EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Robert Fisk *
Desde El Cairo
Los policías le dispararon en la espalda a Marian, de 16 años, el 28 de enero pasado, en un tiroteo desde el techo de la estación policial de Saida Zeinab, en los suburbios de la ciudad vieja de El Cairo, en medio del clima de la violencia que el gobierno de Mubarak utilizó para sofocar la revolución.
Ella se había acercado a la estación policial con otros cientos de chicos y chicas que viven en la calle para exigir la liberación de su amigo, Ismail Yassin, de 16 años, que había sido arrastrado dentro del edificio de la fuerza. Algunos de los chicos que participaron de la protesta no alcanzaban los nueve años. Quizá fue esa la razón por la que el primer policía que, desde el techo de la estación, abrió fuego lo hizo con el disparo de balas de goma al aire.
Luego le disparó a Marian, que estaba sacando fotos con el celular cuando cayó al suelo con una bala en la espalda. Los otros chicos la llevaron al hospital Mounira, donde aparentemente no quisieron atenderla. Finalmente la operaron en el hospital Ahmed Maher.
Ismail fue liberado. Una vez afuera, corrió hasta la plaza Tahrir, donde los manifestantes en contra del gobierno de Mubarak estaban siendo atacados por hombres armados. Se estaba preguntando sobre lo que ocurría allí y su comparación con la violencia que viven los sin techo en El Cairo, cuando un desconocido le disparó en la cabeza y lo mató.
Los cerca de 50 mil chicos y chicas que viven en la calle en El Cairo están por todos lados en la capital. Son la vergüenza de Mubarak, el legado nunca dicho, el desecho de los pobres e indefensos. Huérfanos y marginados, aspiradores de pegamento, muchos de ellos adictos a otras drogas, pequeños de hasta cinco años. Las niñas muchas veces son detenidas y, según los trabajadores sociales que suelen trabajar con ellos, abusadas sexualmente por la policía.
Las estadísticas del gobierno egipcio sostienen que son sólo cinco mil chicos y chicas que viven en las calles, una cifra que las organizaciones no gubernamentales locales califican como una fantasía más de Mubarak para cubrir un escándalo diez veces mayor.
Muchos de ellos denunciaron que las brigadas pro Mubarak los reclutaron de las calles para arrojarles piedras a los manifestantes que reclamaban por la renuncia del ahora ex presidente. Según Caridad local, cerca de 12 mil pequeños fueron rescatados de los bandos a favor de Mubarak.
“Les decían que su deber, algo así como un acto patriótico, era tirar piedras a los manifestantes”, explicó una médica egipcia en Saida Zeinab. Según la profesional, muchos niños y niñas recibieron impactos de balas de goma de parte de la policía mientras participaban de las protestas en contra del régimen. Ella asistió a al menos 12 chicos con heridas causadas por armas policiales.
Ahmed no está seguro de si tiene 18 o 19 años. Probablemente sea muchísimo menor. Vio cuando le dispararon a Marian. Es tímido y, días después de lo ocurrido, sigue teniendo miedo. Aún cuando la estación policial fue prendida fuego por barriadas enardecidas de furia la misma noche en que asesinaron a la pequeña. “Esa noche había demasiada gente en la calle, tirando piedras al edificio policial. Tiraban todos, familias enteras. Es que todo el mundo odia a la policía aquí”, explicó.
Ahmed junta monedas de lo que recibe de cada auto al que le limpia el parabrisas en los semáforos y duerme en la calle, pero no de noche. Trata de quedarse despierto para que los ladrones no lo asalten.
Muchos de los chicos fueron absorbidos por el torbellino de la revolución, que los empujó a seguir a las multitudes sólo guiados por las ansias de aventura. Mohamed tiene sólo nueve años y recuerdos confusos de la revolución que derrocó a Mubarak. En medio de las revueltas, él y su amigo fueron atacados por tres hombres que querían robarles dinero. Luego del asalto, continuaron observando las manifestaciones, hasta que empezaron a tirar piedras. “Agarré una piedra del piso, después otra y otra, y las tiraba a la gente que le decía ‘No’ a Mubarak”, comentó Mohamed.
Varios de estos chicos evaden algunas veces hablar del trato que les propicia la policía. Por supuesto, siguen teniendo miedo. Los trabajadores sociales que los asisten en los refugios hablaron de abuso de los policías, que algunas veces obligan a los chicos e incluso les roban dinero.
Los chicos y chicas de la calle de El Cairo se mueven en grupo. Aprovechan los desayunos de los refugios cuando éstos les abren sus puertas gratuitamente; adoptan perritos y tratan, como niños bien educados, de usar las computadoras donadas por la caridad internacional. Pero ninguno de los que conocí sabe leer –muchos ni siquiera pueden escribir su nombre–. Muchos son huérfanos o semiabandonados por sus padres, aunque también hay muchos que trabajan en las calles forzados por sus familias. Hace tiempo que las enfermedades no les son curadas. La muerte nada importa. El cuerpo de Ismail Yassin, convertido ahora en mártir de la revolución egipcia, aún continúa guardado en la morgue del hospital. Nadie reclamó por él.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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