EL MUNDO • SUBNOTA › LA DESESPERACIóN DE FAMILIARES Y SOCORRISTAS POR LLEGAR A LA CIUDAD DE CONCEPCIóN
Un hombre que no tiene datos aún de su familia. Un bombero chileno que estaba en el Amazonas y dejó todo para ir a ayudar. Llegar al epicentro de la devastación tras el terremoto es una odisea, una carrera llena de obstáculos.
› Por Emilio Ruchansky
Desde Temuco, Chile
El paso Bariloche-Osorno es la única vía despejada y habilitada. “Sé que si voy por acá llego, aunque sea un poco más largo, todos van por Mendoza y eso complica más”, dice Roland Fritsch, un grandote de 2 metros que va a relevar al personal de bomberos, sin que nadie se lo pida. “¿Sabía que Chile es el único país del mundo que sólo tiene bomberos voluntarios? Es una tradición, yo soy bombero desde los 13 años”, comenta el hombre, mientras pelea por entrar en el asiento del micro. Estaba trabajando en el Amazonas cuando ocurrió el terremoto y hace dos días que no para de volar: Manaos, Belém, Brasilia, San Pablo, Buenos Aires, Bariloche y ahora el bus hasta Osorno. Y todavía bromea: “Tengo la sensación de que salí hace dos meses”.
Falta un buen tramo para llegar a Concepción, la segunda ciudad más poblada de Chile, donde los militares tomaron el control tras los saqueos. Allí, Fritsch fue capitán de bomberos y jugador de básquet (jugó en la selección de su país) y, además de sus ex compañeros de cuartel, lo espera su familia, que por suerte está a salvo. A cada rato le informan por medio de su blackberry cómo viene la situación. “Hay una réplica de 4,5”, dice en un momento sobresaltado. “En Temuco está bajo control, hay alojamiento”, agrega después. Y sigue: “El toque de queda en Concepción se alargó, oficialmente es de 20 a 12, extraoficialmente empieza a las seis de la tarde. Me dicen que la noche fue tranquila, no hubo descontrol”.
En el asiento de adelante va Cristian Marcelo Sánchez Santibáñez, un remisero que viene saltando de micro en micro desde Comodoro Rivadavia. Nada sabe de su ex esposa y de sus hijos, de 4 y 11 años, ni de sus padres. “Sé que tienen luz y agua, pero no me puedo comunicar con ellos”, dice el remisero. Temuco, Los Angeles, Chillán están por delante. Entre esas tres ciudades se debate el padre de familia desesperado por alcanzar esta noche el punto más cercano a Concepción. El bombero sabe algo de cada lugar: “La mitad de Los Angeles está en el piso, Temuco no porque es una ciudad de madera, pero Los Angeles tiene muchas casas de adobe. En Chillán quemaron varias casas y hay toque de queda, no conviene llegar de noche”.
Fritsch es ingeniero y trabaja para una compañía forestal. Hizo parte del plan antisísmico de Chile, dice que el plan no falló del todo, aunque admite que la policía y los militares tardaron en llegar. “La gente está enojada por eso, porque en el terremoto de 1960 cuidaron la calle más rápido y en el ’85 también. Todos somos generales después de la batalla, eso es cierto. Pero la verdad es que tendríamos que haber prevenido el estallido social, tenerlo en cuenta por más que parezca algo incalculable”, reconoce. Sánchez Santibáñez dice que Chile es un país ordenado, no entiende por qué se desbandó la gente. Trajo la plata que pudo para comprar agua y víveres para su familia. A cada rato llama, pero no consigue comunicarse.
“Si llego a Chillán puedo ir caminando a Concepción”, se envalentona el remisero; el bombero no tarda en sazonarlo con una pizca de realidad. “¡Estás loco, huevón! –le dice–. Son 180 kilómetros. Yo hago caminatas y con el mejor ritmo puedo hacer 40 kilómetros por día. Andá para Temuco, es lo más seguro.” Al remisero no le importa, ya llamó a su tía, a sus padres, a su ex y nada. Recién en la terminal de micros de Osorno logra contactar a su tía en Iquique. “Me dijo que mis hijos están bien, pero no sé cómo lo sabe, no tengo idea”, dice preocupado. Lleva caramelos, chocolates y unos cuantos alfajores que se chamuscaron en el viaje.
En la terminal, la lucha por un pasaje es intensa, todos quieren ir a Concepción. El bombero está admirado. Normalmente, asegura, cada vez que hay una catástrofe todo el mundo quiere irse. “Es lo que pasó en México, China, Turquía; pero acá pasa todo lo contrario. Los aviones y los micros van llenos de gente. Tengo amigos, casi todos bomberos, que se vienen de Sudá-frica, Estados Unidos, España para ayudar”, dice Fritsch, que va camino a Valdivia y hoy partirá a Concepción. Para él ya pasó lo peor, para el remisero lo peor estaría por venir: “Hasta que no abrace a mi familia no voy a poder dormir”, dice con el boleto a Temuco en mano. Consiguió el último asiento.
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