Vie 17.06.2005

EL MUNDO • SUBNOTA

Además de doler, ¿alcanza?

Por Martín Granovsky

Es difícil medir desde la Argentina qué significa José Ze Dirceu. Pero alguna traducción es posible.
El puesto de jefe de la Casa Civil se parece al del jefe de Gabinete que aquí ocupa Alberto Fernández.
Pero a la vez es de hecho un ministerio político. Dirceu es, también, Aníbal Fernández.
El jefe de la Casa Civil controla el presupuesto y la inteligencia del Estado, y cuenta con un gabinete propio de asesores en temas económicos y diplomáticos.
Le corresponde la coordinación del gabinete, que en Brasil es una coalición en sí misma.
Sus técnicos realizan el control de constitucionalidad de los actos de gobierno. En la Argentina es una función de la Secretaría de Legal y Técnica.
Hasta le corresponde una atención especial sobre la zona amazónica, el pulmón verde del mundo.
Y es el área de articulación entre el Planalto (la Casa Rosada de Brasil) y el Congreso. Ningún partido en Brasil tiene la mayoría. Más aún: el único partido verdaderamente existente es el Partido de los Trabajadores, que Lula y Dirceu fundaron, entre otros militantes, en 1980, hace 25 años. El resto es un mosaico que va derecha a izquierda y ofrece infinitos matices estaduales, con tránsfugas que van de un partido a otro y de un gobierno a otro. A veces lo hacen por coincidencia. En general, por simple cálculo o a cambio de espacios de poder, obras públicas en los Estados, ministerios, favores en el reparto del presupuesto y, como en el episodio que le costó la cabeza a Dirceu, sobresueldos que se suman a sueldos de por sí suculentos. En Brasil, un país que solo alguien sin conocimiento detallado puede confundir con un sistema institucional transparente, un juez puede ganar en Brasil diez mil dólares.
El compromiso y la negociación forman parte de la esencia de Brasil, un país que el propio Dirceu definía como civilización. El Congreso ni siquiera desapareció con el golpe militar de 1964. Las Fuerzas Armadas inventaron dos partidos, el ARENA de ultraderecha y el Movimiento Democrático Brasileño como oposición de su majestad, pero no disolvieron el órgano parlamentario.
Lula acaba de perder a un cuadro político que cumplía todas esas funciones y con quien tenía una confianza igual de antigua que la que Néstor Kirchner puede tener con Carlos Zannini, su secretario legal y técnico, o en términos políticos con su propia esposa, Cristina Fernández de Kirchner. Abogado, nacido en Minas Gerais hace 59 años, político y negociador de alma como todos los mineiros, Dirceu fue guerrillero. Estuvo preso y pudo viajar a Cuba luego de ser canjeado por el embajador de los Estados Unidos a quien la guerrilla había secuestrado. Con Lula candidato firme, en el 2002, fue el mismo Dirceu quien negoció con los Estados Unidos las normas de convivencia.
Nadie se desprende así nomás de su mano derecha. Hace dos años Lula llegó a pedirle la renuncia al ministro de Educación, entonces Christovam Buarque, con tal desconsideración que lo hizo mientras Buarque estaba de visita en Portugal, y ni siquiera con un llamado personal.
Elio Gaspari, uno de los columnistas más veteranos de Brasil, fue muy gráfico: “Lula está demostrando que es un gran político”, escribió entonces en O Globo. “Ya pudo ser ingrato.”
La decisión de ayer no es una muestra de ingratitud. Solo se entiende como un gesto necesario para no pagar un costo tal que termine consumiendo el menguado poder de Lula de aquí a las elecciones del año que viene y liquide el sueño reeleccionista.
Si fue tan necesario es porque el futuro inmediato estaba en juego.
La duda, ahora, es si lanzar a Dirceu como lastre alcanza. Si frena el jaque o Lula se verá sometido al jaque perpetuo de una oposición desordenada. No todo está perdido para el PT mientras el propio Lula conserve su buena imagen. En Brasil la figura del presidente es aún más fuerte que en los países vecinos. Alguna estructura central es imprescindible en ese gigantesco rompecabezas.
Para el gobierno argentino la inestabilidad política brasileña será una mala noticia. Y más aún porque Dirceu, junto a Marco Aurelio García, era uno de los funcionarios más comprometidos con una sociedad política entre Brasilia y Buenos Aires.

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