EL MUNDO › CAYO PRESA LA MATA HARI DE LAS FARC EN COLOMBIA
Las mujeres guerrilleras penetran las estructuras del ejército colombiano usando armas milenarias. Se acercan, espían y cuentan todo. En tanto, todo un país se pregunta: ¿dónde está mi Marilú?
La mejores armas de las FARC son las mujeres. Así lo demostró Marilú Ramírez, una guerrillera de unos 40 años, mirada dulce y curvas sensuales que logró seducir a algunos de los generales más influyentes de Colombia. Bajo la fachada de una experta en relaciones públicas, logró inflitrarse en un curso de inteligencia para oficiales en la Escuela Superior de Guerra y, a partir de allí, fue trepando hasta ocupar importantes cargos en el Servicio Penitenciario del país. Prestó servicios en La Dorada, la cárcel de máxima seguridad, donde se cruzó con los guerrilleros más famosos, entre ellos el ahora liberado canciller de las FARC, Rodrigo Granda. Según develó la prensa colombiana, el de Marilú no sería el único caso.
La historia de la irresistible Marilú se conoció recién hace unos días, cuando el gobierno de Alvaro Uribe anunció su detención y procesamiento por los delitos de terrorismo, rebelión y concierto para delinquir. Sin embargo, las Fuerzas Armadas ya la conocían. Su nombre aparecía en la agenda electrónica del jefe de uno de los bloques de las FARC, Carlos Antonio Lozada, recuperada en un ataque del Ejército a mediados de este año. Entre los documentos no sólo encontraron informes de Marilú, sino también de otras cuatro guerrilleras que intentaban colarse en las filas castrenses.
Según pudo confirmar el diario El Tiempo, las FARC habrían redactado un decálogo para las agentes que aspiraban a convertirse en espías. El informe parecía inspirado en Marilú. Explicaba que las mujeres debían ser “llamativas, melosas y dicharacheras” y utilizar, especialmente en los primeros encuentros, ropa “atrevida”.
Sus compañeros de la Escuela de Guerra, entrevistados por el diario, recuerdan bien las blusas entalladas y las faldas de buen corte de Marilú. Las fotos de la época la muestran sonriente, siempre rodeada por hombres, sobre todo coroneles y generales.
Sus encantos hicieron que rápidamente se ganara la confianza de la superioridad. Tanto que nadie sospechó de ella cuando el 19 de octubre del año pasado una bomba estalló en el estacionamiento de la Escuela de Guerra, apenas unos días antes de la elección presidencial. No hubo heridos, pero fue una puñalada en el corazón del Ejército.
No sólo no despertó sospechas, sino que meses después uno de sus nuevos amigos –no se sabe todavía quién– la recomendó para entrar a trabajar en el Servicio Penitenciario. Según denunció esta semana el senador uribista Luis Arenas, que parece conocerla bien, la guerrillera trabajaba como la cónsul de derechos humanos de la cárcel de máxima seguridad La Dorada, atendiendo a los guerrilleros y los narcotraficantes que esperan ser extraditados a Estados Unidos.
Las funciones de Marilú incluían recibir, tramitar y responder a los reclamos de los presos. “Era muy efectiva y muy eficiente. Cuando terminó su contrato le ofrecí otro cargo, pero no tenía la documentación necesaria”, explicó, satisfecho, el general y director del Servicio Penitenciario Eduardo Morales Beltrán.
Sin embargo, se quejó el senador Arenas, en los últimos meses Marilú habría conseguido hacerse cargo de facto de la vicedirección de la cárcel, haciendo dupla con el director, Orlando Castañeda.
Marilú no fue la única en infiltrarse entre los militares, aunque sí la que logró llegar más lejos. Las otras cuatro siguen un mismo patrón. Mujeres jóvenes y lindas que se acercan a una guarnición o una institución militar para ofrecer servicios profesionales, ya sea como asistente judicial, o relaciones públicas o periodismo, o lo que haga falta. Así por ejemplo, una guerrillera logró convertirse durante varios meses en la jefa de prensa de una importante unidad militar en la capital colombiana. Los militares aún protegen su identidad. Otra espía sorteó todos los controles y se acreditó como periodista en cinco eventos de alto nivel en la Escuela de Guerra durante el último año. Al menos en uno de ellos cruzó miradas –y quizás algo más, tal vez una charla– con el presidente Uribe. Al final no pasó nada. Pero tuvieron más suerte que Marilú y lograron escapar.
Según explica el decálogo de las FARC, el punto débil de los militares es cuando realizan actividades juntamente con la sociedad civil. El documento de la guerrilla es claro: “Ahí, en medio del reclutamiento de civiles y los intentos de los militares por mostrar su mejor cara, se puede dar la penetración.”
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