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› EL DEPARTAMENTO DE ESTADO SE DESMARCA DE UN ATAQUE
Aquí llega el azote de Irak
Los tambores de guerra ceden un poco en Washington mientras Bush se prepara para las cruciales elecciones de noviembre.
La guerra en broma contra Irak continúa, pero con un trasfondo político muy serio, que puede extender la duración ya anormal de la primera: las encuestas sugieren que el electorado norteamericano ha empezado a volver su atención a los problemas de la economía, con lo cual puede que el hueco redoble de tambores dimanante de la administración Bush se multiplique. Ayer, mientras el presidente George W. Bush volvía a Washington después de un mes de lo que sus asesores de imagen llamaron “vacaciones de trabajo” en su rancho de Crawford, Texas, y en medio del habitual sopor de los programas dominicales de opiniones y reportajes, surgió la guerra interna en Estados Unidos sobre Irak: contradiciendo al vicepresidente Dick Cheney, que la semana pasada dijo dos veces que la prioridad estadounidense era un “cambio de régimen” en Irak “cuanto antes”, el secretario de Estado Colin Powell dijo hoy que la prioridad es el retorno a ese país de los inspectores de las Naciones Unidas. Y si vuelven los inspectores, es claro que no habrá guerra.
El argumento principal de la administración Bush para un eventual ataque militar a Irak es que el régimen del presidente Saddam Hussein produce o está a punto de producir armas nucleares, químicas o biológicas. Powell, en una entrevista con la BBC, dijo que “el primer paso” para la resolución de la disputa con Irak sería el retorno de los inspectores de la ONU que evalúen la verdadera capacidad bélica del régimen de Saddam. “Irak ha violado muchas resoluciones de la ONU durante unos 11 años; por eso, como primer paso, veamos qué encuentran los inspectores, enviémoslos de nuevo”, agregó el funcionario. Como en otras ocasiones, la intervención de Powell tiene la prioridad de evitar el conflicto: si vuelven los inspectores, Saddam tendrá tiempo para ocultar sus armas y para jugar con ellos al gato y al ratón, como lo hizo durante los siete años que el régimen de inspecciones estuvo en su lugar. El vicecanciller iraquí Tarik Aziz al parecer aprovechó la distancia que hay entre Cheney y Powell, y dijo que las afirmaciones del vicepresidente sobre el arsenal iraquí “son equivocadas”, sugiriendo que podrían ir inspectores que “por medios técnicos, prueben que Irak no produce armas de destrucción masiva”. Y en Irán, la visita del canciller turco Sukru Sina Gurel, que también manifestó su rechazo a una guerra contra Irak, terminó de cerrar el círculo: Turquía es el punto de lanzamiento más importante de una guerra contra Irak, y si Turquía –el aliado clave de Estados Unidos en la OTAN, y en medio de un proceso político complicado– rechaza la operación tan anunciada, es que no se la toma muy en serio.
La Casa Blanca ha negado que haya discrepancias muy profundas en la administración acerca de una acción bélica, pero el ex secretario de Estado Alexander Haig fue ayer de la opinión de que las ha habido desde el primer momento “y hay que ponerlas bajo control”. Bush, dijo Haig, “debe asumir la conducción, tiene que unificar, tiene que hablar con una sola voz”. Después del Día del Trabajo –que en EE.UU. se celebra el primer lunes de setiembre– se espera que la administración lance una intensa campaña para demostrarle al país que Irak –una nación que no posee misiles intercontinentales– es una amenaza para Estados Unidos. Las encuestas de opinión muestran en las últimas semanas que han ido disminuyendo las mayorías que respaldaban algún tipo de acción militar contra Irak y que, aunque muchos estadounidenses creen que ese país es peligroso, sólo una minoría expresa respaldo a una guerra si ésta implica la muerte de gran número de soldados de esta nación.
Todas estas pujas en torno de una decisión de guerra que la Casa Blanca sugiere pero no anuncia, transcurren desde hoy con el telón de fondo de las elecciones que en noviembre renovarán toda la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. Los demócratas tienen en el Senado mayoría de un voto, lograda sólo por la deserción de un legislador republicano en el 2001, por lo cual la batalla es crucial para ambos partidos. Los republicanos tienen una mayoría pequeña en la Cámara de Representantes y si la ciudadanía los percibe como belicistas o demasiado vinculados conlos escándalos empresariales de meses recientes, estaría en riesgo esa diferencia que es también crucial para las políticas de Bush.