EL MUNDO • SUBNOTA
Los motines y las revueltas carcelarias con abultadas cifras de muertos no son novedad en América latina. Uno de los motines recordados ocurrió en 1978 en Buenos Aires, durante la dictadura. Según los datos oficiales, en un pabellón de la cárcel de Devoto se inició un motín. Curiosamente, se inició porque obligaron a apagar un televisor. Hubo quema de colchones y el resultado de 60 muertos y 81 heridos. En junio de 1986 hubo al menos 250 muertos al amotinarse los presos de Sendero Luminoso en dos prisiones de Lima, Perú. A fin del ’92 el resultado fue de 111 presos muertos en la Casa de Detención de San Pablo, conocida como Carandirú. El mismo año, al menos 60 presos murieron y 52 resultaron heridos en un motín en la cárcel de Caracas, Venezuela, durante un frustrado intento de golpe de Estado.
En la venezolana ciudad de Maracaibo, la prisión de Sabaneta fue el escenario en el que el 4 de enero de 1994 murieron 120 reclusos y otros 20 fueron heridos en una revuelta. En 2004, el 17 de mayo, 104 presos murieron y otros 26 fueron heridos en un incendio en el penal de San Pedro Sula, al norte de Honduras. En República Dominicana, 135 murieron en un motín en la cárcel de Higuey tras un enfrentamiento entre bandas rivales. En la Argentina, el último capítulo ocurrió el 16 de octubre pasado, cuando en el penal de Magdalena murieron 33 reclusos carbonizados o por asfixia.
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