EL MUNDO › OPINION
› Por John Dinges *
Entre las muchas escenas sui generis de esta temporada electoral en Estados Unidos Barack Obama se dirige a una reunión de activistas demócratas en Richmond, Virginia. Cuando menciona a John McCain, su adversario republicano más probable, lo describe como “un héroe de guerra” y dice que lo “admira”. Acto seguido: aplausos entre la multitud demócrata, aplausos con sinceridad. La escena se repitió días después durante un discurso de Obama frente a más de 15 mil estudiantes y otros partidarios en Madison, Wisconsin.
Aplausos de los demócratas para el candidato que casi seguramente recibirá la nominación republicana. Insólito. En décadas de observación política en mi país, no he visto algo similar.
Otra escena en los mismos días: John McCain se presenta frente a la Conferencia Conservadora de Acción Política, quizá la organización más importante del ala derechista del Partido Republicano. McCain empieza una frase sobre su política de inmigración. La muchedumbre de activistas conservadores no lo deja terminar. Sus palabras son sofocadas por chiflidos y “boos”. Quedó durante más de 20 segundos con una sonrisa congelada en la cara antes de poder seguir con su discurso, en el que tuvo el duro desafío de tratar de convencer de que los ultraconservadores deben abrazar su candidatura inevitable.
McCain es el candidato amigo para muchos demócratas. Según mis fuentes, una vez le fue ofrecida la vicepresidencia del demócrata John Kerry en las elecciones que perdieron los demócratas en 2004. Es el mismo que hace un par de años, durante un viaje internacional, hizo una entrevista sentado al lado de Hillary Clinton y, entre cumplidos y sonrisas mutuas, dijo que Clinton tenía las cualidades de una “buena presidente”.
¿Cómo se explica esta calurosa relación entre McCain y sus supuestos competidores demócratas?
Primero, hay que percibir este fenómeno con un suspiro de alivio, después de la hostilidad, los insultos y –hay que decirlo con su nombre– las mentiras que han caracterizado la casi totalidad de las campañas presidenciales de los últimos 20 años. Una pelea electoral entre McCain y cualquiera de los demócratas –sea Obama o Clinton– promete ser una campaña digna. Una pelea entre, digamos, damas y caballeros.
Hay que decirlo también de frente: McCain es el defensor más incondicional de la guerra de Irak, que a pesar de sus críticas a la estrategia militar del gobierno de Bush es el candidato que más ha abrazado la guerra, no sólo en Irak sino contra el “extremismo islámico” en general. Por eso, después del elogio respetuoso, no hay discurso demócrata que no destaque la declaración de McCain de que las tropas americanas deben quedarse en Irak por cien años más. Un gobierno de McCain continuará sin duda alguna la política de ocupación permanente de Irak y su hostilidad hacia el vecino Irán, sería quizás aún más extrema que la de Bush.
Sin embargo, hasta su inequívoco apoyo de la guerra merece respeto entre sus adversarios. Como persona, McCain ha ganado el respeto generalizado de los norteamericanos, más por su honestidad que por su falta de defectos. Como aviador naval, de una familia de oficiales de alto rango en la Armada, McCain tuvo fama de fiestero y bebedor, aunque nunca de borracho, como fue el caso de George Bush. Se casó dos veces y reconoció que fue infiel a su primera esposa, antes de empezar su vida política. Fue el prisionero de guerra más famoso de la guerra de Vietnam, donde fue brutalmente maltratado casi hasta la muerte.
Fue con respecto a los vietnamitas, que no fueron sólo enemigos sino comunistas que lograron derrotar a Estados Unidos en el campo geopolítico-militar, que McCain mostró las características que ahora le ameritan tantos elogios: como político fue el más prominente líder del exitoso esfuerzo por hacer las paces con Vietnam y para la apertura económica con ese país. En ese esfuerzo, logró unir un consenso amplio entre republicanos y demócratas, incluyendo a su mentor político, el presidente Ronald Reagan. Pero también sus actividades de acercamiento con los vietnamitas inspiraron los primeros ataques del ala más derechista de su propio partido.
Hasta el día de hoy, no hay ataque demócrata a McCain que se pueda comparar con la ferocidad, casi se puede decir odio, que despierta entre los ultraconservadores, como los comentaristas Rush Limbaugh y Ann Coulter, cuyo discurso ha sido un factor poderosísimo en la polarización política de Estados Unidos.
