EL MUNDO
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Manual para ganar amigos
› Por Martín Granovsky
Más que listos, enojados. Testimonios recogidos por la Far East Review, una prestigiosa revista con base en Hong Kong, sirve para entender (algo) la lógica de Saddam Hussein vista por sus simpatizantes en el mundo musulmán. En Indonesia vive la mayor comunidad islámica del mundo. Ubaidilllah, un muchacho de 26 años que viste una camiseta del Arsenal pero dice que “es solo fútbol”, ya se alistó en el Frente de Defensa del Islam, una organización fundamentalista, para formar milicias y combatir en Irak con Hussein. Junto con él se anotaron otros 500 jóvenes. Seguramente ninguno llegará hasta Bagdad pero la cifra revela el estado de ánimo entre los musulmanes. Los indonesios todavía recuerdan en atentado contra la discoteca de Bali, que dejó 200 muertos. Habib Muhamad Riziez, jefe del Frente, lo reactivó a principios de marzo para aprovechar la ola de indignación contra los Estados Unidos, y lo mismo sucedió con el Partido de la Lucha y el Movimiento Juvenil Islámico. “La mejor forma de parar la guerra es una guerra contra los Estados Unidos, no la diplomacia”, cita la revista a Rizieq, y cuenta que el dirigente habla con un afiche de Osama Bin Laden como fondo. ¿Por qué los voluntarios no van a Bagdad? “Porque Saddam es un caballero, y como está ganando la guerra no quiere exponernos al peligro”, explica, inexplicablemente, el jefe de los islamistas.
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Por qué tantos. El fundamentalismo de Bush puede provocar la expansión del fundamentalismo islámico ya existente. En una entrevista publicada por el semanario francés Le Nouvel Observateur, el arabista de origen marroquí Abdou Filali-Ansary explica que el radicalismo islámico creció porque las funciones tradicionales de educación y transmisión de saber pasaron poco a poco a las mezquitas, que así se convirtieron en el escenario del debate político. Por un lado, los gobiernos buscan utilizar a la mezquita para controlar al pueblo. Por otro, los opositores al poder usan a la mezquita como el único lugar posible donde expresarse ante la falta de libertades. Y entonces el debate toma el lenguaje de la religión. Según Filali-Ansary, “eso explica también por qué los movimientos integristas más poderosos se desarrollan en los Estados donde la política carece de un espacio autónomo y no hay ni partidos políticos ni sindicatos ni periodismo libre”. En esas situaciones, y a pesar de lo que creen los analistas más superficiales de Occidente, los fundamentalistas no están interesados sobre todo en la religión. Su gran objetivo es la conquista del poder político.
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En EE.UU. lo quieren. Encuesta de The Washington Post y ABC News: George W. Bush recoge un 71 por ciento de imagen positiva, nueve de cada diez norteamericanos piensan que su país ganará la guerra, siete de cada diez piensan que no es necesario encontrar armas químicas o biológicas en Irak para justificar la guerra y ocho de cada diez esperan muchas bajas en la batalla final por Bagdad.
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