Dom 24.02.2008

EL MUNDO  › ESCENARIO

Transiciones

› Por Santiago O’Donnell

El mundo se pregunta cuál será el curso de la Revolución Cubana después del paso al costado que dio esta semana su líder histórico, Fidel Castro, y qué va a hacer su sucesor, Raúl Castro. Nadie puede leer el futuro, pero queda claro que entre sus principales objetivos estará profundizar la institucionalización del proceso revolucionario. O sea, pasar de un sistema basado en el liderazgo de un líder carismático vitalicio a un sistema sucesorio periódico y predecible, basado en el liderazgo del Partido Comunista. La tarea no es sencilla. En Unión Soviética las sucesiones siempre fueron traumáticas y culminaron con el colapso del régimen en los años ’90, que dio lugar a un capitalismo desenfrenado plagado de mafias y monopolios. En otros países de Europa Oriental, como Rumania y la ex Yugoslavia, el régimen ni siquiera pudo producir un recambio traumático.

Por eso los principales analistas dicen que Raúl tiene como ejemplos a China y Vietnam, los dos casos de transiciones exitosas en el mundo comunista, cuyos regímenes no sólo sobrevivieron, sino que se fortalecieron desde la muerte de sus líderes históricos, Mao Zedong en 1976 y Ho Chi Minh en 1969, respectivamente.

Ambos recambios ocurrieron en momentos difíciles: China venía del fracaso de la revolución cultural y Vietnam estaba en plena guerra con Estados Unidos. Raúl Castro visitó China tres veces en la última década, tras el acercamiento que ocurrió después del colapso soviético, hasta entonces el principal sostén cubano. La relación de Raúl con Vietnam es más añeja: visitó ese país por primera vez en la década del ’60, cuando aún resonaban las palabras del Che Guevara instando a los pueblos del mundo a producir “dos, tres, muchos Vietnam”, y volvió a Vietnam en abril del 2005, cuando ya era claro que se preparaba para reemplazar a su hermano en la primera magistratura cubana. Numerosas delegaciones chinas y vietnamitas de primer nivel han visitado la isla y viceversa en los últimos años. La segunda aparición semipública de Fidel Castro desde su enfermedad fue en la imágenes de video que lo mostraron con Non Duc Manh durante la visita del líder vietnamita a la isla en junio del 2007.

Las transiciones china y vietnamita no fueron fáciles, ni fueron idénticas y tampoco puede decirse que están completas, pero comparten dos características. Por un lado, la introducción de reformas económicas para llenar el vacío de legitimidad que dejó la partida del líder carismático. Por el otro, los cambios y reformas que fueron introduciendo los distintos líderes se tomaron durante períodos de gran estabilidad política y bajo el férreo control del partido gobernante. “Para los líderes comunistas asiáticos, la caída del comunismo en la Unión Soviética y Europa oriental confirmó la necesidad fundamental de control político para mantener la estabilidad política y la necesidad de reforma económica para mejorar la performance económica. Por lo tanto, la elección de políticas y la secuencia de las reformas obedeció en gran parte a la preocupación de los líderes por las consecuencias de las reformas que pudieran amenazar el poder del liderazgo comunista y la estabilidad política del régimen”, apunta Sujian Guo, profesor de ciencia política de la Universidad estatal de San Francisco, en su trabajo “Transición económica en China y Vietnam”.

Dos años después de la muerte de Mao llegó al poder en China el reformista Deng Xiao Ping, un líder de la revolución roja que había sido perseguido y arrestado en su casa durante la revolución cultural. Deng nunca ocupó la presidencia de China, pero fue su líder de facto entre 1978 y principios de los ’90, cuando enfermo y senil debió ceder su lugar a quien había elegido como sucesor, Jiang Zemin. Deng, que murió en 1997, fue el último líder carismático de China y el padre de la apertura económica de ese país. Jiang (en la foto con Fidel en La Habana en el 2001) fue secretario general del Partido Comunista entre 1989 y 2002, y presidente chino entre 1993 y 2003. Jiang había llegado al poder en circunstancias difíciles, meses después de la represión en la plaza Tiananmen, mientras se aceleraba el colapso del bloque soviético. Entre sus principales logros se computa el haber despolitizado a las fuerzas armada chinas, de las cuales fue su primer líder civil, y el haber cedido voluntariamente el poder estando saludable. También logró la devolución pacífica de Hong Kong y Macao, superó la crisis sanitaria del SARS del 2002 y profundizó las reformas económicas iniciadas por Deng, completando el ciclo entre una economía estatista planificada a una economía social de mercado. Se lo suele criticar por haber instaurado un sistema que premiaba a las meritocracias por encima del bien común y de haber favorecido en demasía a la élite de Shanghai a la que pertenecía.

Poco antes del retiro de Jiang, a los 77 años, el politburó comunista chino dio una muestra de haberse convertido en el verdadero poder, por encima del líder, al pasar una ley que obligaba al próximo presidente a retirarse a los 70 años.

