EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Andrés Fontana *
Vivimos un momento histórico de alcance similar al de la marcha sobre Washington. La elección de Barack Obama como presidente de los Estados Unidos se vincula con aquel 28 de agosto de 1963 a través de un sinuoso camino de cambios, avances y retrocesos en la cultura estadounidense y en los valores predominantes a nivel mundial.
Nos invade el júbilo y sabemos que lo compartimos con una suerte de comunidad global de pueblos y culturas muy distantes. Pero, de inmediato surge la preocupación por el enorme desafío que espera al presidente electo tanto en el plano local como en el internacional.
Es difícil evaluar hoy la magnitud de la crisis, sus alcances y sus repercusiones en la vinculación de los Estados Unidos con el sistema internacional. George W. Bush vio como oportunidad los atentados del 11 de septiembre para llevar a cabo una política exterior imperial, desmesurada, feroz e ineficaz. Obama ya tiene su 15 de septiembre con la quiebra de Lehman Brothers. Pero este hecho, lejos de ofrecerle una oportunidad, le plantea un escenario de crisis cercano en gravedad al de los años ’30, si bien el nuevo presidente cuenta con un enorme respaldo político, el control de ambas cámaras y probablemente despierte el espíritu de nación del pueblo americano, todo lo cual le permitirá lograr éxitos importantes en materia económica e implementar políticas eficaces para paliar el desempleo y la recesión.
Tendrá que actuar rápido y tomar las decisiones duras aprovechando el momento de triunfo y el enorme capital político con que hoy cuenta. Ni siquiera podrá esperar a hacerse cargo de la presidencia. La gravedad de la situación no permite dejar un vacío entre el júbilo de hoy y la realidad del 20 de enero, mientras, por ejemplo, se toman decisiones acerca de la asignación del fondo de rescate de 700.000 millones de dólares.
En el plano internacional, los escenarios de crisis no son más alentadores que en el frente interno. Los grandes poderes que compiten con los Estados Unidos –los amigables y los menos amigables– ya han tomado la decisión acerca de la necesidad de una nueva distribución del poder en el sistema internacional. Hay nuevas alianzas –explícitas y menos visibles– que involucran a Europa, China, Rusia y otros poderes, que se preparan para un nuevo reparto de espacios y áreas de influencia.
Mientras tanto, Washington cuenta con escasos aliados –un debilitado Reino Unido, el más importante de ellos– y varios frentes de batalla, incluida la posibilidad de un recrudecimiento de atentados terroristas. Muchos países le deben mucho y es probable que los Estados Unidos, con una economía poderosa en capital tecnológico, humano, financiero y organizativo, con un poder militar que, a pesar de todo, no ha sido debilitado y con un pueblo que ha sabido sobrellevar tiempos extremadamente duros, se recupere y vuelva a liderar los asuntos globales. Pero, para entonces, mucho habrá cambiado y cualquier liderazgo tendrá lugar en un marco contrario a las hegemonías y al poder desmesurado. Tal vez la aprobación en la Asamblea General de la ONU de un pedido de poner fin al embargo económico y comercial contra Cuba, declarado por los Estados Unidos hace casi medio siglo, en una fecha cercana a la marcha sobre Washington, sea un síntoma anticipado de los tiempos que se avecinan.
* Decano, Estudios de Posgrado de la Universidad de Belgrano.
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