EL MUNDO › LA AGENCIA DE SEGURIDAD SE MUEVE COMO UN EJERCITO PRIVADO SIN CONTROL
A pesar de una seguidilla de escándalos que la tiene como protagonista, la agencia de seguridad continúa operando en Irak como si nada. Con una libertad absoluta para operar por fuera de la ley iraquí, sus operarios se han involucrado en asesinatos y el contrabando de armamento a la guerrilla kurda.
› Por María Laura Carpineta
En Irak hay dos guerras. Una la pelean las fuerzas armadas estadounidenses y sus pares de los países aliados ante la mirada y las críticas de todo el mundo. La otra, menos visible, es la de las empresas de seguridad privada, quienes oficiando de guardaespaldas de los diplomáticos y contratistas extranjeros quedan por fuera de la ley iraquí e, incluso en algunos casos, del control de los propios militares norteamericanos. Ese nuevo tipo de laissez faire permitió que operarios de la firma norteamericana Blackwater asesinaran a once civiles el domingo pasado y que la empresa volviera a trabajar cinco días después. También permitió que, según denunció ayer la prensa estadounidense, contrabandeara armas pesadas a Irak, que posiblemente terminaron en manos de organizaciones catalogadas como terroristas por la Casa Blanca.
El quiebre entre el gobierno iraquí de Nouri al Maliki y la empresa de seguridad norteamericana Blackwater levantó el velo sobre el rol de la compañía en la guerra. Sorprendiendo a la propia Casa Blanca, que intentó no comentar durante toda la semana, Bagdad repudió públicamente la matanza de once civiles iraquíes, que según la empresa, quedaron en medio del fuego cruzado entre sus guardias y un grupo armado, al que nadie todavía pudo confirmar. Al Maliki decidió denunciar a la empresa y suspender su licencia para trabajar en el país –aunque legalmente no la necesita–. Pero a pesar de la firmeza que mostró el premier iraquí, el viernes los guardias de Blackwater –que se parecen más a militares que a los tradicionales guardaespaldas de traje y anteojos negros– volvieron a aparecer en el lobby y los pasillos de la embajada norteamericana en la Zona Verde.
Un asesor de Al Maliki le confió al diario The New York Times que es imposible reemplazar a Blackwater, ya que se encarga de la seguridad personal de prácticamente todos los diplomáticos y funcionarios civiles estadounidenses. “La realidad del caso es que no podemos hacerlo”, reconoció Bassam Ridha. No es que posean un ejército gigante. De los 30 mil mercenarios que se estima que trabajan actualmente en Irak, sólo unos mil corresponden a la empresa originaria de Carolina del Norte. Sin embargo, es sin dudas la favorita del Departamento de Estado.
Desde el comienzo de la guerra, en marzo de 2003, ha obtenido 678 millones de dólares en contratos de esa cartera. Gracias a un decreto firmado en los primeros días del virrey norteamericano Paul Bremer, ninguna de las tres empresas de seguridad estadounidenses que operan en Irak están sujetas a las leyes del país. Blackwater fue aún más privilegiada y quedó afuera de los recientes débiles intentos por normar su trabajo. Es la única que no debe dar explicaciones o reportar su arsenal al comando militar norteamericano, ni necesita tramitar una licencia ante el gobierno iraquí. En otras palabras, no responde a nadie más que a su empleador, el Departamento de Estado.
Según una investigación federal de la oficina de la Fiscalía de Carolina del Norte, la empresa habría aprovechado esa libertad para traficar armas a Irak. El Pentágono comenzó a sospechar en julio pasado, cuando el gobierno turco incautó un pequeño arsenal del Partido Laborista del Kurdistán, un grupo separatista responsable de centenares de atentados en la zona fronteriza entre Turquía e Irak. Las armas tenían el distintivo sello “Made in USA”. Todavía no han podido determinar si provenían del arsenal de Blackwater. Sin embargo, las casualidades se siguen amontonando. Mientras el FBI y el Pentágono investigaban el caso, dos empleados de Blackwater se declaraban culpables de posesión de armas robadas ante un tribunal de Carolina del Norte, versión que compartió la empresa. Sin embargo, más tarde se supo que llegaron a un acuerdo con la Fiscalía, consiguiendo sentencias reducidas a cambio de testificar en futuros juicios. Ayer el diario local The News & Observer aseguraba que dos eran los testigos principales en la investigación contra Blackwater. Aprovechando que la prensa estadounidense comenzó a ventilar los trapitos sucios de la empresa de seguridad, el gobierno iraquí decidió redoblar la apuesta. El vocero del Ministerio del Interior, el general Abdul-Karim Khalaf, informó ayer que ampliarán la investigación de la matanza del domingo pasado a otros incidentes poco claros protagonizados por guardias de Blackwater. Por ahora, se incluyeron seis episodios, donde murieron al menos diez iraquíes. En uno de los casos, sostuvo Khalaf, existe un video en el que se ve cómo los norteamericanos asesinaban a tiros a tres guardias iraquíes que custodiaban el edificio del canal de televisión estatal Iraqiya. Esto fue en febrero pasado. Sin embargo, pasa desde mucho antes. Ya en 2005, el entonces comandante de la Tercera División de Infantería norteamericana, el brigadier general Karl Horst, le advertía al Washington Post sobre los excesos de los guardias privados. “Estos tipos andan sueltos por el país haciendo cosas estúpidas. No hay ninguna autoridad sobre ellos”, había señalado.
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