EL MUNDO • SUBNOTA › EL GOBIERNO Y LOS CONSERVADORES FRANCESES LO VOTARíAN
Para el socialismo en el gobierno es un dolor de cabeza y un fracaso que los fuerza a aceptar el voto de la derecha parlamentaria. Las concesiones europeas, con fondos frescos, no alcanzan para convencer a la izquierda.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
El tratado presupuestario europeo es un dolor de cabeza para la izquierda francesa, un trauma sin fin tanto más denso cuanto que está connotado por un fracaso personal del actual presidente francés, el socialista François Hollande. En 2005, cuando se organizó el referéndum sobre el Tratado de Lisboa, el “no” a ese eurotexto se impuso en las urnas. En esos años, Hollande era el primer secretario del PS y un fervoroso partidario del “sí”. La historia le sirve ahora los mismos ingredientes: un nuevo tratado híper riguroso que el presidente intenta hacer aceptar por los sectores que están a la izquierda del PS para que lo ratifiquen en bloque en el Parlamento. La meta es paradójica y parece imposible, ya que la izquierda radical, los ecologistas y la extrema derecha impugnan un tratado defendido por un presidente socialista pero negociado por dos dirigentes de la derecha liberal, la canciller alemana Angela Merkel y el ex presidente Nicolas Sarkozy. A cambio de que la poción sea más aceptable, Hollande obtuvo de sus socios europeos algunas concesiones, como un paquete de medidas a favor del crecimiento –un plan de 120.000 millones de euros–, la supervisión del sistema bancario, la protección del euro y la aplicación de la famosa taza Tobin sobre las transacciones financieras.
Pero el contenido del Tratado sobre la Estabilidad, Coordinación y Gobernanza de Europa es rígido, empezando por la controvertida “regla de oro”. El texto prohíbe que los 25 Estados firmantes superen la barrera del 0,5 por ciento en el déficit de gastos, al tiempo que autoriza al Tribunal de Justicia Europeo supervisar y sancionar a los Estados que no cumplan con esas obligaciones.
Las disensiones en el seno de la izquierda no ponen en peligro la ratificación del texto, ya que la derecha de la UMP votará a favor, pero el examen del texto entra en la Asamblea en el peor momento para Hollande. Desde que asumió la presidencia en mayo pasado, no ha hecho más que anunciar recortes y aumentos de impuestos por un total de 40.000 millones de euros. Hollande vio también la mayoría que lo apoyaba darse vuelta. Cayó en picada en los sondeos de opinión cuando el desempleo superó los tres millones de parados. Dentro del PS la oposición al Tratado también es consecuente. Diputados socialistas como Jérôme Guedj consideran que, así como está, el tratado le ofrece a Europa un “camino de rigor sin fin”. Este texto europeo no sólo cortó la alianza tácita entre ecologistas, izquierda radical y socialistas. También hizo estragos dentro del movimiento ecologista Europa Ecologista Los Verdes, EELV. Miembro de este partido, el eurodiputado Daniel Cohn-Bendit –el líder de la mítica revuelta estudiantil de mayo del ’68– apoya la ratificación. Su posición es contraria a la de Eva Joly, la ex candidata presidencial de EELV, y a la del mismo partido. La ruptura se consagró hace unos días cuando Cohn-Bendit anunció que ponía entre “paréntesis” su participación en el movimiento ecológico. El eurodiputado llevó el absurdo hasta a denunciar una “desviación izquierdista” de Europa Ecologista Los Verdes.
De hecho, la corriente más a la izquierda y la extrema derecha reclaman un referéndum, iniciativa que el Ejecutivo rechaza con un argumento falso. El ministro delegado para Asuntos Europeos, Bernard Cazeneuve, dijo que la consulta popular estaba descartada porque “el referéndum ya se ha celebrado con las elecciones presidenciales y las legislativas”. Olvidó puntualizar que Hollande prometió la renegociación del texto, paso que jamás se dio en los términos planteados. Las concesiones obtenidas en Bruselas no son en ningún caso una renegociación del Tratado. Los puntos esenciales negociados por Merkel y Sarkozy siguen vigentes.
Hollande promueve así un texto contra el cual hizo campaña unos meses atrás. Las cuestiones europeas han desdibujado la identidad de la izquierda, que tiene un discurso social dentro del territorio pero termina adaptándose a las exigencias del liberalismo europeo con ese principio que el vespertino Le Monde llamó “el rigor de izquierdas”. La permeabilidad de los socialdemócratas es tal que el actual ministro socialista de Relaciones Exteriores, Laurent Fabius, fue en 2005 el actor más decisivo en la promoción del “no” al Tratado de Lisboa. La paradoja no se detiene allí. La izquierda radical, comunistas incluidos, había desaparecido del mapa. Hoy vuelve al primer plano de la mano del Tratado europeo. Para el líder del Frente de Izquierda, Jean-Luc Mélenchon, la batalla contra el Tratado “es un nuevo episodio revolucionario por la soberanía y la independencia”. Europa sacó de la confidencialidad a una corriente política que hoy detenta un poder de movilización ciudadana impensable hace apenas un año. Y no sale contra la derecha, sino a enfrentar en la calle a los socialdemócratas.
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