EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Javier Burdman *
No debería sorprendernos a los argentinos, a quienes la fórmula oficialista para las elecciones presidenciales se nos presentó como “el cambio dentro del cambio”, que el candidato republicano John McCain le esté disputando con éxito creciente a su contrincante Barack Obama la representación del cambio. El truco es más simple de lo que parece: se trata de redefinir lo que el cambio significa. En un principio, parecía claro que el primer candidato negro a la presidencia de los Estados Unidos, capaz de vencer al predominio de los Clinton en el Partido Demócrata y opositor desde el primer día a la invasión a Irak, se quedaría con el monopolio de la propuesta reformista. Pero McCain, cuya trayectoria legislativa (particularmente en lo que tiene que ver con el financiamiento de las campañas electorales) lo sitúa frecuentemente al margen de la línea predominante del Partido Republicano, ha sabido contraatacar: no se trata de modificar la política exterior, la estructura impositiva o la cobertura médica, sino de poner en la Casa Blanca a una persona confiable, comprensible, “gente como uno”.
La campaña de McCain ha logrado convertir en defectos algunas de las virtudes de Obama. En ese sentido, su formación académica de excelencia como graduado de la escuela de leyes de Harvard ha quedado progresivamente ligada a la pertenencia a una elite intelectual apartada de los deseos e intereses del americano medio. Los republicanos han desviado de ese modo el eje de la contienda: ya no se trata de continuidad o cambio respecto del gobierno de Bush, sino de continuidad o cambio respecto de una dirigencia cuya agenda política parece basarse en sus propias preferencias antes que en las preocupaciones del pueblo norteamericano. En este sentido, el lenguaje simple y directo del héroe de guerra (McCain fue piloto y luego prisionero de guerra en Vietnam) consigue imponerse por sobre las consignas más sofisticadas de su contrincante, cuyo intelectualismo aparece como un camuflaje para algunos de los mayores temores del “americano medio”: cosmopolitismo, vía libre a la inmigración, trato preferencial a las minorías, y demás.
Una pieza clave en esta lucha por la representación del cambio ha sido la designación de Sarah Palin como compañera de fórmula de McCain. Se trata de una figura llamativamente poco preparada, con una breve experiencia de gestión gubernamental en el rico y despoblado estado de Alaska, pero sin trayectoria en cuestiones de relevancia estratégica para los Estados Unidos. Sin embargo, su falta de experiencia ha pasado a ser una virtud: como lo ha reflejado en una reciente entrevista televisiva, no es el conocimiento y la sofisticación intelectual lo que busca el pueblo norteamericano, sino un “rebelde” que confronte con los intereses de la dirigencia política tradicional. Se trata de un populismo conservador según el cual, como ha señalado el columnista del New York Times David Brooks, “la ciudad corrompe y las universidades son jardines de infantes para tontos con demasiada educación”.
Es llamativo el modo en el que incluso la cuestión de género pudo ser apropiada por los republicanos en un sentido conservador. A diferencia de Hillary, cuya candidatura se presentaba a menudo como un avance de la igualdad de géneros, y cuya imagen de mujer educada e independiente se acercaba más al estereotipo de las luchas feministas, Palin encarna, con sus cinco hijos, el ideal de la madre de familia. Su tajante oposición al aborto y su pertenencia a la conservadora Asociación Nacional del Rifle desligan a su condición de mujer de los idearios típicamente progresistas, dando lugar más bien al perfil de “mujer conservadora”, cuya carrera política no le ha impedido hacerse cargo de su papel de madre.
Si algo nos demuestra esta interesante contienda y la por ahora exitosa estrategia republicana es que las luchas políticas suelen abarcar una multiplicidad de dimensiones, en donde están en juego significaciones e imaginarios sobre los cuales nadie tiene el control absoluto. Conservadurismo y progresismo no son idearios estáticos, sino que es la propia contienda política la que va configurando las posiciones de uno y otro bando. En este caso, es la capacidad de los republicanos para apropiarse y resignificar ciertas ideas e imaginarios típicamente progresistas lo que ha sacudido el piso del candidato demócrata, dando lugar a una carrera mucho más pareja de lo que parecía en un primer momento.
* Politólogo. Instituto de Investigaciones Gino Germani-Conicet.
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