EL MUNDO • SUBNOTA › LA REACCIóN EN EL BASTIóN OPOSITOR DE BENGHAZI
› Por Daniel Howden *
Después de la medianoche, el persistente tiroteo que se convirtió en canción de cuna de Benghazi se intensificó de repente. Grandes ráfagas sacudieron el frente que mira al mar, los teléfonos celulares comenzaron a sonar y los autos pegaron chirridos en las calles. Afuera del mercado cerrado, dos soldados rebeldes en jeans salieron a los saltos de sus encondites y comenzaron a disparar al cielo nocturno. “¡Dios es genial! –gritaron–. ¡Muerte a Khadafi, muerte a sus hijos!”
La confusión sobre quién había muerto reinó al principio. Entre aquellos que se abrazaron en las calles, algunos pensaron que era el graduado de la Escuela de Economía de Londres, Saif al Islam. Pero la noticia de que el régimen culpaba a la OTAN del asesinato de Saif al Arab –el hermano menor de aquel graduado– y de tres nietos de Khadafi, se esparció rápidamente por la Libia rebelde. Fuegos artificiales se mezclaron en el cielo con disparos momentáneos en el centro de la ciudad. Allí, los rebeldes comenzaron a detonar sin pausa pilas enteras de municiones que estaban siendo reservadas para defender al puerto del ejército del régimen, que se encontraba a una hora de distancia en Brega, tan sólo para festejar la alegría de la muerte de un enemigo. Sin embargo, la exuberancia de la noche anterior comenzó a ser reemplazada por un pesado aire de escepticismo, que llegó con el amanecer.
En el Juzgado de Benghazi, una institución que juega un rol central en la revolución, comenzaron a escucharse oscuros murmullos de conspiración. Mustafa Gheriani, quien ya ha jugado papeles fundamentales en el Consejo Nacional de Transición, el gobierno alternativo de Libia, se rehusó a aceptar la muerte de los Khadafi. “No creemos realmente en nada de eso. Khadafi no es de confiar”, apuntó.
Sentado en una oficina decorada con caricaturas que se burlan del autoproclamado líder libio –los dibujos lo califican de asesino en 15 idiomas–, Gheriani consideró que la muerte de Saif al Arab no era más que otra propaganda del régimen. “Estuve viendo la televisión estatal y ni siquiera interrumpieron el show que estaba al aire en el momento de la supuesta muerte. Sólo integraron un titular a la pantalla que anunció lo que había ocurrido”, explicó el hombre. “El mundo del régimen debería haberse vuelto loco si uno de sus niños estuviera realmente muerto. Ha pasado en 1986, cuando falleció la hija de Khadafi. No creemos que realmente haya sucedido nada de lo que dijeron”, añadió.
En los suburbios de Benghazi, territorio en donde sobreviven miles de familias que fueron desplazadas de sus hogares por la guerra, Ibrahim Boujuful estaba sentado, rodeado de portarretratos de sus hijos y sobrinos muertos. “Sentimos la muerte de cada libio que ya no está. Si Khadafi está triste, eso es bueno. Nosotros también lo estuvimos”, apuntó el hombre de 57 años, ex funcionario de inmigración del gobierno, quien ofreció café e información a líderes de la OTAN para que pudieran continuar con los ataques aéreos. “No hay cirugía sin sangre –concluyó–. Cuantos más ataques haya, más corta será la guerra. Agradecemos a la OTAN.”
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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