EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Eric Nepomuceno *
Ayer fue día de descanso para millones de brasileños. En Brasilia, sin embargo, se trabajó duro y mucho. Con puntualidad germánica la presidenta Dilma Rousseff llegó al Palacio do Planalto, sede del gobierno, a las nueve y veintisiete de la mañana. Tres minutos después tuvo su primera reunión presidencial, con el príncipe Felipe de Asturias, heredero de la corona española. Cuarenta minutos después –y ahora con puntualidad brasileña, es decir, diez minutos de retraso– se reunió con el presidente uruguayo José Mujica. Hubo otras cinco reuniones, todas con media hora de duración, de Dilma con los mandatarios de Corea del Sur y Portugal, con el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, el primer vicepresidente cubano José Ramón Machado Ventura, y con el ex primer ministro japonés Taro Aso. Poco después de las dos de la tarde Dilma Rousseff volvió a la Granja do Torto, su residencia provisoria.
El asesor especial para asuntos internacionales de la presidencia, Marco Aurelio García, anunció que el primer viaje internacional de la presidenta brasileña será hacia Argentina y Uruguay. Luego irá a China, a Estados Unidos y a varios países europeos, entre los cuales Bulgaria, tierra natal de su padre, Petar Rusév.
En su primera jornada de trabajo, Dilma vio frustradas dos reuniones programadas para ser significativas. Evo Morales, presidente de Bolivia, a última hora suspendió su viaje a Brasil, argumentando que la tensa situación interna recomendaba su permanencia en La Paz. Hugo Chávez, presidente de Venezuela, ha sido una de las estrellas en el cóctel ofrecido por Dilma Rousseff en la cancillería, el sábado por la noche.Pero argumentando problemas urgentes voló de regreso a Caracas aquella misma noche. Algunos asesores de la presidenta aseguraron que Dilma “supo comprender las razones” de sus dos colegas. Curiosamente, ninguno de esos asesores supo explicar las razones de Chávez para su inesperado regreso a Venezuela.
El domingo de estreno de Dilma en la presidencia se extenderá por esta primera semana, que viene cercada de expectativas. El eje principal de las atenciones está puesto en los cortes que serán determinados en el presupuesto de la nación para 2011. Será –dicen los especialistas en previsiones preocupantes que luego, en general, no se cumplen– la primera prueba de fuego de la nueva presidenta, que deberá cortar entre 25 y 30 mil millones de reales (entre 57 y 69 mil millones de pesos), lo que reduciría a poco más de la mitad la capacidad del gobierno de realizar inversiones.
Sin embargo, nada será suficientemente fuerte para diluir las imágenes del primer día del año, cuando Dilma Rousseff asumió la presidencia. Un aguacero bíblico hizo que el público reunido en la Plaza de los Tres Poderes apenas superase la mitad de las 100 mil personas esperadas. Eso significa que más de 50 mil aguantaron bajo una lluvia feroz para saludar a Dilma. Fueron siete horas seguidas de actos, solemnidades, discursos y un agitado cóctel en la cancillería. En la mitad de la fiesta dejó de llover. El cielo escampó el tiempo justo para que Dilma hablase a la multitud y para que luego bajase la rampa del imponente Palacio do Planalto acompañando a Lula para despedirlo.
El más emotivo de los presidentes brasileños terminó sus ocho años de mandato exactamente como había empezado, el 1º de enero de 2003: llevando su escolta a la más pura desesperación. Tan pronto Dilma se dio vuelta para subir la misma rampa y atender a sus invitados, Lula –en lugar de entrar en el coche oficial que lo llevaría al aeropuerto– cruzó la calle, eludió rápidamente a la seguridad y fue abrazar a la gente. Por ser el más emotivo, ha sido también el más llorón de todos los presidentes. La imagen de Lula llorando y abrazándose con populares que también lloraban marcó el fin de una etapa. Lula se fue y al rato volvió a llover fuerte.
La imagen de Dilma Rousseff discur-seando en el Congreso y prestando homenaje a los muertos de su generación –caídos combatiendo la dictadura– también tuvo un ligero embargo de voz y de ojos en lágrimas. “No tengo ningún arrepentimiento, pero tampoco tengo resentimiento y rencor”, dijo Dilma profundamente emocionada. Todos aplaudieron vehementemente. Todos, menos tres de los que allí estaban: los comandantes de las tres armas. Bastante significativas sus miradas heladas. Bastante significativos los aplausos del público.
Luego vino el cóctel, y vinieron los encuentros y reencuentros, y la fiesta se acabó. Ayer empezó la vida real otra vez.
- Fueron dos mil personas reunidas en el magnífico Palacio do Itamaraty, una de las más bellas obras de Oscar Niemeyer. Además de autoridades y los buscapuestos comunes en esa clase de evento, llamaban la atención algunas mesas que reunían señoras y señores canosos y especialmente contentos. Eran antiguos militantes que se opusieron a la dictadura (1964-1985) y sobrevivieron. La noche anterior, Dilma se había reunido en privado con sus compañeras de celda. Fue emoción pura, que culminó –dijo un asesor directo de la nueva presidenta– con todas ellas evocando a pleno pulmón una consigna sepultada hace más de tres décadas y media: “Osar luchar, osar vencer”. Todas mujeres. Todas sobrevivientes. Todas osaron y son, en fin, vencedoras.
- En una de esas mesas estaban Angela Pezzuti, condenada a 28 años de cárcel y amnistiada en 1979 , al lado de Maria do Carmo Brito, la primera mujer en asumir el mando máximo de una organización militar, y de su biógrafa, la escritora Martha Vianna. Quien se acercó al trío fue Fernando Pimentel. Hizo un saludo formal a María do Carmo, presentándose y pidiendo permiso para sentarse. Pimental había sido uno de los comandados de ella. Cayó preso a los 18 años. El es el nuevo ministro de Desarrollo, Industria y Comercio Exterior del gobierno de Dilma (quien, a propósito, también fue una de las comandadas por María do Carmo).
- En un salón especialmente reservado para visitantes extranjeros, la gran sorpresa fue la extrema cordialidad entre la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, y el presidente venezolano Hugo Chávez. En un momento de profunda tensión entre los dos gobiernos, Hillary y Chávez parecían –en palabras de un testigo– “dos antiguos novios que se reencuentran en una celebración colegial”.
* Escritor y periodista.
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