EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Washington Uranga
Puede decirse que el cambio de mando en Paraguay y el hecho de que Fernando Lugo, como candidato de una heterogénea coalición, asuma la presidencia representa también un “signo de época” para esta parte del continente. Es verdad que lo más importante ha sido la capacidad de gran parte del pueblo paraguayo para sacudirse 61 años de gobierno del Partido Colorado, incluyendo allí la dictadura de Alfredo Stroessner. Pero no menos cierto es que la victoria del proyecto encabezado por Lugo se da en el marco de un cambio de aires en la región, con predominio de las fuerzas democráticas y progresistas, que han saludado con entusiasmo la nueva etapa del Paraguay. La renovación política de Paraguay es un agregado de valor y fuerza geopolítica no sólo para el –hoy por hoy alicaído–- Mercosur sino para el proyecto de unión sudamericana hasta ahora construido más de buenas intenciones y declamaciones que de hechos tangibles y concretos.
Por este motivo, pero también por la fragilidad de la realidad política, social y económica de Paraguay, a los restantes países de la región les cabe la responsabilidad de diseñar estrategias de apoyo y solidaridad para el nuevo gobierno de Fernando Lugo. Por lo menos en parte esa voluntad quedó expresada en el arco de los presidentes presentes en el acto de Asunción. Argentina en particular tendrá que seguir con especial atención el desarrollo de la experiencia de Lugo, no sólo por la importancia que aquel país tiene para el nuestro, sino también por los lazos que genera la fuerte presencia de la inmigración paraguaya entre nosotros. En todos los sentidos hay una suerte de corresponsabilidad de la región respecto del futuro de Paraguay.
En muchos sentidos le cabe a la etapa paraguaya que se inicia el calificativo de inédita. Lo es porque rompe con la hegemonía colorada y abre a otros horizontes y expectativas. Lo es también porque, por lo dicho y lo expresado hasta el momento, el proyecto de Fernando Lugo se ensambla de manera coherente con los aires políticos de la región. Pero lo es también por la figura del presidente, un ex obispo que no abandona su impronta religiosa, sino que más bien pretende incorporarla como parte de su estilo de gestión. Tal es así que, según muchos señalan, Lugo vive este momento como una etapa de su servicio al pueblo paraguayo, de características diferentes de las que tuvo su labor como sacerdote y “obispo de los pobres”, pero con la misma motivación de fondo. A tal punto que su hermana Mercedes, la misma que cumplirá las funciones de “primera dama”, acaba de afirmar que cuando el ahora presidente termine su función como tal “regresará a la vida religiosa”.
Para Lugo esa impronta religiosa tiene que ver con la “opción por los pobres” que abrazó durante su vida como pastor, sacerdote y obispo. En ese sentido, y para utilizar una expresión que ha trascendido los límites de la propia iglesia, Lugo se inscribe en la corriente de la Teología de la Liberación. Y muchos de sus colaboradores y asesores actuales provienen de esas filas. Una de las figuras más destacadas de la Teología de la Liberación latinoamericana, el brasileño Leonardo Boff, estuvo semanas atrás en Asunción asesorando a los colaboradores de Lugo, en particular en temas medio ambientales a los que ahora dedica gran parte de sus esfuerzos.
Lugo no tiene detrás de sí a un partido o a un movimiento político experimentado, y por esta misma razón, por lo menos en el primer tiempo, habrá dudas, titubeos y dificultades en la gestión. Fruto de la novedad y de los cambios, pero también de la inexperiencia. Algunos aportes podrán venir en este caso de Brasil a través de los mismos contactos eclesiásticos vinculados con comunidades eclesiales de base de la Iglesia que han formado parte de la gestión del presidente Lula.
Por inédita, por distinta, porque es una bocanada de aire fresco para el pueblo paraguayo, la gestión de Lugo despierta simpatías. Pero éstas deberán transformarse en solidaridades efectivas por parte de los socios de la región, para que lo que hoy es alegría y esperanza se convierta con el tiempo en mejora tangible en la vida cotidiana de los paraguayos.
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