Mié 02.02.2011

EL MUNDO • SUBNOTA  › REED BRODY, CONSULTOR DE HRW, MIEMBRO DE LA COMISIóN DE DERECHOS HUMANOS DE LA ONU

“Se toleró que Egipto no respete los DD.HH.”

La organización humanitaria Human Rights Watch denunció en un informe presentado en Bruselas la política de “mano de seda” de Occidente con dictaduras como la de Hosni Mubarak o el tunecino Ben Alí.

› Por Eduardo Febbro

Desde París

Los dirigentes y la prensa occidental descubren con una azarosa inquietud que el presidente de Túnez, Ben Alí, y el de Egipto, Hosni Mubarak, eran dictadores. Durante las revueltas en Túnez y en Egipto, Washington y los países de la Unión Europea se mostraron más preocupados por encontrar una fórmula para administrar la situación antes que tomar en cuenta la lucha que acababan de lanzar los pueblos. En los últimos dos días, los editoriales de la prensa europea se llenaron del calificativo “dictador”. Y sin embargo, Mubarak y Ben Alí llevaban más de una década a la cabeza de un poder represivo y dictatorial. Frente a ellos tuvieron un bloque de países democráticos que, en nombre de sus intereses, mantuvieron una política de “mano de seda”. Esa práctica puede declinarse en otras fórmulas como “diálogo constructivo” o “diálogo crítico”, etc., etc., etc. La organización de defensa de los derechos humanos Human Rights Watch denunció en un informe presentado en Bruselas esa política de tolerancia que consiste en “anteponer el diálogo y la cooperación” a todo tipo de presión pública. El abogado norteamericano Reed Brody lleva muchos años defendiendo a las víctimas de los regímenes represivos. Consultor jurídico de HRW, miembro de la Comisión Internacional de Juristas y de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, Reed Brody fue uno de los primeros en denunciar, a partir de 2004, los abusos que se cometían en la cárcel iraquí de Abu Ghraib, así como la desaparición de supuestos miembros de Al Qaida. En esta entrevista con Página/12 y con el telón de fondo de la revuelta egipcia, Reed Brody reitera hasta qué punto Occidente y hasta los países emergentes van dejando en el camino la defensa de los derechos humanos a cambio de sus intereses.

–Asistimos a una época desdoblada. Los pueblos se rebelan mientras que las grandes capitales de Occidente parecen afectadas por el síndrome del silencio, como si el desorden provocado por las demandas de libertad no les conviniera.

–Los países que antes eran los campeones de los derechos humanos, que solían hacer críticas constantes contra las violaciones, esos países se callaron. La Unión Europea, los Estados Unidos y la misma ONU. El secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, se felicitó por no haber hablado de derechos humanos en China. Las voces de esos países y de esas instancias casi no se escuchan. Muchas veces dan el pretexto de que están dialogando, o que están comprometidos con ciertos principios, pero son sólo excusas para no hacer nada con respecto a los derechos humanos. Eso lo vemos mucho con la Unión Europea o con el secretario general de las Naciones Unidas. Casi nunca aprovechan las oportunidades para defender los derechos humanos. Hoy cuesta recordar la época en que las críticas a las represiones o a las violaciones eran mucho más frecuentes y hasta más normales en la vía diplomática. Hoy constatamos una actitud obsequiosa hacia muchos gobiernos autócratas a la vez que una cobardía prácticamente universal frente a la represión cada vez más fuerte de las libertades fundamentales en China. Los gobiernos ya casi no critican como antes. El afán de diálogo reemplazó a las críticas.

–Para usted, esa política de guantes de seda conduce al fracaso. El apoyo al diálogo y la cooperación con los gobiernos represivos no desemboca en cambios democráticos.

–La diplomacia silenciosa o el diálogo tienen su lugar y pueden dar frutos. Pero la mayor parte de las veces esa política sólo sirve para no incomodar, para no perturbar las relaciones comerciales, la geopolítica. Es difícil encontrar o destacar situaciones en donde la diplomacia haya dado sus frutos. Se produce más bien lo contrario.

–Con el caso del presidente egipcio Hosni Mubarak tenemos un ejemplo en primer plano de las consecuencias de esa política. Treinta años de dictadura durante los cuales los países occidentales mantuvieron relaciones como si Egipto fuese una democracia ejemplar.

–Egipto es un país que no tiene democracia, donde la tortura policial y la violencia eran sistemáticas, y que goza de buenas relaciones con los países occidentales. En este momento los países están descubriendo su propia voz. Pero durante décadas y décadas, como Egipto era un fiel aliado de Occidente en Medio Oriente, no se hablaba mucho de lo que pasaba, no se decía lo necesario. Hace unos meses, cuando Francia organizó en la ciudad de Niza la cumbre francoafricana, yo estaba allí y el presidente Sarkozy tuteaba a su “gran amigo Hosni”. Hasta hace unos pocos días, el vicepresidente norteamericano, Joe Biden, decía que Mubarak no era un dictador. Ese fue el lenguaje que se usó durante muchos años. Debo reconocer que se trata de un fenómeno que ha ido en aumento en los últimos años. La política de tolerancia hacia Egipto data de mucho tiempo pero es un buen ejemplo de cómo los países que se consideran los campeones de los derechos humanos no defienden esos derechos cuando sus intereses están en juego. Creo que se trata de una mala interpretación de lo que es la realpolitik. Se puede asumir una política internacional realista defendiendo los derechos humanos. Una China que respeta los derechos humanos va en el interés de todos. Hoy le corresponde al pueblo egipcio reclamar sus derechos. Es obvio que los otros países van a estar más dispuestos a solidarizarse con un pueblo que lucha, que reclama. Pero también es muy importante dar apoyo a quienes luchan por la democracia en los momentos difíciles. El recuerdo de la Argentina sigue patente en mí. Me acuerdo cuando Raúl Alfonsín vino a la tribuna de la ONU en Ginebra. Alfonsín agradeció a quienes no se callaron durante la dictadura, a quienes estuvieron al lado del pueblo argentino en sus momentos más difíciles.

–Esa política de mano de seda va más allá de los países de la esfera puramente europea o norteamericana. Los países emergentes no están exentos de reproches.

–Eso es un verdadero drama: países democráticos no alzan la voz para defender, para los otros pueblos, los derechos por cuya reconquista estos países lucharon durante muchos años. Muchos países emergentes carecen de una política exterior que sea el reflejo de sus valores. Pero es siempre bueno para un país ponerse del lado de la democracia, del pueblo y de los derechos humanos.

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