EL MUNDO
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Intimidades de una herencia
Por Juan Arias
Desde Río de Janeiro
El nuevo curso brasileño, bautizado como “la era de la esperanza”, produce sueños y euforia en los ciudadanos, mientras que en el nuevo gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva la palabra de orden es “realismo”. Y eso porque el nuevo presidente sabe muy bien lo que está debajo de la superficie. Por lo pronto, ha heredado un país endeudado hasta las cejas: la deuda pública es de 253.942 millones de dólares, y la interna, cinco veces mayor.
La deuda supone un 58 por ciento del Producto Bruto Interno (PBI). Para 2004 estaba previsto un crecimiento de la economía del 4 por ciento, estimación que ahora se redujo a un 1,5. La inflación, que fue siempre el demonio de este país hasta que el ex presidente Fernando Henrique Cardoso, con el Plan Real, consiguió bajarla a un dígito –lo que le valió la reelección en 1998–, se está disparando y alcanza ya los dos dígitos. La inflación real, según el índice general de precios, ha alcanzado el 20 por ciento, y las tasas de interés están en un 23 por ciento.
Hace ocho años, la reserva interior del país cubría el pago de la deuda de 2,2 años. Hoy, apenas si cubre ocho meses. El desempleo, con un 9 por ciento, es el más alto de los últimos 20 años. En el estado de San Pablo, que abarca el 45 por ciento de la mano de obra del país, la desocupación está llegando al 10 por ciento.
Brasil, que era la novena potencia industrial del mundo, ha bajado al undécimo lugar. Y si es verdad que Brasil es el mayor receptor de inversiones del mundo después de China –recogiendo el 32 por ciento de América latina– y que el total de las inversiones exteriores pasó de 2241 millones de dólares en 1994 a los 33.331 actuales, también es cierto que la subida del dólar, que ha rozado los cuatro reales, el aumento de la inflación y la gigantesca deuda del país han creado la preocupación de que la canilla pueda acabar cerrándose.
Pero el gran problema con el que Lula se va a enfrentar para llevar a cabo su programa de revolución social, poniendo su mirada en lo que falta a este país para salir del subdesarrollo y para colocar en el mercado a esos 50 millones de ciudadanos que viven en la pobreza, va a ser cómo conciliar la estabilidad con el cambio prometido. Cómo conciliar los sueños que ha despertado no sólo en las capas más desheredadas de la población, sino también en una parte muy importante del mundo empresarial, con las medidas restrictivas que sin duda tendrá que tomar. Ya comenzó pidiendo, en el primer Consejo de Ministros, una reducción del 10 por ciento del presupuesto de todos los ministerios. Y ya congeló durante un año la compra de cazas para la fuerza aérea, alegando que en este momento es más importante dar de comer a los que pasan hambre.
Lula va a saber que la mayor parte del presupuesto de la nación y de los 26 estados del país se perdía por el camino en corrupciones y privilegios para los menos necesitados. Un botón de muestra: la mayoría del presupuesto destinado a los pobres se había gastado en ayuda a la clase alta.
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