Según el Comandante, oficiales cubanos dieron información a agentes norteamericanos que permitieron desbaratar un plan de atentado contra el entonces presidente de EE.UU.
› Por Mauricio Vicent *
desde La Habana
El espionaje cubano salvó la vida en 1984 al ex presidente norteamericano Ronald Reagan, al alertar a los servicios de seguridad de Estados Unidos de la preparación de un atentado contra el mandatario por un grupo extremista de Carolina del Norte, tres años después de ser herido de bala. La revelación es parte de la última “reflexión” del convaleciente Fidel Castro, que da detalles de los contactos sostenidos e informaciones suministradas por oficiales cubanos a agentes norteamericanos en el verano de ese año y que, según asegura, permitieron “operar contra el grupo de involucrados” y desbaratar el plan de magnicidio.
En el último artículo publicado en la prensa oficial cubana, con motivo del sexto aniversario de los atentados del 11 de septiembre, Castro da cuenta de las reuniones sostenidas por sus agentes en EE.UU. con el entonces jefe de seguridad de la misión norteamericana ante la ONU, Robert C. Muller, así como de otros encuentros con oficiales de inteligencia norteamericanos. “El atentado se produciría en fecha muy próxima, cuando Reagan visitara Carolina del Norte como parte de la campaña para reelegirse en el cargo”, asegura Castro en su “reflexión”, al descubrir por primera vez otro inédito capítulo de colaboración secreta entre ambos países.
Según el mandatario cubano, la información brindada a las autoridades estadounidenses “estaba completa; daba nombres de los implicados en el plan; día, hora y lugar donde sería el magnicidio; tipo de armamento que poseían los terroristas y dónde guardaban las armas; además de todo eso, el centro de reunión de los elementos que estaban planificando la acción y un breve relato de lo que habían conversado en dicha reunión”. Como siempre, Castro es meticuloso con los detalles y hasta da la dirección de donde se produjeron los contactos: “La entrega de la información se realizó en un encuentro con Muller en un edificio situado en la calle 37 y la Tercera Avenida, a dos cuadras del edificio de la misión cubana”.
Según el líder comunista, no hubo una sola reunión, sino varias, y con diferentes agentes, y a los pocos días de producirse la colaboración el FBI detuvo “a un grupo de personas en Carolina del Norte” a las que se les hicieron varias acusaciones, “ninguna de ellas –como es de suponer– relacionadas con un atentado al presidente Reagan, quien viajó a dicho estado poco después como parte de la campaña por la reelección al cargo de presidente”.
Castro afirma que, tras producirse las detenciones, Muller invitó a almorzar al funcionario cubano que le había servido de interlocutor. “Lo primero que hizo fue pedir que se trasladara al gobierno de Cuba el agradecimiento del gobierno de Estados Unidos por la información brindada, y confirmó que habían operado contra el grupo de involucrados. ¡Un luchador antiterrorista cubano salvó la vida de un presidente de Estados Unidos!”
Todo esto y más lo cuenta Castro para poner de manifiesto las diferencias entre la actitud del “imperio” y la revolución. El imperio, que planificó decenas de atentados contra su propia vida, incluyendo un plan en los ’60 para deslizarle un cigarro cargado con explosivos y hasta ideó un complot para humillarlo a través del uso de una loción que le haría perder su característica barba. Y la revolución, con su altruismo, que “salvó la vida” al presidente de una de las administraciones norteamericanas más hostiles hacia Cuba.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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