EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Alfredo Serrano Mancilla *
Vista desde el orden dominante, la posición de Ecuador frente al asilo político de Assange puede ser interpretada como una decisión temeraria y fuera de tono; como una quimera en vez de una solución probable; como una lucha de David contra Goliat. Ni lo uno ni lo otro. La decisión del gobierno de Ecuador no es aislada, ni aventurera, ni ilusa, ni de país pequeño, por muy reducido que sea su PIB. Esta decisión es un acto de soberanía respecto de las hegemónicas relaciones internacionales. Es un ejercicio de inserción altiva en el sistema mundo. Patria altiva y soberana, justo ése es el significado del acrónimo PAIS, movimiento político que ganó las elecciones en el 2006, acabando con el viejo régimen partidocrático y levantando la bandera del fin de la larga y fría noche neoliberal.
La revolución ciudadana, con Correa a la cabeza, optó por una ruptura con el poder constituido, y abogó por un proceso constituyente que derivó en la nueva Constitución de Ecuador, la cual refleja desde su primer artículo una apuesta fuerte por un Estado soberano. Más adelante, el artículo 422 también explicita la intención de no ceder soberanía frente a los organismos internacionales. Además, en otro documento fundacional, como plan rector de su economía, el Plan Nacional para el Buen Vivir (2009-13) expresa literalmente el objetivo (punto 6.4) de “inserción estratégica y soberana en el mundo”.
La posición ecuatoriana en el asilo político a Assange no es una isla en un desierto, sino que es otra forma de hacer política en aras de construir de manera integral un Estado soberano. Ecuador decidió abandonar soberanamente el Ciadi (resolución de conflictos dependiente del Banco Mundial) porque no estaba dispuesto a verse sometido a un árbitro que es más parte (del poder económico) que juez. Expulsó las bases estadounidenses de Manta frente al chantaje de las preferencias arancelarias. Resolvió no pagar buena parte de la deuda ilegítima después de auditarla. Prefirió ser parte del ALBA y no firmar el Tratado de Libre Comercio con la UE ni con Estados Unidos. Así, con todos estos ejemplos, la posición de Ecuador frente a Assange es otra manera de aseverar que cambiar hacia adentro requiere ser soberano hacia afuera. Se cambia la matriz productiva sólo si se alteran las relaciones comerciales con el exterior. Se construye un sector público justo cuando se lucha contra los paraísos fiscales en el mundo. Se democratiza la participación al conferir representación en la asamblea a los emigrantes expulsados por el neoliberalismo. Se deja de ser un país pequeño si hay una integración regional más equitativa. Y no hay duda, se puede hablar de libertad de prensa en el interior de un país, sólo cuando se acepta la transparencia de Wikileaks. Todo lo demás es hipocresía.
Ecuador pone el dedo en la llaga de los países centrales en el sistema capitalista mundial, en la soberanía, la misma que es imprescindible para transformar las relaciones de poder con los grandes grupos económicos que condicionan el buen vivir interno de mucha población. Para ello, el caso Assange, interpretado como una pieza más dentro de un complejo ajedrez, y no visto como un fin en sí mismo, constituye una oportunidad notable para revelar al mundo que un país pequeño puede mover fichas para ganar una partida que favorece a las grandes mayorías. Ecuador no está solo en este juego. Su soberanía es también la soberanía de una renovada región en construcción; la Unasur ya se ha pronunciado con apoyo nítido a la decisión de Ecuador en el caso Assange. Esto ha sido una victoria, y será una victoria mucho más vigorosa en tanto y en cuanto se multipliquen los casos Assange en términos de más soberanía frente a los tratados bilaterales de inversión, frente al círculo vicioso de la deuda eterna, a los mercados financieros internacionales, al falso libre comercio, al agronegocio de los transgénicos.
La batalla del asilo es jurídica, pero fundamentalmente es política. Las leyes internacionales son producto de una desigual correlación de fuerzas políticas. Esta disputa legal debe ser aprovechada en el marco de una transición geopolítica mundial para mostrar que la región sudamericana es un polo cada vez más soberano. Ecuador ha puesto una piedra concluyente para la construcción de este otro edificio. En la Unasur hubo consenso y lo esperado es que en la OEA no lo haya, y tampoco sería deseable un consenso postizo donde Estados Unidos pueda reducir al mínimo una declaración desechable. La soberanía no se cimienta en consensos con los poderes económicos dominantes. Eso es otra mentira. Ecuador, y la región latinoamericana, deben crear su propio consenso, su propia centralidad, cada vez más independiente política y económicamente. Si la teoría económica y política hegemónica dejara de ser tan miope, quizá Ecuador podría ser considerado un país bien grande, porque su Soberanía Interna Bruta es cada vez más insigne.
* Doctor en Economía, coordinador América Latina Fundación CEPS.
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