EL MUNDO › LA SEGUNDA VUELTA DE LA HIJA PRODIGA TRAJO UN BAÑO DE SANGRE A PAKISTAN
La imagen de la candidata en las elecciones de diciembre subió en las encuestas después de que sobreviviera a un atentado en el que murieron más de 130 personas y reafirmara su voluntad de quedarse en el país y participar en el proceso electoral. Atrás quedaron las acusaciones de corrupción de su pasado gobierno.
Benazir Bhutto está más fuerte que nunca en Pakistán. Su trágica vuelta al país después de ocho años de exilio ha reforzado su imagen de luchadora incansable y defensora de la democracia. En un país cansado de los golpes de Estado y de la política de las armas, el atentado del jueves y sus casi 140 muertos la han convertido en un símbolo para los que abogan por el cambio, aun cuando no comulgan con sus ideas y sus alianzas con las potencias occidentales. Sus asesores, conscientes de este clima, ya están preparando una campaña de impacto, que podría iniciarse con una peregrinación masiva a la tumba de su padre, el ex primer ministro Zulfiqar Ali Bhutto.
Aunque lo quisiese, Bhutto no puede evitar escapar a la imagen de víctima. No hay ningún paquistaní que no conozca la historia y las tragedias que sufrió su familia. Su padre fue el popular primer ministro que convirtió al país en la única potencia atómica del mundo musulmán, un estatus que todos sus sucesores han elevado al nivel de orgullo nacional. Sin embargo, Zulfiqar Ali Bhutto tuvo un final amargo. En 1977 fue derrocado por un general disidente y ejecutado públicamente dos años después. Sus hermanos no tuvieron mejor suerte. Uno murió envenenado en Francia en 1985, y otro fue asesinado de un disparo en 1996 en Karachi, según ella, por grupos vinculados a los servicios de inteligencia nacionales.
La actual candidata a dirigir el próximo gobierno paquistaní también tuvo sus momentos difíciles. Después del golpe contra su padre, el régimen militar la detuvo y mantuvo en prisión durante siete años, hasta que le concedieron un salvoconducto para exiliarse en Gran Bretaña. Allí comenzó su militancia política, ocupando el lugar que había dejado su padre en la cúpula del Partido del Pueblo Paquistaní (PPP). En una situación que algunos analistas comparan con la actual, Bhutto volvió al país en 1986 para preparar su campaña electoral. Dos años después, lograba lo que ninguna mujer había hecho antes en Pakistán o en un país musulmán. Asumía como primera ministra.
La alegría duraría poco ya que su gobierno cayó a los dos años, agobiado por las acusaciones de corrupción. La historia se repitió tres años después. Esta vez duró un poco más en el poder, hasta que las denuncias volvieron a erosionar sus apoyos. Mientras ella volvía a caer, su esposo era detenido y condenado a ocho años de cárcel por cargos de corrupción. Por miedo a sufrir la misma suerte, Bhutto dejó el país en 1999, justo cuando el general Pervez Musharraf terminaba con otro gobierno democrático.
Ayer casi nadie recordaba las denuncias de corrupción. “Creo que las perspectivas de cambio en la política paquistaní han crecido drásticamente con la bienvenida que recibió Bhutto”, aseguró el analista político Nasim Zehra al diario británico The Independent. Según explicó, además de la simpatía que creó la masacre de sus seguidores, muchos paquistaníes quedaron sorprendidos por la masiva y alegre recepción que tuvo la ex premier en el aeropuerto de Karachi el jueves por la mañana. “Mucha gente que era crítica de su participación en el acuerdo, impulsado por Estados Unidos, que borró todos los cargos de corrupción en su contra, quedó impactada por el masivo apoyo que recibió en las calles de Karachi”, agregó el analista.
Para Zehra, la imagen de Bhutto saliendo a hablar el mismo jueves a la noche, prometiendo continuar con su lucha por la democracia ha conseguido sumarle el apoyo de todos aquellos que quieren terminar con décadas de violencia. “El atentado les demostró a las personas, de todos los sectores de la sociedad, que la amenaza del terrorismo es algo real y que amenaza al espacio público paquistaní”, sostuvo.
El terrorismo, sin embargo, ha sido un tema de preocupación para la mayoría de los paquistaníes desde hace varios meses. Ayer una bomba estalló en un mercado de la provincia de Baluchistán, en el suroeste del país. Siete personas murieron y al menos quince tuvieron que ser trasladadas al hospital, según la policía. Este tipo de ataques se ha repetido sistemáticamente desde mediados de julio, cuando los extremistas islámicos le declararon la guerra al gobierno de Musharraf desde la Mezquita Roja en Islamabad. Cientos de líderes religiosos y sus alumnos se atrincheraron en la madraza en demanda de la instalación de la ley sharia en todo el país. Después de varios días de inacción, el general Musharraf decidió lanzar toda la fuerza del ejército contra los islámicos. El saldo fueron cientos de muertos, el cierre de la mezquita y el inicio de una serie de atentados. Ayer, según cifras oficiales, el número de víctimas ya había ascendido a más de 400.
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