Lun 14.04.2003

EL MUNDO • SUBNOTA  › OPINION

Que nadie se ilusione que está cerca una paz israelo-palestina

› Por Claudio Uriarte

Puede el desenlace exitoso de la invasión angloestadounidense a Irak precipitar un acuerdo entre israelíes y palestinos, el conflicto que muchos juzgan la madre de todas las batallas en el Oriente Medio? La respuesta es que no, y no sólo por las amenazas de George W. Bush, Donald Rumsfeld y Colin Powell ayer a Siria por su ocultación de las armas iraquíes de destrucción masiva. Después de todo, el traslado iraquí de arsenales a países vecinos rivales, pero unidos en su adversidad común con Estados Unidos, no es una novedad. Ya en la Guerra del Golfo de 1991, Irak desplazó la mayor parte de su Fuerza Aérea a Irán, con el que había librado una devastadora guerra de ocho años. Cuando Irak perdió la Guerra del Golfo I, Irán se quedó con los aviones. Y el argumento de que la posesión por Irak de armas de destrucción masiva es una falacia norteamericana no se sostiene, ya que fue Estados Unidos quien entregó esas armas a Bagdad en la década del ‘80. como contrapeso al poder militar iraní, en primer lugar. Siria es militarmente un poder menor; las advertencias estadounidenses de ayer serán un test importante para ver cómo funciona la instalación en pleno Medio Oriente del estado número 51 de Estados Unidos, pero la dificultad de que la guerra de Irak conduzca a un acuerdo entre israelíes y palestinos no se basa en la guerra de Irak, sino en las diferencias aún irreductibles que separan a israelíes y palestinos. Del triunfo occidental en lo general no se deduce necesariamente un triunfo occidental en lo particular.
Durante una entrevista en Buenos Aires la semana pasada, Shlomo Ben Ami, el último canciller israelí que negoció con Yasser Arafat para el casi acuerdo negociado en 2000, dijo a este periodista dos cosas interesantes. La primera, que la Intifada palestina lanzada por Arafat en septiembre de 2000 había fracasado. La segunda, que la guerra posibilitaría que la paz entre israelíes y palestinos resultara ahora posible, pero sólo por medio de una imposición internacional. De lo primero no pueden caber muchas dudas. Los atentados persisten, pero su frecuencia, letalidad y eficacia han disminuido, gracias a una combinación de medidas defensivas y ofensivas, y a la simple fatiga de guerra que ha dejado entre los palestinos un conflicto que ha desbordado largamente la marca de los 1000 muertos sin lograr otro objetivo que convertir al ex ultraderechista Ariel Sharon –contra quien se buscaba el disparate de generar una respuesta internacional como la de Kosovo– en el centro político de Israel. Pero la idea de que el triunfo angloamericano en la guerra forzará un acuerdo israelo-palestino es mucho más discutible. Constituye una proyección del desenlace de la primera Guerra del Golfo, casi simultánea con la evaporación de la Unión Soviética, que condujo a EE.UU. a forzar a Israel a un proceso de negociación con la OLP que desembocó en los acuerdos de Oslo. Pero los acuerdos de Oslo fracasaron, y no sólo –como se cree– por la política israelí de intensificación poblacional de loa asentamientos judíos en tierras palestinas. En realidad, y durante las negociaciones de 2000, Israel llegó al máximo de lo que podía ofrecer sin cruzar las líneas rojas de su seguridad: un Estado Palestino en el 95 por ciento de Cisjordania, el 100 por ciento de la Franja de Gaza, un 5 por ciento compensatorio en territorio israelí, y capital en Jerusalén Oriental. Los palestinos se negaron, insistiendo en un derecho de retorno a Israel de unos cinco millones de refugiados que hubieran desfondado demográficamente al Estado judío. Poco antes, Arafat había lanzado su segunda Intifada. Evidentemente, la OLP no estaba lista para reconocer a Israel.
Pero si la guerra de Bush I favoreció una fantasía de Nuevo Orden Mundial y de reconciliación universal basada en el mercado y el capitalismo, la guerra de Bush II se basa en el unilateralismo y en la imposición de una pax americana sostenida por las armas. James Baker, Brent Scowcroft y Colin Powell –los hombres de Bush I– favorecían un enfoque multilateralista y negociador para la solución de los conflictos.Por contraste, Donald Rumsfeld, el jefe del Pentágono, se ha referido a Cisjordania y Gaza como a los “así llamados territorios ocupados”, y Paul Wolfowitz, su segundo, y en momentos en que el proárabe Colin Powell desarrollaba una mediación por Medio Oriente, apareció en Washington en una manifestación sosteniendo un cartel con la inscripción: “Estamos con Israel”. El llamado “Cuarteto”, integrado por EE.UU., Rusia, la Unión Europea y la ONU, y típica invención del Departamento de Estado, ha perdido toda posibilidad de negociar la crisis: ya en sus inicios era una construcción tan racional como la Santísima Trinidad –integrándose, como lo hacía, de dos países, un bloque regional y una entidad supranacional de la que todos formaban parte, como si fuera una especie de Espíritu Santo—, y ahora, con una supremacía estadounidense en Irak que fue resistida por Rusia y la ONU, y que dividió a la Unión Europea, es un chiste, No habrá paz. sino más guerra.

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