EL MUNDO
• SUBNOTA
¡Basta!
Por Leopoldo H. Schiffrin
Frente a la terrible carnicería de seres inocentes que se desarrolla en Medinat Israel y en Palestina debemos alzar nuestra voz para decir ¡basta!. Basta de sangre. La permanente venganza y contra-venganza, la represalia brutal y la contrarrepresalia horrible han llevado a los dos pueblos, al israelí y al árabe-palestino, a sufrimientos intolerables.
Hace un tiempo, entre el 12 y el 21 de enero de 2002, estuve en Israel, participando en un Simposio organizado por la Universidad de Haifa sobre el tema “Violaciones de derechos humanos en América latina y la universalización de los derechos humanos: aspectos morales y legales”. Allí nos encontramos con un ejemplo de la resistencia de tantos israelíes al demencial proceder de Ariel Sharon: el Decano de la Facultad de Humanidades, Yossi Ben Artzí criticó duramente en su discurso inaugural la demolición de casas árabes en la Franja de Gaza, y ante la tentativa de réplica de una diputada del Likud –miembro del gabinete– el decano le recordó que él era coronel del Ejército. Esto confortó mucho a nuestro amigo, el doctor Hugo Cañón, Fiscal General ante la Cámara Federal de Bahía Blanca, que participó en el evento).
En esos mismos días, Yossi Beilin realizó una campaña para que el Laborismo abandonara el gobierno de Sharon, y presentara un programa para realizar negociaciones en el espíritu de Camp David, por un año, y, de no obtenerse éxito, que Israel se retire unilateralmente a los límites de 1967 (año de la ocupación de Gaza y de los territorios de Judea y Samaria por efecto de la Guerra de los Seis Días). En una Convención del Partido, la propuesta de Beilin fue derrotada.
El obstáculo esencial, desde el lado israelí, para alcanzar la paz, es, según creo, el sentimiento de no querer que Judea y Samaria, el corazón del antiguo Israel bíblico, definitivamente pasen a ser componentes esenciales de un Estado árabe, se pierdan para el Estado judío. Comprendo esos sentimientos, pues yo mismo no ceso de experimentarlos. Pero la nostalgia de milenios no puede despojarnos a los judíos del compromiso básico con el mensaje bíblico: la Justicia y la Verdad; el mundo judío, ante todo, es el pequeño espacio delimitado por sus valores supremos: los cuatro codos de la Torá.
Por eso nunca se condenará suficientemente la política de colonización en un territorio de casi exclusiva población árabe seguida desde 1967 por el Estado de Israel (tanto por el Laborismo como por el Likud). El día de hoy tenemos 200.000 colonos judíos en tierras árabes, cifra que dobla la de 100.000 que se daba en la época de los acuerdos de Oslo (1993). Sin embargo, 150.000 de los que llamamos “colonos” son israelíes que habitan asentamientos muy próximos a la frontera, y que es muy simple incluir en Israel con compensaciones de espacio a los palestinos (los asentamientos fronterizos ocupan el 10 por ciento del espacio palestino). Otros cincuenta mil verdaderos colonos viven en treinta y siete aislados asentamientos que están estratégicamente dispuestos para escindir los territorios en bloques casi incomunicados, con el objeto de permitir el control israelí de esas áreas. (v. el artículo, “Evil Unleashed” [El mal desatado], de Tanya Reinhart, en la revista Tikkun, marzo/abril 201, pág. 14).
Mantener y profundizar esta situación parece querer llevar a la vida palestina a niveles de intolerabilidad que conduzcan a la “transferencia” de ese pueblo fuera del territorio en el que tiene arraigo, material y cultural, aunque los judíos tengamos allí las raíces de nuestros corazones.
Crear y mantener esta colonización ha llevado a que las fuerzas armadas y de seguridad israelíes sean utilizadas, en grados cada vez más crecientes, para graves violaciones de los derechos humanos, para la agresión terrorista, la práctica habitual del homicidio político, y de los homicidios colaterales, tolerados como efectos no deseados de la defensaque se cree legítima. A la vez, esto ayuda a crear cada vez más víctimas -y no sólo israelíes– sino también judíos de la Diáspora y vecinos cristianos, pues los atentados contra la Embajada de Israel en 1992 y contra la AMIA en 1994, se enmarcan en ese cuadro.
Todo esto no significa aprobar o justificar, en lo más mínimo, el terrorismo palestino, que, al igual que los otros terrorismos, perjudica y degrada las justas causas de liberación nacional y social. Tampoco hemos de creer que del lado de Arafat y de la clase dirigente palestina no existan responsabilidades gravísimas.
No sabemos si realmente cabe también achacarle a Arafat el fracaso de las tratativas de Camp David en agosto de 2000, fracaso que dio lugar a la nueva insurrección palestina. El debate sobre el tema ha puesto en claro que la de Barak no fue la mejor oferta posible. Empero, Arafat podría haber formulado contrapropuestas que se negó a efectuar (v. sobre esto, el fundamental artículo escrito en común por el asesor de Clinton Robert Malley y el experto palestino Hussein Agha, “Camp David: La tragedia de los errores”, The New York Review of Books, agosto 9, 2001).
En las fuentes que vengo citando, y en otros de igual mérito, se destaca que la línea dura israelí no cederá sin una muy fuerte presión norteamericana. Sin embargo, el lobby judío norteamericano está en manos de personalidades que auspician la línea dura y reprimen con rapidez las críticas que surgen dentro de la colectividad de EE.UU. La gran excepción en el país del Norte es el movimiento “Tikkun”, centrado no sólo en la revista (en la cual participó nuestro inolvidable maestro Marshall T. Meyer), sino en un enérgico movimiento –de carácter ecuménico– que lidera el rabino Michael Lerner.
En Medinat Israel hay resistencia. Ya dimos el ejemplo del coronel Ben Artzí, decano de Humanidades de Haifa. Y ahora vemos a los trescientos veinte oficiales retirados que se niegan a servir en los territorios ocupados (dos de los cuales han sido ya condenados a prisión). Y tenemos la magnífica actitud de un israelí-argentino que nos honra: Daniel Barenboim, impedido por la fuerza militar de dar un concierto en Ramalá. Ya mencionamos la campaña de Yossi Beilin. Y qué decir de tantos universitarios como Ury Avnery, y la nueva vitalidad de Paz Ahora y el movimiento por los derechos humanos (B’tselem).
El Rabino Lerner insiste en sus mails en la necesidad de que judíos y no judíos insistamos ante las autoridades israelíes y estadounidenses y ante nuestras propias comunidades, y ante todos los sectores sociales y políticos en nuestras sociedades, apoyando a quienes en Israel dicen basta a este baño de sangre. En este momento en que el mundo se conmueve por la política suicida del gobierno de Sharon, apoyada por líderes como Shimon Peres, por su sola permanencia en el gabinete, es necesario que grupos judíos, Iglesias cristianas, hermanos islámicos, ONG, instancias gubernamentales, se sumen al reclamo para que Medinat Israel luche no por acrecentar el terror que recibe, sino por la paz justa que puede ser obtenida.
Hace días hemos evocado el recuerdo de nuestra liberación de la servidumbre de los faraones de Egipto. No nos cabe a los judíos oprimir a un pueblo, pues siervos fuimos en la tierra de Egipto. Y la voz profética nos augura otro porvenir: Aquel día será Israel tercero con Egipto y Siria, pues la bendecirá el Eterno: “Bendito sea mi pueblo Egipto, Asiria, la obra de mis manos y mi heredad Israel” (Isaías, 19, 24-25).
Nota madre
Subnotas