EL MUNDO • SUBNOTA › FRANçOIS HOLLANDE, LA ESPERANZA DE LOS SOCIALISTAS FRANCESES
Sus allegados lo describen como un “auténtico amable”; sus detractores, como manipulador. Hollande aspira a ser un hombre normal de la política. Llega a la segunda vuelta sin haber ocupado un cargo ministerial.
› Por Eduardo Febbro
François Hollande es el mundo al revés, el antídoto de todo cuanto rige las relaciones contemporáneas: va despacio cuando el valor es ir rápido, es suave en un universo de killers conquistadores, no agrede como fórmula de conquista, no empuja sino que se desliza. Así llegó a desplazar al ganador por antonomasia, Nicolas Sarkozy. El presidente de todos los poderes, de la híper velocidad, de la arrogancia y de los relojes Patek Philippe o Rolex de 30 mil dólares. La modestia contra la exposición espectacular. En el Partido Socialista le habían puesto un sobrenombre medio burlón. Como era un poco gordo lo llamaban “Flamby” –la marca de un flan industrial–. Pero Flamby está por comerse al gran lobo después de haberse comido antes a todos los elefantes rosas (así se llama a los pesos pesado del socialismo) y caciques del Partido Socialista. Hollande llega a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales sin haber ocupado jamás un portafolio ministerial. Si sale electo, será el primer presidente de la República que ocupe al Gran Sillón sin haber estado al frente de un ministerio. Más aún: Hollande aspira a la presidencia cinco años después de que lo hiciera su ex compañera y madre de sus cuatro hijos, Ségolène Royal, de quien se separó en 2007.
Misterio o pugna. Sus únicos cargos fueron ser intendente de la ciudad de Tulle (2001-2008), diputado de Corrèze (1988-1993) y presidente del Consejo Regional de esa zona de Francia desde 2008. Durante 11 años (1997-2008) fue Primer Secretario del PS. En noviembre de 2008 salió por la puerta chica de la dirección del PS. Sus adversarios decían que el partido era “un cadáver”. Sus allegados cuentan que François Hollande tiene como obsesión una conducta, la amabilidad, y una frase del difunto presidente socialista François Mitterrand: “Para que a uno lo quieran hay que ser amable”. Otro detalle al revés: en un mundo de brutos y malhumorados, la amabilidad pacífica como respuesta y método de conquista. Sus enemigos lo tratan de “terrible manipulador”, sus allegados lo describen como un “auténtico amable”. Hollande es de otro planeta. Todos aspiramos a lo excepcional, a la anormalidad ganadora, él no. En su libro Cambiar el destino, Hollande dice aspirar a ser como el gran escritor Michel de Montaigne (el autor de Los Ensayos), es decir, “un hombre normal que escribió un libro único” y ser así “un hombre normal de la política con una responsabilidad única” (Presidente). Hollande hace las compras el domingo en el mercado, le gusta el fútbol, la prensa deportiva y anda en bicicleta. Un casi destino común que estar por ingresar en la esfera de lo excepcional. Su actual compañera, Valérie Trierweiler, dice de él que “no hay Hollande escondido. Lo que se ve de él es verdadero”.
Una paradoja más en una vida compleja con aura de simple: durante el mandato de Hollande como Primer Secretario del PS los socialistas perdieron dos elecciones presidenciales consecutivas: 2002 y 2007. Pero ahora, sin esa función, está a punto de reiterar la hazaña de Mitterrand para convertirse en el primer presidente socialista del siglo XXI en Francia. Nicolas Sarkozy lo trató de todo, hasta dijo que era “nulo”. Hollande jamás le respondió. La “normalidad” y la amabilidad como código. Si llega a ser presidente, también se volverá el primer jefe de Estado soltero del país. Hollande nunca se casó, ni con Ségolène Royal ni con la periodista con la que hoy comparte su vida. La rapidez y la lentitud son dos formas dispares de la acción. El paquete de valores modernos, “red” “tiempo real”, “live”, “información instantánea”, “comunicaciones ultra rápidas”, impuso la idea de que sólo la velocidad gana, de que el valor máximo es el golpe y la instantaneidad, ganar por nocaut para que la pelea, en realidad, el sentido profundo de lo que está en juego, quede eliminada. Así sólo circula el espectáculo de la velocidad, del asombro. Hollande está haciendo la demostración contraria. A paso de tortuga y con modestia también se llega. La elaboración contra el rugido del volcán.
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