El estallido dejó decenas de heridos, autos quemados y el temor a un rebrote como hace dos años. Piden la verdad sobre la actuación policial tras el accidente de dos adolescentes.
› Por Eduardo Febbro
desde París
Las imágenes parecen extraídas de una guerra civil pero corresponden, una vez más, a los enfrentamientos que estallaron en la periferia de París entre policías y jóvenes de la localidad de Villiers-Le-Bel, en la región de Val d’Oise. Autos incendiados, locales devastados, comisarías en cenizas, vehículos policiales destruidos a palazos y decenas de heridos es el saldo provisorio de los primeros incidentes que se produjeron el domingo por la noche luego de que dos jóvenes que circulaban en una moto murieron cuando ésta chocó contra un patrullero. Si las condiciones del accidente han sido parcialmente esclarecidas, una duda persistente perdura aún sobre la actitud de los policías que se encontraban en el patrullero. Según el relato de testigos presentes en el lugar, los policías se escaparon en cuanto ocurrió el choque sin prestar asistencia a los adolescentes de 15 y 17 años, que murieron poco después. La revuelta estalló de inmediato y prosiguió ayer por la noche con mayor intensidad. Si los disturbios iniciales se expandieron de forma localizada al barrio del accidente, anoche éstos ganaron otros suburbios aledaños.
Villiers, Garges-lès-Gonesse, Goussainville, Ermont-Eaubonne et Cergy son las localidades que se sumaron a los disturbios. En total, unos 60 policías resultaron heridos entre el domingo y el lunes, dos de ellos de gravedad. Ayer, la localidad de Villiers-Le-Bel se asemejaba en mucho a las zonas periféricas donde, en octubre de 2005, estallaron los disturbios que luego ganaron una gran mayoría de ciudades-dormitorio de Francia. Un total de 40 autos fueron incendiados y, anoche, los jóvenes que participaron en las escaramuzas con la policía volvieron a incendiar comercios y hasta la biblioteca de la localidad de Villiers. Los primeros elementos de la investigación realizada por la Inspección General de la Policía Nacional (IGPN) tienden a probar que los policías que viajaban en el patrullero contra el que chocó la moto no son directamente responsables del accidente. Sin embargo, los allegados de las víctimas ponen en tela de juicio la actitud de los policías y acusan a los servicios de socorro de haber intervenido tardíamente. Los servicios policiales no han adelantado aún un argumento verosímil sobre la manera en que procedieron los hombres del patrullero. La duda, las acusaciones de una y otra parte y el hecho de que la investigación policial se haya iniciado bajo el rótulo de “homicidio involuntario” llevaron la tensión y el encono a un grado tal que, anoche, los jóvenes disparaban con balines contra las fuerzas del orden y los periodistas, acusados de repetir la versión oficial. Dos equipos de la televisión francesa, un fotógrafo y dos reporteros fueron agredidos con suma violencia por jóvenes cubiertos con pasamontañas. Muchos están convencidos de que el choque con la moto fue provocado a propósito por el patrullero y que, tal como lo afirman varios testigos directos del accidente, los ocupantes se escaparon sin atender a los dos muchachos heridos. La controversia es tanto más fuerte cuanto que, según testimonios recogidos en Villiers-Le-Bel, uno de los dos adolescentes muertos, Larami (16), había sido amenazado por la policía.
Las autoridades hicieron a lo largo de todo el día repetidos llamados a la calma, pero éstos no apaciguaron lo que ya es el inicio de una revuelta. Al igual que lo que ocurrió hace dos años cuando dos jóvenes murieron en un episodio que implicó también a la policía y que fue el preámbulo de la sublevación de los suburbios antes de que el hoy presidente francés –entonces ministro de Interior– Nicolas Sarkozy, complicara el escenario con sus declaraciones, los vecinos del lugar piden que se haga justicia y se establezca la verdad con precisión. La verdad no está en el accidente en sí sino en lo que ocurrió inmediatamente después. Y esa verdad tarda en llegar. Una fuente judicial anónima citada por el vespertino Le Monde reconoció que se trata “de un aspecto más difícil de la investigación que requiere más averiguaciones y en torno del cual hay que ser prudente”. Para nadie es un secreto que, dos años después de los levantamientos de las periferias francesas, muy poco ha sido hecho para mejorar la calidad de vida de las poblaciones. El desempleo, la falta de infraestructuras adecuadas, la discriminación y el racismo continúan siendo humillaciones cotidianas. En el trasfondo de la violencia palpita el sentimiento de desigualdad y de injusticia permanente. El color de la piel determina en mucho las posibilidades de éxito o fracaso social, de integración o de desintegración, de igualdad o de desprecio.
El lenguaje mismo que se emplea en Francia para hablar de los jóvenes franceses hijos de inmigrados ya revela en mucho el trauma y la imposibilidad política y social de aceptar a segmentos de la población que son parte de la identidad nacional. Sin embargo, aún se insiste en hablar de “minorías visibles”. Para el presidente francés un nuevo brote de violencia a nivel nacional tendría altos costos políticos. Después de nueve días de huelga de transporte, de un paro de funcionarios y al cabo de dos semanas de universidades y liceos bloqueados, otra sublevación de los suburbios instauraría un clima de inestabilidad global. Entre 2005 y 2007 sólo una cosa ha cambiado: Sarkozy es presidente, pero los suburbios viven en un persistente clima de discriminación.
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