EL MUNDO • SUBNOTA › OPINION
› Por Claudio Uriarte
Europa gira a la derecha. ¿Europa gira a la derecha? En todo caso, como decía un viejo conocedor de la política europea, “las naciones cambian muy lentamente, pero la gente no cambia nunca”. La implicancia es que los movimientos de traslación de la política y las opiniones son como pesados barcos, que se mueven pero transportan a mucha gente que no necesariamente acompaña del todo en su interior la dirección de ese movimiento.
El ejemplo más claro es el de Alemania. El electorado desbancó del poder a los socialdemócratas y verdes de Gerhardt Schroeder y Joschka Fischer, pero –y paradójicamente, por ser conservador– no les otorgó a los democristianos y socialcristianos de Angela Merkel la mayoría necesaria para formar gobierno, obligándolos, por lo tanto, a un gobierno de unión nacional con los socialdemócratas que va a llevar adelante algunas –pero no todas– reformas de mercado impulsadas por la oposición de derecha para sacar a la ex locomotora económica de Europa de su estancamiento. En Francia, el movimiento parece estar ejemplificado por el ascenso de Ségolène Royal, una candidata que equidista tanto de los viejos hombres cansados y sin carisma del Partido Socialista como de los excesos represivos preconizados por el ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, o el tufo a corrupción que rodea al presidente Jacques Chirac, y cuya vacuidad de propuestas es precisamente lo que la convierte en el recipiente más apto para cargar el incipiente corrimiento antiideológico de un electorado que, como el alemán, también está en protesta contra el estancamiento económico (los dos sufren desde hace años tasas de desempleo superiores al 10 por ciento). Y en Gran Bretaña, el ascenso de David Cameron, el primer líder carismático que tienen los conservadores desde Margaret Thatcher (lo cual traza un claro paralelo con Royal y los socialistas en Francia, en este caso en referencia a François Mitterrand), su aceptación de políticas como los derechos de salud, educación y de los gays y de protección del medio ambiente muestran con certeza que está dispuesto a enfrentar al “New Labour” de Tony Blair en su propio terreno.
No, Europa no está girando exactamente a la derecha, pero sí al centro (un centro prefigurado ya por el ascenso de Blair en 1998). Quizá pueda argumentarse que, por eso mismo, está girando a la derecha de sus posiciones anteriores, pero lo está haciendo en relación con lo que Donald Rumsfeld llamaría “la vieja izquierda”. El paralelo es apto para política exterior también: si en los prolegómenos de la invasión a Irak el secretario de Defensa norteamericano lanzó la provocativa división entre una “vieja” y una “nueva” Europa (la vieja siendo el antiguo núcleo de Alemania y Francia, que se oponía a la invasión, y la nueva los países entrantes a la Unión Europea y la OTAN desde el Este, como Polonia, y en general cualquier país del Viejo Continente que estuviera dispuesto a apoyar la invasión), ahora se nota una nueva convergencia entre las políticas de Estados Unidos y el conjunto de Europa. Por ejemplo, en el caso de Irán. Días atrás, por ejemplo, la Cancillería francesa lanzó una fortísima advertencia contra el programa nuclear iraní. Esa fue una actitud muy inusual en un país que generalmente se desvive por ganar prestigio por vía de peleas diplomáticas con el grandote. También hubo severas advertencias por parte de la Alemania de Angela Merkel (que, por cierto, también ha abandonado la política anterior de Schroeder de cortejo sistemático a la Rusia de Vladimir Putin, que es ella misma una festejante de Irán y de los movimientos fundamentalistas islámicos como Hamas, pese a tener en su patio trasero de Chechenia una amenaza fundamentalista muy concreta). Y en Gran Bretaña, David Cameron trató de sobrepasar a Blair en solidaridad transatlántica al criticar al primer ministro por flojera en relación con el régimen de los ayatolas, y reclamar que se estableciera claramente que la opción de bombardear las instalaciones nucleares iraníes estaba sobre la mesa.
Por cierto, todo el mérito por esta nueva convergencia transatlántica no puede depositarse sólo en Europa. Desde la asunción de Condoleezza Rice como secretaria de Estado norteamericana, la política exterior de Estados Unidos también ha estado retornando lentamente al multilateralismo favorecido por la vieja guardia tradicional del Departamento de Estado. Pero habrá que ver qué ocurre cuando la escalada con Irán pase de las palabras a la etapa de los hechos, y la ronda de conversaciones que actualmente se mantiene en Naciones Unidas y la Agencia Internacional de Energía Atómica desemboque en el previsible fracaso.
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