Se entiende si se ve la lista de logros políticos en los que McCain hizo causa común con los demócratas, políticas que desde el punto de vista de los conservadores causaron un daño casi irreparable y debilitaron el dominio republicano, que en un momento llegó a ser casi total.
- La reforma del sistema de financiamiento de las campañas políticas, prohibiendo las donaciones corporativas sin límite a los partidos.
- Legislación prohibiendo la tortura, en un intento todavía no exitoso de eliminar las prácticas justificadas por el gobierno de Bush, como el submarino.
- Fue uno de los pocos republicanos que votó contra los recortes masivos de impuestos de Bush, por su beneficio desmesurado a los sectores más pudientes. (Posición que ha modificado en las últimas semanas, apoyando a Bush en hacer permanentes los recortes.)
- Auspició, junto con el liberal senador Ted Kennedy, la legislación de reforma de las leyes sobre inmigración, abriendo camino a la legalidad para muchos de los doce millones de trabajadores indocumentados en Estados Unidos, la gran mayoría de ellos mexicanos.
- Ha sido hace tiempo uno de los pocos republicanos que ha tomado en serio la amenaza de calentamiento global y es autor de uno (otra vez con coauspiciador demócrata) de los planes de reducción de niveles de CO2.
- Ha forjado alianzas con demócratas en otros temas en el debate político, tales como la oposición de la exploración petrolera en las reservas naturales de Alaska, investigación con células madre y una posición centrista con respeto a la controversia sobre el matrimonio homosexual.
Nada de esto transforma a McCain en algo parecido a un liberal. Es fiel partidario de toda la letanía de temas conservadoras, empezando con su oposición al aborto, su apoyo a la guerra y al gasto militar, y una política económica basada en el mercado libre en un ambiente de baja regulación estatal. Quiere, por ejemplo, desmantelar el sistema estatal de ferrocarriles para pasajeros (Amtrak) porque el sistema no logra autofinanciarse.
McCain también tiene su talón de Aquiles: su relación con los lobbistas, el ejército de representantes de intereses económicos y de toda índole, que abren un camino para influir en legisladores como él con donaciones políticas y una capacidad financiera sin límite. McCain tuvo un episodio de conflicto de interés por los favores políticos que hacía para un amigo lobbista que había apoyado financieramente su elección al Senado. McCain fue sancionado levemente en 1991, pero el caso significó el fin de la carrera política de otros tres congresistas. Entonces, confesó su error de “mal juicio” y se convirtió en el más estricto defensor de la limpieza ética en el Congreso, logrando recuperar su reputación de rectitud.
Esta semana, sin embargo, el diario The New York Times publicó una investigación sobre los lazos entre McCain y los lobbistas, inclusive sugiriendo que tuvo una relación impropia (y tal vez romántica) con un lobbista mujer, joven y atractiva, que hacía alarde de su capacidad de influir sobre él cuando era presidente del poderoso Comité de Comercio del Senado. McCain negó absolutamente que su relación con la mujer fuera más que una amistad profesional y criticó al diario por publicar cargos tan dañinos basándose en fuentes anónimas.
Ese informe es la última de una serie de malas noticias para los republicanos, entre ellas que la guerra en Irak está en una impasse y que la economía tiene una alta probabilidad de entrar en recesión. Los votantes republicanos ven en su mayoría (pero una mayoría relativa, debido a la persistente candidatura del cristiano-conservador Mike Huckabee) que McCain representa la única posibilidad de conformar un movimiento victorioso de republicanos, independientes y –eso sí– demócratas de centro.
No es el resultado más probable, visto desde el ángulo del momento actual. Pero nunca hay que descontar la fuerza de organización del Partido Republicano, el partido que inventó el término “campaña permanente” y que ya superó desventajas más grandes que éstas para ganar siete de las últimas diez elecciones presidenciales.
McCain, el héroe con pies de barro, tuvo momentos en que fue el político más popular del país en las encuestas, más allá de su identidad partidaria. Su carisma personal indudablemente trasciende las lealtades partidarias y para los demócratas que cruzaron las fronteras políticas en el pasado representa una gran tentación. Es un político que recibe aplausos en el campo del adversario, un candidato que no va a estar nunca fuera del juego.
* Codirector del Centro de Investigación Periodística y profesor de la Universidad de Columbia.
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