EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Mariano Molina *
Hace cinco años escribía en las páginas de este querido diario que valía la pena “quebrar una lanza por el Pepe Mujica”. Ahora terminó su mandato, signado por el contexto complejo que viven nuestras sociedades y los proyectos de izquierda y populares del continente. Cinco años después podemos decir –intuitivamente– que ha sido el gobierno oriental más cercano a los sectores populares y los proyectos de unidad continental y el más incómodo para la sociedad conservadora uruguaya, rompiendo con muchos prejuicios de clase y con una cierta performance de dirigentes políticamente correctos.
Pero Pepe ha llegado a la presidencia de la mano de una coalición amplia, policlasista y obviamente contradictoria, que tardó tiempo en aceptar su liderazgo y algunos hasta lo ubicaron en la “barbarie”. Esto quizás explica algunas idas y vueltas de su gobierno y por qué este personaje con gran apoyo popular, pero minoritario en la estructura partidaria, ha tenido que ingeniárselas de más para llevar adelante algunas políticas de largo plazo, que al fin de cuentas son las que más necesitan los proyectos populares.
Probablemente su gobierno será recordado como una suerte de “segundo batllismo”, un momento histórico símbolo de ampliación y efectivización de derechos, que van desde el logro del matrimonio igualitario y la baja de índices de pobreza hasta la jornada laboral de 8 horas para los peones rurales, algo que la Suiza de América no tuvo hasta entrado el siglo XXI. Pero el mismo Mujica ha reconocido su bronca por ciertos límites que no pudo sortear en relación a generar impuestos más igualitarios, mayores políticas de inclusión, ampliación del sistema educativo y construcción de viviendas. En muchos casos ha chocado contra los poderes que bien conocemos y tienen preeminencia sobre los votos y en otros casos han sido las propias limitaciones de la coalición gobernante.
Este personaje, al que los medios de comunicación han querido mostrar –malintencionadamente– sólo como un simple viejo bonachón, “pobre” y hasta inocente, ha intentado romper ciertas formas vetustas de la política porque entiende que “un presidente no es un rey que se las sabe todas”.
Pepe Mujica ha transitado por las calles y rincones de todo el país como un quijote errante, peleando por causas simples y por aquellas que tienen una complejidad necesaria para pensar proyectos emancipadores en el siglo XXI, como es su lucha contra el consumismo y la búsqueda de tiempo y libertad para el ser humano. Y en ese andar logró lo que pocos: el reconocimiento y el amor del pueblo pobre, ese que camina día a día buscando mejores formas de vida y que probablemente se ocupa poco de la vida política cotidiana. Así, ha interpelado a corazones a los que la izquierda uruguaya no llegaba y deja un gran legado (y responsabilidad) a las generaciones venideras: seguir conmoviendo a esos sectores populares, necesarios partícipes de cualquier cambio profundo, y a su vez también interpelar a sectores progresistas de los otros partidos tradicionales.
La figura de Pepe, además, trascendió fronteras y se ha convertido en una referencia ineludible a la hora de pensar en aquellos dirigentes, compañeros y compañeras que han tenido las responsabilidades más importantes en este momento histórico. Porque, más allá de ciertos palabreríos que van ser recordados casi como anécdotas, los sectores dominantes del Uruguay no le perdonan su acercamiento a la “Argentina populista” para recomponer inexplicables malas relaciones, su solidaridad con los procesos continentales, el compromiso irrenunciable con el Mercosur, Unasur, la Celac y las causas tercermundistas, para utilizar una definición que algunos consideran demodé.
El campo popular de nuestra América seguirá buscando sus caminos y asumiendo las contradicciones que haya que asumir. Ahora Pepe seguirá en la lucha política, porque para él no existe la idea de retirarse a buscar el bronce. Y hay un hecho que explica mucho su forma de acción y pensamiento: el día en que fue electo presidente, a los pocos minutos se acercó al local de su espacio político, porque siempre entendió ser un militante que cumple distintas tareas. Allí, mientras miles de personas lloraban de alegría en todo el país y festejaban en las calles, habló con la racionalidad necesaria para quienes estos acontecimientos son sólo etapas en un largo camino de lucha. Fue entonces cuando bajó la pelota al piso, levantó la cabeza y remarcó conceptos muy actuales, a veces olvidado por la dinámica electoral y la politiquería cotidiana: “En la vida no se vive de recuerdos... Abran camino a otras formas de organización porque la izquierda también puede volverse conservadora... y las causas como las nuestras no se arreglan con una elección: necesitan un largo plazo y generaciones comprometidas”.
* Docente y periodista.
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