Mié 09.11.2005

EL MUNDO • SUBNOTA

Crónica de los barrios en llamas, entre el asombro y los lamentos

Autos quemados por los hijos de sus dueños. Fábricas incendiadas por familiares de los trabajadores. Vecinos organizados para disuadir de los ataques. Aquí, un recorrido por los barrios afectados, donde la sorpresa de cada noche supera las explicaciones posibles.

› Por E. F.
Desde Aulnay-sous-Bois, La Courneuve y Sevran

“Estos chicos no quieren oír nada. Por más que les hablemos, que intentemos hacerlos entrar en razón, no hay caso. Nos dicen: nosotros queríamos estudiar, no nos dejaron. Después quisimos trabajar, no nos contrataron. Después vino Sarkozy (el ministro de Interior) y dijo que había que limpiar los barrios. Eso quiere decir: ¡negros y árabes, afuera! Bueno. Lo quemamos todo. Las escuelas, porque no nos aceptaron, las empresas, porque no nos dieron trabajo.” Jean Pierre resume con lágrimas en los ojos lo que los muchachos de Aulnay-sous-Bois les dicen a las “brigadas blancas” que intentan hacer que los más jóvenes se queden en sus casas: “Es irremediable. El odio sale de sus bocas como una flecha envenenada”. El hombre reside en Aulnay-sous-Bois desde hace un cuarto de siglo y está acostumbrado al lenguaje y a la cultura de esos chicos. “Pero esta vez hay un muro de incomprensión que se ha instaurado entre nosotros, incluso entre viejos vecinos. No podemos hacer mucho. Los padres, a menudo gente sin trabajo, no tienen ninguna autoridad sobre sus hijos. Ellos no les obedecen. De alguna manera, también los desprecian.”
Jean Pierre recorre con el auto algunas zonas de Aulnay que parecen barrios de Bagdad después de la invasión de las tropas norteamericanas. Cuando pasa delante de una modesta pero coqueta residencia señala el auto incendiado que aún está estacionado en la puerta. “¿Sabe quién lo quemó?”, pregunta azorado. Y responde, agarrándose la cabeza: “Sus propios hijos”. El panorama de Aulnay-sous Bois es indescriptible. Todos los centros neurálgicos de la comuna han sido afectados. Por más “espontánea” que haya sido, la violencia parece responder a una estrategia meditada.
Además de escuelas, guarderías y comercios, los centros económicos neurálgicos de la localidad fueron devastados. Un responsable de la municipalidad cuenta que, hace unos días, recibieron varios llamados telefónicos para advertir que “el corazón de Aulnay-sous-Bois iba a ser destruido”. “Claro –admitió–, pensamos que iban a atacar la comisaría o la municipalidad. El centro es ése. Pero no. Nos dimos cuenta tarde. Quemaron el taller de Renault, donde trabajan cien personas, y otras empresas y depósitos más. Haga la cuenta. Hay ahora centenas de personas sin trabajo. Nos hirieron en el corazón, pero también se hirieron a ellos mismos. Muy a menudo, en esas empresas destruidas trabajaban sus padres o sus hermanos.”
Es una tragedia. La descripción que hacen los responsables policiales de los comandos es muy astuta. Uno cuenta que, en los primeros días de la sublevación, los muchachos compraban combustible en las estaciones de servicio. Después, la venta fue autorizada sólo para los autos. Inútil. Los jóvenes conseguían un vehículo, llenaban los tanques y después distribuían la gasolina para fabricar bombas molotov. Los especialistas explican también la amplitud de los estragos por la rivalidad de las bandas de los barrios. Un policía explica que “una banda quemaba un depósito y la otra quería hacerlo mejor. Entonces quemaban dos. Hemos visto cosas increíbles. Por ejemplo, los muchachos marcan sus territorios de manera cabal. Hay barrios por los cuales los residentes de otras zonas no podían pasar. Son las famosas zonas ‘privadas’ que viven bajo la autoridad de un grupo. Pues bien, con los disturbios eso cambió. Las bandas se autorizaban a operar en el territorio de la otra para que no pudiéramos detectar sus movimientos”. La policía entendió muy tarde por qué, repentinamente, los carritos de los supermercados desaparecían por decenas. Los muchachos los robaban de día para cargarlos con piedras. “Se paraban delante de nosotros y nos inundaban a pedradas. Habían preparado con mucha antelación las acciones. Nosotros intentábamos hablar con ellos, pero ellos nos decían: le estamos haciendo la guerra a Sarkozy.”
Frente a la amplitud de los motines, los habitantes de Aulnay, Sevran, Clichy-sous-Bois o la Courneuve decidieron crear comités de vigilancia. “Es la única manera de disuadir a los violentos. Saben que estamos acá y que, si vienen, va a haber problemas”, dice Micheline, un vecina del populoso barrio de La Courneuve. Fue precisamente allí donde Nicolas Sarkozy habló de “limpiar los barrios con soda cáustica”. La ONG SOS Racismo instauró un emblema para entablar el diálogo: bandas blancas atadas en el brazo. Con ese método, SOS Racismo quiere “construir un puente, aplacar las tensiones mediante el intercambio de ideas. A veces, si conseguimos que los jóvenes expresen su odio, sus frustraciones, es ya una victoria. Sabemos que volverán más tranquilos a sus casas”, cuenta un responsable local.
En La Courneuve, el diálogo es difícil. Rondas nocturnas de los vecinos, bandas blancas, comités ciudadanos de disuasión, la sociedad civil intenta elaborar sus propias soluciones. Los vecinos hacen guardia por la noche, “armados” con teléfonos portátiles, matafuegos, cámaras de video y mucha buena voluntad. “Armas no, a eso no llegamos. Mi marido monta guardia pacíficamente en la vereda con otros hombres y cuando vienen los jóvenes tratan de alejarlos por las buenas”, explica Micheline.
Los últimos doce días han traumatizado a todo el mundo y muchos habitantes piensan seriamente en partir. Robert, un jubilado de 68 años, se preocupa por sus hijos y sus nietos. “He vivido entre inmigrados, árabes, africanos y otras nacionalidades durante muchos años sin ningún problema. Pero ahora me voy a ir. ¿Dígame, para qué me voy a quedar? Esto es como una maldición. ¿Qué empresa querrá instalarse aquí después de lo ocurrido? ¿Qué patrón va aceptar contratar a alguien que vive en esos barrios? Es una condena. Ese ministro de Interior que tenemos lo único que ha hecho fue envenenar nuestra vida.”
El ministro de Interior no está convencido de que su política haya sido errónea. Al contrario. Insiste en publicitarla. Como no puede hacerlo públicamente por razones de disciplina gubernamental, el equipo de Nicolás Sarkozy elaboró un sistema muy hábil: a través de internet. Su equipo creo un “link publicitario” en el motor de búsqueda de Google. Basta con escribir “Sarkozy” en Google e, inmediatamente, el motor de búsqueda desemboca en una página especial, es decir, un mensaje que dice: “Disturbios en los suburbios. Apoye la política de Nicolas Sarkozy para restablecer el orden”.
El drama y la tragedia rondan en el cielo francés. Pero el ministro sólo piensa en el sillón presidencial.

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