Aunque algunos analistas señalan que el sucesor de Jiang ya había sido elegido por Deng –que antes de morir lo había convertido en el miembro más joven del politburó chino–, lo cierto es que el actual líder chino, Hu Jintao, asumió la presidencia en el 2003 a los 61 años tras una meritoria carrera dentro del partido. Aunque al principio se temió una disputa de poder entre Jiang y Hu, porque el primero permanecía en control del ejército y había cercado a su sucesor con nombramientos de gente que le respondía, la sangre nunca llegó al río y al año siguiente, con la renuncia de Jiang al frente de las fuerzas armadas, culminó la transición más trasparente y menos traumática de la historia del comunismo chino.

Hoy China es una potencia económica gracias a una serie de reformas que se dieron de forma gradual y experimental, ensayadas primero a nivel local, después a nivel estatal y finalmente a nivel nacional, a medida que se mostraban exitosas, y descartadas o postergadas cuando causaban demasiados problemas o no producían los resultados esperados, siguiendo la famosa metáfora de Deng: “No importa de qué color sea el gato, siempre que cace al ratón”. Así, del cultivo colectivo se pasó a un sistema mixto, por el cual los granjeros le venden una cuota al Estado y sus excedentes al mercado; las empresas estatales se abrieron al capital privado, pero manteniendo la mayoría accionaria en poder del Estado, y del control estatal de los medios de producción se pasó al monopolio estatal de industrias sensibles, y a una economía de mercado para bienes no esenciales.

En Vietnam, quizá por la necesidad de consolidar un régimen y darle forma un Estado en medio de una guerra, los sucesores de Ho de entrada se repartieron la presidencia del partido, la jefatura de Estado y el comando de las fuerzas armadas, dando lugar a un liderazgo más colegiado que reflejaba las tensiones entre el norte y el sur, y entre los reformistas y los conservadores. Pero al igual que en China, con el tiempo los jefes de Estado vitalicios con pasado revolucionario y fuerte impronta ideológica le abrieron paso a una nueva generación presidentes con períodos limitados, perfil tecnocrático y sometidos un fuerte control del Partido Comunista.

El sucesor de Ho, Ton Duc Thang, fue presidente de Vietnam del Norte y luego de Vietnam unificado hasta su muerte en 1980, a los 91 años. Antes de asumir la presidencia, Thang había luchado contra la ocupación francesa, y servido como vicepresidente de Ho en Vietnam del Norte. Thang presidió sobre la unificación de Vietnam, la invasión de Camboya y la guerra con China, pero nunca alcanzó el status heroico que los vietnamitas acordaron a su antecesor Ho, cuyo cadáver fue embalsamado y exhibido en un mausoleo en contra de sus deseos.

Después de la muerte de Thang, tras un breve interinato de otro líder revolucionario, Truong Chinh pasó a ocupar la presidencia de Vietnam. Troung se hizo también de la presidencia del partido en 1986 (ya la había ocupado entre 1941 y 1956), pero al año siguiente debió dejar ambos cargos, ya enfermo, tras un golpe palaciego. Murió al año siguiente, en 1988. En 1986 el Congreso del Partido Comunista Vietnamita adoptó oficialmente la política de moi doi, o renovación, que emulaba el modelo económico chino. Las principales reformas del moi doi fueron la descentralización del planeamiento económico, la adopción de una política monetarista de mercado para combatir la inflación, la reforma del sector agrícola para permitir mayor libertad en la compra de insumos y venta de productos, la aceptación del sector privado como motor de crecimiento, y la apertura de empresas privadas y estatales al sector externo sin intermediación del gobierno.

En 1988 asumió la presidencia Vo Chin Cong, un tecnócrata que había ocupado varios ministerios y un asiento en el politburó antes de alcanzar la máxima magistratura. Cong inauguró los períodos presidenciales quinquenales en Vietnam, y se retiró en 1993. Lo sucedió por otros cinco años Le Duc Anh, y luego por otros cinco Tran Duc Luong. Luong fue reelegido en el 2003, pero no pudo completar su segundo período y renunció en el 2006, después de cumplir 69 años. Su sucesor, el actual presidente vietnamita, se llama Nguyen Minh Triet.

¿Entonces qué hará Raúl Castro? ¿Perderá el control del proceso y será el último presidente comunista, como Gorbachov? ¿O será como Thong, el sucesor de Ho Chi Minh, que gobernó hasta su muerte nonagenaria?

¿Será como esos efímeros sucesores elegidos a dedo por Mao, fácilmente enterrados por la ola reformista de Deng? ¿O seguirá el ejemplo de Cong, el que inauguró los gobiernos quinquenales en Vietnam?

¿Abrirá el paso para la llegada de nuevas generaciones de comunistas con nuevas ideas para sacar a Cuba de su estancamiento económico?

Si eso sucede, ¿qué harán los líderes de las nuevas generaciones con la enorme y pesada herencia que deja Fidel? Sólo los cubanos tienen la respuesta.

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