Sáb 24.07.2004

EL MUNDO • SUBNOTA

Varias guerras en una

Los organismos internacionales califican la actual situación de Sudán como la “peor catástrofe humanitaria del mundo”. Sudán es uno de los países más grandes y pobres del continente africano y también uno de los más conflictivos. Actualmente es escenario de dos guerras civiles.
El gobierno radical islámico protegió a Osama Bin Laden a principios de los noventa. En respuesta a los ataques de Al-Qaida contra las embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania en 1998, Bill Clinton bombardeó una fábrica en Sudán bajo la excusa de que estaba produciendo gas nervino, pero resultó que era una farmacia. El régimen ya se estaba distanciando de sus vínculos con el terrorismo internacional, un proceso que fue acelerado por las invasiones norteamericanas a Afganistán e Irak. En ese momento, el gobierno arrestó a terroristas sospechosos, compartió inteligencia y congeló los bienes de Osama Bin Laden en Sudán, incluyendo una granja de cannabis en la que trabajaban niños esclavos que aparentemente habían sido traídos de Uganda por un grupo rebelde de ese país a cambio de una Kalashnikov por cada uno.
El primer conflicto data de hace alrededor de 50 años y comienza tras la independencia de Gran Bretaña en 1956, cuando el sur demandó la autonomía, lo cual fue negado y se rebeló. Este conflicto norte-sur enfrenta al gobierno árabe e islámico contra los rebeldes, en su mayoría negros y no musulmanes. Hubo un breve período de paz entre 1972 y 1983 aunque luego las luchas se reanudaron. Hoy su resolución pareciera estar cerca, aunque la paz no termina de llegar. Este año se llegó a un acuerdo para dividir las ganancias del petróleo, que está en el sur. Dentro de seis años habrá un referéndum en el que los sureños podrán decidir su secesión. Hasta entonces, se ha acordado que el actual presidente, Omar al-Bashir, continúe en funciones, mientras que John Garang, el líder rebelde, oficia de vicepresidente.
Sin embargo, el problema con este plan de pacificación es que solamente involucra a los dos principales beligerantes, mientras que los grupos opositores pacíficos han sido marginados. Por otra parte, dado que ni el gobierno ni el grupo rebelde son democráticos, muchos sudaneses se resienten ante la idea de que aquéllos se dividan los petrodólares. Según algunos analistas, ese enojo encendió la chispa en Darfur.
Hace alrededor de 15 meses, ha irrumpido una segunda guerra civil en la región occidental de Darfur en la que se enfrentan dos grupos de musulmanes: los árabes nómades y los agricultores sedentarios negros. Este conflicto tiene raíces históricas, aunque escaló en febrero del año pasado cuando grupos rebeldes reclamaron al gobierno terminar con la crónica marginación económica de la región y demandaron acciones para terminar con los abusos de sus rivales, los árabes nómades. En el pasado, se ha logrado controlar los enfrentamientos entre los nómades y los sedentarios. Sin embargo, en las últimas décadas, como consecuencia de largos períodos de sequía, la falta de recursos naturales y la facilidad para obtener armas de fuego el conflicto se ha politizado y se ha vuelto cada vez más sangriento. Desde el año pasado, hay una rebelión encabezada por las tres principales tribus negras de Darfur lo que desencadenó sangrientas represalias por parte de las milicias árabes jawawids, progubernamentales. Estas milicias han cometido numerosos ataques contra la población civil y mediante ellas el gobierno aplica una política de tierra quemada.
Human Rights Watch acusa al gobierno de ser responsable de “limpieza étnica” y crímenes contra la humanidad en Darfur. La situación se ha convertido en una crisis humanitaria con un millón y medio de desplazados, 50.000 muertos, violaciones sistemáticas como arma de limpieza étnica, hambrunas y enfermedades. El gobierno, sin embargo, niega estos hechos y asegura que la situación está “bajo control”. Las agencias humanitarias reclaman inmediatas medidas por parte de la comunidad internacional en temor a que se repita un genocidio como el que ocurrió hace diez años en Ruanda.

Informe: Ximena Federman.

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