EL MUNDO
• SUBNOTA › LO QUE DICEN ALGUNOS MARINES
“No es mía, es la guerra de Bush”
› Por Eduardo Febbro
Desde Bagdad
“Asesinos, ustedes son unos asesinos, no merecen representar los colores de nuestro país”, grita la mujer, al borde de la histeria. Los seis soldados norteamericanos que ingresan al hotel Sheraton de Bagdad se detienen de golpe frente a la anciana norteamericana que los interpela. La mujer es una de las tantas pacifistas o escudos humanos que se quedaron en la capital iraquí a pesar de la intensidad de la guerra. Los soldados, en vez de molestarse, la observan con mirada comprensiva. Un grupo de franceses y australianos se unen a la anciana y empiezan a gritarles a los soldados. Los hombres dejan las armas e intentan trabar un diálogo con el grupo. Los pacifistas se calman, escuchan los argumentos y se van contentos a sentarse en el bar del hotel. Uno de los soldados dice:”los comprendo”. El otro suelta un “mierda” potente y sube a su habitación. 16 pisos sin ascensor, a media luz. La imagen del GI’S estadounidense, “el invasor”, nada tiene que ver con esos rostros juveniles, marcados por el cansancio, sin maldad aparente.
“Venimos del frente”, dice uno de ellos. “Fue un día extenuante”. Otro que parece mucho más joven que los demás se seca la transpiración de la frente y explica con toda naturalidad que por primera vez en su vida pensó en sus padres de una manera muy especial. Sus rastros muestran un origen diferente que el de los demás rubios de dos metros. Es más pequeño, más humilde, tiene dos culturas:la norteamericana, donde nació, y la de México, de donde son sus padres.
El soldado J cuenta que volviendo de una misión especial los hombres del batallón que controlaban el camino los confundieron con enemigos y les dispararon a mansalva. Es lo que se llama “un tiro amigo”. El soldado sonríe y dice:”cuando sentí que nos habíamos salvado lo único que quise hacer es llamar a mi casa por teléfono y decirle a mi mamá que quería volver a casa”. El militar sonríe, se da cuenta de lo que dice pero no retrocede. Luego explica que su batallón lleva a cabo varias misiones por día, “esencialmente para buscar a los combatientes árabes que están escondidos en Bagdad”. Al soldado J no le gusta esta guerra: “yo no estoy de acuerdo, no sabía, esta es la guerra de Bush, no es una guerra por la libertad de un pueblo ni por nada. Es una guerra política, quisiera que se acabe pronto, que todo esto no fuese más que un sueno”. Otro de sus compañeros que se unió a él se hace traducir al inglés lo que el otro cuenta en español y asiente con la cabeza. “Yo también pienso igual, esta es la guerra de Bush”. Después pide un teléfono prestado para llamar a su casa. Como los únicos teléfonos que funcionan en Bagdad son los satelitales tiene que salir afuera para hablar. Vuelve rápidamente con dos niños iraquíes en los brazos. Los niños están descalzos y felices. El soldado les muestra el hall del hotel y los chicos le hacen preguntas sobre las armas que él no entiende. Se une al grupo de los demás con las criaturas en los brazos. Admite que la situación en Bagdad es caótica pero afirma que no tienen la consigna de ocuparse del orden y de proteger la propiedad privada hasta que no hayan “barrido a los combatientes árabes”. Los niños juegan con su casco. En ese momento el soldado parece ignorar que los hombres de su tropa, o de otras como ellos, pudieron haber matado a los padres de los niños que el tiene en sus brazos.
Nota madre
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