EL MUNDO • SUBNOTA
Susana Díaz, de 40 años y embarazada de cinco meses de su primer hijo, llegó a la presidencia regional de Andalucía en septiembre de 2013 a partir de la renuncia de José Antonio Griñán, del que era mano derecha y quien se había visto salpicado por el escándalo de corrupción de los ERE, un fraude masivo con ayudas de desempleo. Para muchos, Susana Díaz era entonces una desconocida, aunque de ella ya se destacaba su perfil de líder joven y dura, uno de los mejores cuadros para el relevo generacional que clamaba el PSOE. Perfil que supo demostrar en un año y medio al frente de la Junta. En ese período, la dirigente logró con cierto éxito desmarcarse de la lacra de la corrupción y se erigió en referente de la lucha contra la exclusión social con medidas de apoyo a los más desfavorecidos y a los deudores hipotecarios. Desde que Podemos irrumpió en las elecciones europeas de 2014 con cinco eurodiputados, la fuerza antineoliberal de Pablo Iglesias no paró de crecer en los sondeos, desplazando a los socialistas al tercer lugar en el panorama estatal. Era necesario poner un freno, y Díaz fue convocada para hacerlo. Con el anticipo de los comicios y la ruptura con Izquierda Unida, Díaz buscó dejar mal parado a Podemos, al que apenas dio tiempo a desplegar su estructura en Andalucía. Y aunque ella lo niega, la maniobra estaría orientada además a servirle de trampolín para convertirse en candidata a La Moncloa, puesto por el que competiría con el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez.
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