EL MUNDO
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No será justicia
› Por Claudio Uriarte
Slobodan Milosevic está minando el proceso que se le sigue por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad en La Haya, pero una labor más destructiva y sutil está siendo desarrollada por Estados Unidos.
Porque mientras la citación por el ex dictador al Quién es Quién de la política mundial de los años 90 en calidad de testigos amenaza convertir al juicio en un circo, Estados Unidos ha hecho saber que está apuntando al cierre del tribunal sobre crímenes de guerra en la ex Yugoslavia, lo que tendrá un efecto multiplicador contra el movimiento a favor de lo que ya parece una moda distante: la denominada “globalización de la justicia”.
El procedimiento es como sigue. Estados Unidos dice estar preocupado por los gastos del tribunal de La Haya, que ya llegan a los 2 millones de dólares por semana, y por la perspectiva de que los procesos se extiendan indefinidamente. Los gastos son pagados por la ONU, de la cual EE.UU. es el mayor contribuyente. El mes pasado, Washington bloqueó un pedido de presupuesto de la corte para 2002-2003. Estados Unidos también hizo saber que quería fijar un límite a la multiplicación de los procesos, ya que contempla a la Yugoslavia post-Milosevic como un potencial aliado de la OTAN. Esto no significa parar la corte con un frenazo ahora, sino ir cerrando la lista de los acusados, sin perjuicio de que éstos -particularmente Radovan Karadzic y el general Ratko Mladic, los líderes serbios de Bosnia, que siguen prófugos en algún lugar de Serbia– puedan ser efectivamente capturados y juzgados.
Estados Unidos no habla de esto públicamente porque quedaría muy mal, pero el efecto neto de la quita de fondos a una institución es igual a estar contra ella. Desde luego, la economía y el deseo de estabilización de Yugoslavia son razones de egoísmo y autointerés legítimos, pero no agotan la razón de fondo de Estados Unidos, que no es otra que la vieja razón de Estado. El tribunal para la ex Yugoslavia es una anomalía jurídica ad hoc, pero sus procedimientos pueden alcanzar rango de precedente para el Tribunal Penal Internacional que Estados Unidos rechazó y seguirá rechazando. La razón es simple: el TPI se constituiría en el Poder Legislativo de facto de un mundo donde las relaciones de fuerza no se corresponden con la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde rige el principio de “un país: un voto”.
Entonces, el juicio a Milosevic, el momento más exaltado de este tribunal, es también el comienzo de su fin. Y sí: también es la justicia en la versión de los vencedores.
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