EL MUNDO • SUBNOTA › PERFIL DEL JEFE NARCO QUE CONTROLABA LA FAVELA ROCINHA
› Por Eric Nepomuceno
Antonio Francisco Bonfim Lopes tiene 35 años. Es padre de siete hijos de tres mujeres distintas, dos de ellos adoptados. Cuando llegó a la prisión, lo primero que hizo ha sido llamar a su mamá. Pidió que le cuidara a los niños.
Lo detuvieron en los primeros minutos de ayer, en el elegante barrio de Lagoa, en Río, acurrucado en el baúl de un Toyota Corolla negro. Ni él ni sus acompañantes –un abogado, un hombre cuya función no ha sido aclarada, y un motorista– ofrecieron resistencia. Lo que sí ofrecieron fue propina para escapar. Primero, 30 mil reales (unos 17 mil dólares). Frente a la impasibilidad de los policías, entendieron que la mano venía dura y aumentaron la oferta: un millón de reales (unos 570 mil dólares). Ni modo: al contrario de todo a lo que estaban acostumbrados, no hubo arreglo. Y por primera vez en la vida, Antonio Francisco Bonfim Lopes fue esposado, tirado en un coche de la policía y llevado a una comisaría. Ayer por la tarde fue conducido a una penitenciaría de seguridad. Bueno, eso de seguridad es un decir: allí adentro encontrará enemigos y desafectos. Su vida seguirá en riesgo, de la misma forma que vivió al borde del precipicio desde por lo menos los últimos siete años.
Si alguien pregunta en las favelas de Río por Antonio Francisco, lo más probable es que nadie sepa de quién se trata. Pero con mencionar su apodo –Nem– será suficiente para despertar temor y respeto. Hasta la noche del miércoles era el hombre que, al frente de un grupo de por lo menos 300 traficantes, controlaba la Rocinha, la favela-emblema de la ciudad, una comunidad de unas 80 mil personas. Desde que asumió, en 2005, el control del tráfico de drogas en la Rocinha, impuso un cambio radical en los métodos de relacionarse con la policía y la comunidad, mientras expandía el poder de sus negocios, que iban de la droga a casi todo. Hasta las sectas evangélicas que viven de extirpar el dinero de los fieles le pagaban su cuota de seguridad.
Antes de que todo eso ocurriese, en sus tiempos de ser Antonio Francisco y nada más, Nem fue funcionario modelo de una empresa de telecomunicaciones. Vivía en la Rocinha, pero sin tener contacto con el tráfico: era un habitante más. Cierto día, con un hijo muy enfermo, hizo lo que todos los vecinos hacían: recurrió a “Bem-te-vi”, el traficante con nombre de pajarito que controlaba la favela. Logró el dinero y un puesto en el círculo de confianza del jefazo. Antes de ser muerto por la policía, Bem-te-vi dejó a Nem un encargo: asesinar a su socio y asumir el negocio, y con el negocio, toda la comunidad.
Al cumplir el mandado, Nem introdujo novedades: pasó a cohibir robos y asaltos en las vecindades de la favela, compró policías corruptos, impuso una severa ley de orden y tranquilidad. Se hizo benefactor de los vecinos, promovía fiestas, distribuía dinero y medicinas, atendía a todos. Un hombre bueno y tranquilo. Que también destrozaba rivales y desobedientes, esparciendo cadáveres, distribuyendo pánico y horror.
Vivía en una mansión amplia, con sala de gimnasia, salón de fiestas, una terraza con vista al mar. A menos de 400 metros tenía su microondas, es decir, el lugar donde ponía dentro de una pila de llantas a los condenados a la muerte. Y prendía fuego, y se quedaba viéndolos quemarse vivos. Un sujeto efectivamente peculiar.
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