Jue 27.09.2007

EL MUNDO

La represión en Birmania ya provocó ocho muertes

La junta militar decidió usar la fuerza para sofocar las manifestaciones opositoras. Al menos ocho personas murieron, entre civiles y monjes budistas. Las protestas, que son pacíficas, llevan nueve días.

› Por Andrew Buncombe y
Peter Popham *

Cerca de la pagoda Shwedagon, el brillante monumento dorado en el centro de la capital birmana, Rangún, que ha sido el foco de la protesta durante nueve días, por lo menos diez monjes fueron golpeados por la policía mientras miles desafiaban una vez más a las autoridades y trataban de entrar en el santuario sagrado. Luego, la policía les lanzó gas lacrimógeno y miles de hombres con túnicas color azafrán fueron arrestados y sacados de ahí. Desde ese momento las cosas sólo empeoraron. Hasta anoche, ocho monjes y civiles habían muerto, mientras el régimen militar recurría a la violencia para sofocar el creciente malestar hacia su gobierno.

Fuentes del hospital y del monasterio afirmaban que tres monjes y un civil habían muerto, mientras que los medios birmanos que operan fuera del país decían que el número de muertos era mucho mayor. Se decía que hasta 300 monjes y otros tantos manifestantes habían sido arrestados antes de que la policía impusiera nuevamente el toque de queda y las calles de Rangún quedaran limpias. Hubo una amplia condena a la violencia anoche y el enviado de las Naciones Unidas a Burma, Ibrahim Gambari, estaba partiendo para la región mientras miembros del Consejo de Seguridad se reunían.

Los líderes de la Unión Europea apoyaron un pedido de Gordon Brown para que endurecieran sus sanciones sobre Burma. Ese paso probablemente resulte en un freno sobre las inversiones y posiblemente una prohibición total. El primer ministro dijo: “Todo el mundo está observando a Burma ahora y se acabó la era de la impunidad para cualquiera en ese régimen que cometa crímenes contra individuos o el pueblo de Burma”.

A pesar de los pedidos de contención, la violencia de ayer parecía mucho más atroz. Durante la noche las autoridades habían arrestado a activistas claves para la democracia, entre ellos un actor burmano llamado Zaganar y U Win Naing, un veterano miembro de la oposición. Había más desafío y determinación mientras los 100.000 manifestantes marcharon el noveno día sucesivo. En Mandalay, por lo menos 10.000 personas marcharon e informes de la ciudad de Stiwe también sugerían que otras 10.000 salieron a manifestarse. A las dos y media de la tarde los monjes estaban marchando hacia la pagoda Sule, en el centro de Rangún, cantando canciones nacionalistas y gritando: “La gente no debe ser asesinada”. Entonces otro protagonista de esta historia mostró su rostro. Se escucharon disparos en varias partes de la ciudad cuando las fuerzas de seguridad tiraron, y aparentemente no fue por encima de las cabezas de los manifestantes.

Los paralelos con los hechos que culminaron en la masacre de 1988 eran absolutos. Entonces, las protestas comenzaron en septiembre de 1987, hasta que una manifestación en marzo de 1988 provocó una reacción feroz en la que los tanques salieron a las calles y unos 100 civiles murieron. Se llamó entonces a una enorme manifestación el 8 de agosto de 1988, pero el ejército mató a unos 3000 de esos rebeldes. Burma vivía a la sombra de esta masacre. Aun si ocho murieron, son pocos para la junta que se llama a sí misma el Consejo de Paz y Desarrollo del Estado: en 1988 se cobró la vida de unos 10.000 manifestantes. Pero esta rebelión recién comienza.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

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