comitiva, también numerosa, no sólo se destacó por su entusiasmo, sino también por el anuncio de una querella contra el ministro del Interior, Belisario Velasco, tras los presuntos abusos sexuales, detenciones ilegales y apremios ilegítimos que sufrieron algunos manifestantes el pasado domingo durante una marcha en la víspera del 11 de septiembre. El abogado de derechos humanos, Hugo Gutiérrez, acusó a Velasco de ser autor intelectual de una “militarización de Santiago”. Además, dijo, pedirán que Chile no sea admitido en la Comisión de Derechos humanos en la ONU.
El coro “Velasco tiene dos caminos, renunciar ahora o ser un asesino”, se sintió con más fuerza ya cerca de las dos de la tarde. A esa misma hora, 34 años antes, y tal vez pensando en que “las grandes alamedas se abrirían”, Allende dejaba de existir dentro de La Moneda que ardía tras un ataque fratricida de la fuerza aérea de Chile.
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