EL MUNDO
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Lo peor está aún por venir
› Por Claudio Uriarte
Ariel Sharon ha quedado en una situación paradójica: la mayoría de los israelíes lo censura por exceso de moderación, mientras la sangría de la confrontación entre israelíes y palestinos lo ilumina ante la comunidad internacional con las siniestras luces de la guerra del Líbano. Por eso, y pese a las apariencias, ninguna de las alternativas diplomáticas que están sobre la mesa entre Israel, Estados Unidos, los palestinos y el resto del mundo árabe tiene la menor oportunidad de detener la escalada de violencia, y es posible que la situación deba empeorar mucho más antes de que otros representantes de cada sector puedan plantearse un diálogo serio.
Porque de hecho, y debajo del estilo truculento de las declaraciones de Sharon, su política no ha variado sino en matices respecto de la época en que su predecesor laborista Ehud Barak buscaba la paz con los palestinos, en 2000. Entonces, como ahora, había negociaciones bajo fuego. Sharon, en efecto, y pese a su retórica, nunca dejó de negociar y a todos los niveles: extraoficialmente a través de su hijo Omri con Yasser Arafat, oficialmente a través del canciller Shimon Peres con diferentes dignatarios palestinos, y finalmente él mismo a finales de enero con una troika integrada por Ahmed Qurei, presidente del Parlamento palestino, Mahmoud Abbas, negociador de los acuerdos de Oslo, y Mohammed Rashid. Es cierto que las grandes ofertas israelíes de finales del 2000 ya no están sobre la mesa, pero también es cierto que esas ofertas fueron rechazadas oportunamente por el liderazgo palestino.
En estas condiciones, las posiciones de cada lado han variado muy poco desde 2000, y lo único que aumentó fue el derramamiento de sangre. En setiembre de 2000, el liderazgo palestino lanzó su nueva intifada. La respuesta israelí fue reprimir mientras se negociaba. Del lado palestino, se escaló gradualmente de una táctica inicial basada en las movilizaciones callejeras y el arrojo de piedras al tejido de sutiles redes de guerrilla urbana y al empleo de nuevas armas de guerra como el misil Qassam-2 de 8 a 10 kilómetros de alcance y las bombas dotadas del nuevo explosivo norteamericano C-4, como la que destruyó un sofisticado tanque la semana pasada. En el caso de Israel, Sharon escaló los asesinatos selectivos ya iniciados por Barak, multiplicó las incursiones en zonas palestinas y últimamente se lo nota inclinado a penetraciones cada vez más duraderas y punitivas. Pero el escenario que lo hizo famoso –el de la guerra del Líbano, con una ocupación de pretensiones finalistas– todavía está por ensayarse.
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