Sáb 26.01.2008

EL MUNDO

Un nuevo asesinato político sacude la frágil estabilidad en el Líbano

Un atentado con coche bomba en un barrio cristiano de Beirut cobró la vida del capitán Wisam Eid, un miembro de las fuerzas de seguridad que investigaba el asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri. La bomba mató a cuatro personas y dejó decenas de heridos.

› Por Juan Miguel Muñoz *
desde Rafah

La pauta de asesinatos políticos iniciada en Líbano en febrero de 2005 con el magnicidio del ex primer ministro Rafik Hariri se acelera y sumó el viernes un nuevo episodio sangriento. El capitán Wisam Eid, miembro de las Fuerzas de Seguridad Interior (FSI), empleado en la investigación del asesinato de Hariri, murió el viernes en un atentado con coche bomba en un barrio cristiano de Beirut junto a un guardaespaldas y dos personas más.

El coche bomba estaba estacionado al costado de la autopista bajo un puente peatonal y fue detonado por control remoto al paso del auto de Eid. Además de la muerte de Eid y de tres otras personas, el estallido dejó decenas de heridos. El atentado provocó importantes daños materiales y abrió un boquete de cinco metros de ancho en el suelo. Varios automóviles ardieron y otros quedaron totalmente destruidos. “Eid era un miembro clave de las FSI y estaba implicado en numerosas investigaciones sobre atentados en Líbano, incluidas las bombas de febrero de 2007 en el área cristiana”, declaró un alto responsable de la seguridad.

Según un antiguo integrante de la comisión internacional que investigó el asesinato del ex primer ministro libanés Rafic Hariri, “Eid había proporcionado información” sobre ese caso. Precisamente, volvía de una reunión con esa comisión cuando sufrió el atentado, afirmó una fuente de la mayoría parlamentaria libanesa, opuesta a la influencia de Siria. “Este atentado no nos impedirá continuar con nuestra misión de proteger el país y garantizar la seguridad”, dijo el general Ashraf Rifi, jefe de las FSI.

Eid escapó por poco a un intento de asesinato hace dos años, cuando lanzaron una granada de mano en su hogar en Beirut. Hace 11 días, en otro atentado contra un vehículo oficial estadounidense, perecieron tres hombres. Y el 12 de diciembre, el general Françoise Hajj –a quien se apuntaba como sucesor del jefe del Ejército, Michel Suleiman, quien a su vez sonó como candidato a la presidencia– falleció en un ataque terrorista similar.

El de ayer fue el atentado más sangriento desde el perpetrado el 13 de junio de 2007 contra el diputado de la mayoría parlamentaria antisiria Walid Eido, que murió junto a otras nueve personas. El último atentado en Líbano tuvo lugar el 15 de enero, cuando un coche estalló al paso de un vehículo de la embajada de Estados Unidos cerca de Beirut matando a tres civiles.

No cabe duda de que implicarse en las indagaciones por el crimen de Hariri acarrea riegos evidentes. Dos militares de la misma unidad a la que pertenecía Eid sufrieron atentados. Uno de ellos murió y el segundo resultó herido de gravedad. Eid, de 31 años e ingeniero de telecomunicaciones, era uno de los encargados de rastrear las conversaciones telefónicas de los sospechosos de participar en la cadena de asesinatos de políticos y personalidades antisirias perpetrados desde hace tres años.

El asesinato se produce en vísperas de una reunión ministerial de la Liga Arabe, el domingo en El Cairo, donde el jefe de la organización panárabe Amr Musa debe informar sobre una mediación entre los bandos rivales libaneses que acabó en estancamiento. Líbano, siempre al borde del abismo, se tambalea. Sin presidente desde la medianoche del 23 de noviembre, cuando el mandatario prosirio Emile Lahoud abandonó el palacio de Baabda, las sectas religiosas que dominan la vida política del país son incapaces de acordar el relevo de Lahoud, cuya elección en el Parlamento, para la que se exige el consenso, se ha pospuesto una docena de veces. Desde que Naciones Unidas impulsó en septiembre de 2004 las resoluciones que exigieron la retirada de las tropas sirias de Líbano, el pequeño Estado sufre la convulsión política más grave desde el fin de la devastadora guerra civil (1975-1990).

Estados Unidos y Francia, patrocinadoras de esas resoluciones del Consejo de Seguridad, culpan a Damasco de los atentados. El régimen sirio rechaza categóricamente estar detrás de los crímenes. Sea cual fuere la mano negra, nadie discute que Washington y París libran una guerra por la tutela de Líbano contra Irán y Siria, que siempre ha considerado al país vecino una creación artificial de la antigua potencia colonial francesa para beneficio de los cristianos maronitas.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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