Mié 07.05.2003

EL MUNDO • SUBNOTA  › VIVIR EN NASIRIYA CON CASI NADA, SALVO LAS TROPAS ESTADOUNIDENSES

Una ciudad entre el robo y el desempleo

Por G. A. *
Desde Nasiriya

El Consejo Municipal que gobierna Nasiriya bajo la supervisión de los estadounidenses tiene su sede en un edificio austero, vigilado por efectivos del segundo batallón del cuerpo de marines. Las medidas de seguridad son severas: ni el presidente Shirwan Kamil, un abogado de 45 años, ni el responsable de seguridad, Nasir Husien, un ingeniero agrónomo de 50 años, se libran de los registros diarios cuando cruzan las alambradas que rodean sus puestos de trabajo.
No se trata de un consejo electo: son notables y jefes tribales, que ocuparon el poder el 6 de abril. Dicen ser voluntarios y aseguran que cuentan con el apoyo de los ciudadanos para gobernar esta ciudad de 200.000 habitantes, situada 375 kilómetros al sur de Bagdad, de amplia mayoría chiíta, que sufrió la terrible represión del régimen de Saddam, sobre todo después de la revuelta de 1991 tras el final de la guerra del Golfo. Las cosas avanzan lentamente y los roces con las autoridades militares de ocupación son frecuentes pero, a diferencia de lo que ocurre en la capital, aquí por lo menos hay alguien que tiene la responsabilidad de resolver los problemas.
Anteayer unos 200 profesores se manifestaron ante la sede del Consejo porque no han cobrado y ese mismo día esta institución emitió un comunicado con siete exigencias para las fuerzas de ocupación: pago de salarios mensuales, vuelta de la seguridad (denuncian que los saqueos y los incidentes prosiguen), que las figuras del antiguo partido gobernante Baaz sean apartadas de las instituciones, que la coalición proporcione las medicinas y la comida necesaria, que devuelvan los bienes, sobre todo los coches, que han sido requisados, que la Justicia sea puesta en marcha y que ayuden a resolver los problemas de desempleo.
“Los estadounidenses coordinan su trabajo con nosotros –dice Shirwan Kamil–. Desde ayer tenemos patrullas conjuntas y algunos de nuestros policías han recibido autorización para llevar armas”, agrega el responsable de seguridad. El Consejo está formado por 20 miembros y también se ocupa de la coordinación con otros ayuntamientos de localidades más pequeñas de la zona. Su lista de quejas es interminable y aseguran que la paciencia de los habitantes de Nasiriya tiene un límite. “La gente no puede vivir sin cobrar. Ahora un kilo de carne vale 5000 dinares (unos 2,5 dólares), el doble que antes y no tenemos dinero. A los americanos les importa mucho su seguridad y mucho menos la nuestra. Los resultados tardan demasiado en llegar. Son muy lentos y la gente puede cansarse”, señala Kamil.
“Sabemos que hay muchas cosas que resolver, pero tienen que entender que no podemos ir más rápido, tienen que confiar en nosotros”, señala el capitán del cuerpo de marines, Michael Zawadzki, con base en Albany, uno de los oficiales a cargo de la seguridad de la zona. Los estadounidenses han quitado los controles de las entradas de la ciudad “para evitar problemas de tráfico y dar una mayor sensación de normalidad”. De noche patrullan por Nasiriya, una ciudad que, al menos durante el día, parece tranquila, con bastante gente por las calles a pesar del calor y con los pescadores lanzando desde sus pequeñas barcas las redes al Eufrates.
Según el capitán Zawadzki, la mayoría de los tiroteos que se escuchan al anochecer procede de disparos al aire por celebraciones. “Es una costumbre que nos cuesta mucho erradicar”, señala. Otros marines aseguran que las patrullas nocturnas son tensas y que todavía quedan fedayines de Saddam escondidos en la zona. Los miembros del Consejo creen que el principal problema de seguridad tiene mucho más que ver con los ladrones que con actividades guerrilleras. “Les hemos entregado un plan de seguridad, pero no han respondido. Ellos deberían controlar las entradas y salidas de laciudad y nuestra policía patrullar las calles. Estamos seguros de que, de esta forma, se acabarían los problemas”, afirma Nasir Husien.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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