EL MUNDO
• SUBNOTA › OPINION
La lógica de los halcones
Por Claudio Uriarte
Esta no es la primera vez que una ola de pacifismo popular europeo contradice el diktat militar estratégico de Estados Unidos. Otra fue la crisis de 1981-1983, donde una coalición amplísima salió a las calles para resistir el emplazamiento de los misiles estadounidenses de alcance medio Cruise y Persing 2 en varios países de la OTAN. La diferencia es que en 1981-1983 había sido la Alemania del socialdemócrata Helmut Schmidt la que había pedido el emplazamiento de los euromisiles, mientras que ahora Alemania, Francia y Bélgica están en oposición a EE.UU. Entre tanto operó, claro, la implosión de la ex URSS, que dejó sin misión ni contenido a una OTAN que antes había prevalecido sobre la opinión de parte importante de sus propios pueblos, y emplazado los euromisiles de prepo. Pero contra lo que pueda parecer, la parálisis en la OTAN y en la ONU, junto al hecho significativo de que el rechazo popular a la guerra es más alto en los Estados europeos que han tomado posición a favor de ella –Gran Bretaña, Italia y España–, pueden reforzar, y no debilitar, la perversa lógica de inevitabilidad del conflicto. En otras palabras, los halcones pueden estar ganando en el único lugar que decide a estas horas: el gabinete de guerra de George W. Bush.
Viendo los últimos 10 días en retrospectiva, es difícil evitar la sospecha de que parte del levantamiento diplomático antinorteamericano fue provocado –si no alentado de manera explícita– por el sector del gabinete más resueltamente favorable a una acción unilateralista: los halcones civiles del Pentágono. Desde hace varios meses, el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, jefe de esta facción, libra una guerra de guerrillas intergubernamental con el secretario de Estado Colin Powell, proclive a consensuar con la OTAN y buscar el apoyo de la ONU. Esta semana, la estrategia de Powell sufrió dos ignominiosas derrotas: Alemania, Francia y Bélgica pararon cuatro veces, en la OTAN, la concesión a Turquía de ayuda defensiva (misiles antimisiles Patriot y aviones de reconocimiento AWACS), y el viernes, el secretario de Estado fue desairado en la ONU por encendidos –y aplaudidos– discursos antibelicistas de los cancilleres de Francia y Rusia, dos países con poder de veto del Consejo de Seguridad. Es decir que la opción de una guerra santificada por la ONU parece bloqueada, mientras la OTAN ya está trabada por el veto de los tres países. Cabe advertir, en este último caso, que Turquía podía haber pedido su ayuda a EE.UU., que es quien fabrica las armas pedidas en primer lugar; que las haya pedido a una OTAN que ya se sabía que estaba fracturada induce a sospechar que fue el Pentágono el que precipitó la crisis, de modo de perder lastre –y futuros reivindicadores posibles de un pedazo de la torta petrolera iraquí, como Francia– y avanzar más rápido.
Esto no tendría importancia si EE.UU. estuviera en la guerra falsa del año pasado, en que se multiplicaban las declaraciones pero no se movilizaban tropas, y todo concurría en pos de un cínico objetivo electoral. Pero ahora todo ha cambiado: el despliegue militar estadounidense en el Golfo Pérsico está cercano a los 130.000 efectivos, fueron convocados 90.000 reservistas y Gran Bretaña ha comprometido 30.000 tropas. Replegar esa fuerza ahora, después de todo el gasto y todas las amenazas, convertiría al cowboy de la Casa Blanca en el hazmerreír del mundo. Y el tiempo corre contra EE.UU.: cuanto más se demore el inicio de las acciones, más se cerrará su ventana de ventaja militar, y más crecerá el movimiento pacifista que se desplegó espectacularmente ayer, con lo cual las posiciones probélicas de aliados como los gobiernos de Gran Bretaña, España e Italia se debilitarán. De allí el doble sentido de lo que dijo Tony Blair ayer en Glasgow: “Los inspectores tienen tiempo hasta el 28 de febrero”. Exacto: porque el 28 es la fecha en que el dispositivo anglonorteamericano en el Golfo estará básicamente completo.
Nota madre
Subnotas
-
La lógica de los halcones