Liderado por Takehiko Tsukushi, de 70 años, un grupo de habitantes de Tokio realizó por su cuenta mediciones de radiactividad en la capital japonesa de 13 millones de habitantes que recibirá a los Juegos Olímpicos en 2020. Todos desconfían del gobierno de Shinzo Abe porque no se está informando “ni a los atletas ni al mundo” de los datos que disponen tras el desastre de la central nuclear de Fukushima. Con sus propios dosímetros (monitores de radiación) hicieron hasta tres relevamientos durante dos semanas entre abril y mayo pasado y en nueve puntos diferentes de la ciudad.

Con las mediciones, el grupo elaboró un informe en inglés y francés que le envió al ex presidente del COI, Jacques Rogge y a doscientos comités olímpicos nacionales. Como era de esperar, arrojó resultados negativos para la salud. Pero ningún dirigente deportivo –según afirman los autores del trabajo– les respondió al envío. Los bienintencionados vecinos de Tokio comprobaron que el máximo nivel de radiación fue hallado en el estadio de Yumeno-shida, donde está previsto que se realicen en siete años las pruebas de hípica. También encontraron niveles superiores a los permitidos en el gimnasio Metropolitano, en el barrio céntrico de Shibuya y en el estadio de Yoyogi. “Creemos que los materiales radiactivos se han extendido por toda la región de Kanto y que hay puntos con lecturas altas en esa amplia zona”, reveló Tsukushi. En Kanto se ubica la capital. El presidente del Comité Olímpico japonés, Tsunekazu Takeda, tuvo éxito ante el COI después de que les mandó una carta a sus autoridades el 27 de agosto pasado. En ella les escribió: “Tokio no está afectada en absoluto”. Le creyeron: tomaron en cuenta las mediciones del gobierno en las que millones de japoneses no confían.