Mar 28.04.2009

EL MUNDO • SUBNOTA  › LOS MINISTROS Y LOS SIMPATIZANTES DE CORREA CELEBRARON HASTA TARDE

En Quito se festejó al ritmo de la salsa

› Por María Laura Carpineta

Desde Quito

Se acercaba la medianoche y la fiesta seguía. El escenario en donde había dado su discurso de victoria Rafael Correa anteanoche se había convertido en una pista de baile, en la que el ministro de Coordinación Política, Ricardo Patiño, daba cátedra de salsa. Hacía horas que casi toda la plana mayor del gobierno ecuatoriana bailaba, cantaba y se abrazaba para festejar una victoria histórica. Después de años y años de gobiernos tumbados por revueltas populares y gobiernos militares, un presidente ecuatoriano era reelegido por una mayoría abrumadora de votos. “Todos, todos estaban en contra del gobierno, pero por primera vez el gobierno representaba a un pueblo unido; y ese pueblo los derrotó”, gritó, casi sin voz, un enardecido Correa.

Su voz retumbaba en los parlantes distribuidos por la avenida de los Shyris, en la zona norte de Quito. El presidente disparó contra todos sus enemigos: los medios de comunicación, la Sociedad Inte-ramericana de Prensa (SIP), la vieja partidocracia y los monopolios económicos. “Hoy volvemos a decir, ¡hasta la victoria siempre! ¡Ni un paso atrás; hoy más radicales que nunca!”, sentenció Correa y la multitud respondió aplaudiendo y flameando cientos de banderas verde flúor y pancartas rojas con las caras del Che Guevara, Simón Bolívar y el prócer ecuatoriano Eloy Alfaro.

La celebración del domingo a la noche fue la viva prueba de que la llamada revolución ciudadana de Correa incluye no sólo a los pobres o a los militantes de izquierda. Señoras perfumadas y bien vestidas se mezclaban con jóvenes de los barrios periféricos y familias enteras del centro de Quito, que habían llevado a sus hijos para que conozcan al hombre que seguirá gobernando el país por cuatro años más.

Incluso los soldados, que formaban un cordón para evitar el ingreso de los simpatizantes a la sede central del partido oficialista cantaban, sin vergüenza y de memoria, la ya mítica canción al Che, “Hasta Siempre Comandante”. Uno de ellos es Germán, un soldado de 32 años que sonríe desde atrás del escudo transparente. No da su apellido porque está de servicio y no tiene permitido hacer declaraciones. Pero cuando su oficial se distrae, sale de detrás de su escudo y susurra que votó por Correa.

El presidente estaba totalmente agotado. Mientras casi todo su gabinete bailaba y se abrazada frenéticamente, empezó a sonar la canción oficial de la campaña y Correa se volvió a encender. Revitalizado, cantó a los gritos y arengando a todo el público el estribillo: “No queremos ser lo que un rico quiera, un pueblo de mendigos o una secta bananera; sí queremos ser una patria linda, libre y soberana con América latina”.

Cuando el himno correísta terminó, el mandatario saludó por última vez esa noche. “Festejen, festejen toda la noche, que mañana tenemos mucho trabajo que hacer”, dijo, emocionado, y se bajó del escenario. De fondo empezó a sonar la melodía de “Color Esperanza” de Diego Torres.

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