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El revólver angloamericano en la cabeza del régimen
› Por Claudio Uriarte
Aunque la mirada de Occidente esté correctamente concentrada en Bagdad, las principales novedades militares de ayer fueron la caída de Kerbala -en el camino a Bagdad– y la ruptura británica de las líneas defensivas en la crítica ciudad sureña de Basora, en un avance relativamente indoloro. Esto no es decisivo, pero ayuda a contribuir a la decisión.
La coyuntura es una inversión del plan inicial. Anteriormente se pensaba que Basora, poblada por chiítas mayoritariamente hostiles a Saddam Hussein. iba a caer primero, y la deserción de la Guardia Republicana y las escenas de júbilo de la población iban a sentar un antecedente propagandístico multiplicador para facilitar la toma del resto del país. Pero los civiles de Basora, aterrados por la Guardia Republicana y por los irregulares de Saddam, y desconfiados de los norteamericanos, fueron renuentes a cumplir tan halagadora fantasía.
La inesperada resistencia encontrada por los estadounidenses en el sur causó un cambio de estrategia: el ataque, de ser relativamente lineal y progresivo, se concentró en Bagdad. Era cierto que la línea de suministros logísticos desde el sur hasta Bagdad era tenue, vulnerable y se desflecaba, pero el jueves de la semana pasada, en una rápida improvisación, Donald Rumsfeld, secretario de Defensa norteamericano, subsanó esa falla al tomar con 1000 hombres el Aeropuerto Internacional Saddam Hussein (ahora rebautizado Aeropuerto Internacional de Bagdad). Con eso puede esperarse, en las próximas horas, un masivo desembarco de tropas aerotransportadas para sostener la ofensiva contra Bagdad. Las fuerzas invasoras recuperaron su papel ofensivo, aunque todavía no es claro por qué el régimen no eligió dinamitar previamente las pistas de aterrizaje, ni resistió su ocupación con los agentes químicos y bacteriológicos que sin duda posee.
De esta manera, la conquista de una ventaja estratégica a 20 kilómetros de la capital, y su subrayamiento anteayer por el paseo de una división de tanques estadounidenses en las afueras de la capital, puede haber impulsado el debilitamiento de las defensas (y de la voluntad de lucha) en el sur. Si cae Basora, el efecto multiplicador añorado al comienzo podría cumplirse: Bagdad, después de todo, también forma parte de la zona chiíta de Irak. De hecho, algo poco claro es la decisión de Saddam Hussein de desplazar, en los días previos a la toma del aeropuerto, dos de sus divisiones bagdadíes hacia el sur del país. Esa decisión –que, como casi todas las de Saddam, lleva el sello de lo imprevisto– puede haber ayudado a trabar temporariamente el avance de las fuerzas invasoras angloestadounidenses desde el sur, pero a un plazo más largo dejó flancos abiertos en la defensa de Bagdad, la incuestionable “joya de la corona” del régimen. De este modo, la ventaja lograda pudo traducirse en la aproximación del revólver estadounidense a la cabeza del régimen. Así, Rumsfeld habría logrado traducir sus tropiezos iniciales en el sur en una maniobra de yudo en el centro del país. Esto, hasta ahora.
Las fuerzas iraquíes combatieron bien. Con un potencial militar patético, han logrado que la blitzkrieg de siete días se haya prolongado a 18, y todavía quede mucho duro por venir. Pero los norteamericanos también combatieron bien. En poco más de dos semanas, se aseguraron los accesos a la capital.
Por el momento, las dos partes están haciendo lo que tienen que hacer. Los anglonorteamericanos bombardean y cercan las ciudades, y los iraquíes les presentan una encarnizada resistencia terrestre. En Bagdad, es previsible que haya más bombardeos de ablandamiento hasta la ofensiva terrestre final: las dos operaciones no pueden simultaneizarse, porque los norteamericanos caerían víctimas de su propio fuego. Por el momento, parecen seguir esperando que el régimen colapse desde adentro. La esperanza no es frívola ni inmotivada: las apariciones televisivas recientes de Saddam Hussein parecieron claramente falsificaciones, y tienesentido evitar la sangría mutua de una lucha calle por calle, casa por casa. Pero el asedio no puede prolongarse indefinidamente, sobre todo cuando no es un asedio en regla: la luz, el teléfono, el gas y el agua no han sido cortados. Desde el lado iraquí, tiene sentido resistir aunque el único objetivo sea ganar tiempo. En realidad, su único objetivo es ganar tiempo, en la esperanza de que las bajas angloamericanas tuerzan el apoyo interno de estadounidenses e ingleses a la guerra, y el calor y las tormentas de arena del verano que se acerca compliquen las operaciones angloamericanas.
Después de la espectacular conquista del aeropuerto, y del no menos espectacular paseo de los tanques por las afueras de Bagdad, podría imponerse una pausa en la batalla, puntuada por bombardeos constantes. Eso tendría el sentido de seguir debilitando el interior del régimen iraquí. Al mismo tiempo, las fuerzas kurdas, con apoyo de tropas especiales y bombardeos estadounidenses, están logrando algunos avances en el norte. Pero su prueba de fuego puede venir en ciudades como Kirkuk, donde la limpieza étnica de Saddam y la concesión de privilegios extraordinarios a la minoría sunnita de la que él forma parte darán a la defensa formidables motivos para resistir.
Por lo que todo termina de vuelta en Bagdad, y en la estrategia rumsfeldiana de decapitación del régimen. Un objetivo que no sabemos si no se ha cumplido. Saddam puede haber muerto o estar seriamente incapacitado, y la guerra puede haber sido librada por su clan –encabezado por sus hijos, Uday y Qusay– y por el Estado Mayor de un ejército que dista de ser incompetente. En este sentido, se trata de saber cuándo el alto mando iraquí determinará que seguir la guerra no acarrea más beneficio que seguir matando gente.
Lo que claramente es difícil de creer es la amenaza de Saddam Hussein de crear un Stalingrado iraquí en Bagdad. Su población, oprimida y maltratada durante décadas, sólo quiere sobrevivir: por eso vemos, por un lado, éxodo, y por el otro, acumulación de reservas de agua y alimentos para soportar el asedio que impone de facto una situación de guerra. Los Guardias Republicanos, fedayines y otros irregulares del régimen pueden resistir y usar a la población de escudo humano, pero la hipótesis de una “guerra popular” o de una repetición de Vietnam parecen puras expresiones de deseos.
EE.UU. va a ganar, y a imponer con ello un nuevo mundo imprevisible. Lo único que queda por ver es cómo lo hace y qué obtiene. Porque el análisis de esa nueva realidad es esencial para aquellos que quieran resistirla.
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