Jue 29.08.2002

EL MUNDO  › OPINION

Qué pasó con la guerra

› Por Claudio Uriarte

Osama bin Laden no ha sido atrapado, y el molá Omar también sigue libre. ¿Eso significa que la guerra de Estados Unidos en Afganistán ha fracasado? En absoluto. El objetivo primario de la operación era quitar su base de operaciones a Al-Qaida y sus aliados talibanes, y en ese sentido sólo se puede hablar de un éxito: las redes del terror ya no están en Afganistán; Al-Qaida se quedó sin su comando, su central, su santuario principal, sus depósitos de armas, bases de entrenamiento, logística y comunicaciones, y una prueba es que en casi un año ha sido incapaz de montar una contrarréplica del alcance de su fama. Pero la operación no ha sido un éxito completo, en parte porque el dispositivo de fuerzas no era suficiente para lograrlo, y en parte porque Al-Qaida es una organización que trasciende a Afganistán, y constituye una especie de subcontratista tercerizado cuyas fuentes están en lugares tan diversos como Irán, Arabia Saudita o Egipto.
La captura de Bin Laden y/o de Omar distaban de ser objetivos puramente propagandísticos, pero no eran terriblemente probables, en la medida que los jefes de la operación probablemente se suicidarían antes de caer en manos enemigas. Pero esa dificultad para capturar a los jefes se extendió también a buena parte de sus bases, y no porque éstas también fueran a cometer suicidios en masa. Durante la batalla de Tora Bora, en diciembre, Estados Unidos bombardeó a saturación las montañas del oeste de Afganistán, en cuyo laberinto de cavernas internas se habían concentrado los ejércitos de Bin Laden y tal vez Bin Laden mismo. Como durante el resto de la campaña, Estados Unidos empleó a las fuerzas afganas antitalibanas de la Alianza del Norte a modo de tropas terrestres, ayudadas por fuerzas especiales norteamericanas. El resultado fue que las cavernas quedaron vacías, pero los cadáveres nunca se encontraron. Teniendo en cuenta que la estimación de fuerzas de Al-Qaida en la zona era de 800-1000 hombres, es evidente que la mayoría de ellos encontró refugio en las zonas sin ley del oeste de Pakistán, un Estado que es algo así como un Eximbank del terrorismo y el antiterrorismo; que otros militantes pueden haber huido a Irán –quizás el principal patrocinante del terror– y aún otros a la rebelde provincia musulmana china de Xianjiang, adonde en un momento se pensó que Bin Laden pudo haber escapado a caballo. La fuga de Al-Qaida fue posible en gran parte por la reluctancia de Estados Unidos a comprometer tropas de tierra; lo que falta saber es qué harán ahora frente a Pakistán.

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