EL MUNDO • SUBNOTA
Desde Lima
Cielo plomizo, clima frío, ciudad sin tensión. Diez minutos después de que los medios de comunicación anunciaran una ventaja de 10 puntos en los sondeos de opinión para Alan García, el taxista se detuvo en las barreras de la sede de campaña de Alan García. Ni siquiera había encendido la radio. Se enteró por la prensa que llegaba al lugar. Afuera, en el local del paseo de la República, había más periodistas que militantes. En cambio, en la Casa del Pueblo, la sede histórica del aprismo, la gente había colmado la calle. Lima le dio casi el 65% de los votos a Alan García, pero en las calles no sonaban las bocinas de la alegría.
“Es una victoria que tiene la edad de una novia. 21 años, eso es lo que esperamos para que el APRA vuelva a gobernar”, decía Ernestina Aguirre, saltando de júbilo en el Paseo de la República con una bandera peruana en las manos.
Cuando Alan García apareció en su auto negro se armó un revuelo enorme. El ya presidente virtual del Perú se animó a asomarse por una de las ventanas. Tenía un aspecto pálido, casi de susto. “Se siente, se siente, Alan presidente, Chávez escucha, Alan ya ganó”, gritaban los militantes apristas.
“Dos veces, dos veces, en dos siglos distintos y con el mismo hombre. Ni Perón en la Argentina hizo tanto”, decía Augustino Menéndez, un aprista conmovido que vivió unos 20 años en la Argentina. Su mujer, Irene, con un acento porteño traído del barrio de Almagro, también estaba emocionada: “Alan es la frontera natural contra la invasión chavista. Yo le digo, casi voto por Humala porque él me parecía la voz del pueblo. Pero entre lo que viví en la Argentina y la cara de militar que tenía Humala, me decidí por el lado de mi corazón que siempre vibró por el APRA”.
“No lo puedo creer, téngame en sus brazos que me voy a desmayar”, clamaba Marta Espinosa mientras se secaba las lágrimas. La mujer miraba el cielo como si de ahí fuera a surgir Alan García. En cuanto los primeros líderes del APRA empezaron a llegar la multitud se hizo más espesa. “APRA, APRA, APRA, Víctor Raúl, Víctor Raúl (Raúl Haya de la Torre, fundador del APRA), trabajo y honestidad”, gritaba la gente.
Alegría limpia, sin revanchas, distinta a las lágrimas medio contenidas, al júbilo forzado que expresaban los militantes humalistas en la sede limeña de Ollanta Humala. “Perder sería una pesadilla”, decía Héctor Sánchez. El hombre escuchaba una radio portátil y cada vez que los titulares confirmaban la victoria del APRA se iba apagando como un fuego de madrugada. La gente seguía esperando, gritando el himno que los representaba: “El pueblo, unido, jamás será vencido”.
“¿Usted cree que nos robaron la elección?”, preguntó Julio Esmiro a los periodistas. Había muy pocos a mano para responder. El hombre, como casi todos los asistentes, buscaba ánimo, una última esperanza. La certeza estaba del otro lado, en la Casa del Pueblo, en los fuegos de artificios que festejaban una victoria que muchos apristas, como Pablo Escudero, consideraban casi milagrosa. “Si no fuera por Hugo Chávez no hubiésemos ganado por estos cinco puntos. Una semana más y ese milico con remera nos saca la presidencia”, decía Escudero. El análisis, por espontáneo que fuese, era lúcido. Los limeños de los barrios acomodados de San Isidro, San Borja, Barranco y Miraflores expresaban el rechazo que sienten por García. “Yo a ese García no lo hubiese votado ni con una pistola en la cabeza”, graficó Alicia Ordóñez, una coqueta señora de 40 años. “En su primer gobierno yo era joven, pero nunca olvidaré la desgracia que nos trajo a la familia. Mis padres perdieron todo lo que tenían y hasta tuvimos que mudarnos a una casa más chica. Pero pasó que ahora apareció ese Chávez, y entonces me dije: vamos a tener un país en manos de un ex militar invadido ideológica y económicamente por otro, que también fue militar y golpista como el señor Chávez. ¡Qué horror! No me quedó otro remedio. Me tomé mi pastilla contra las náuseas y voté por García para que nos salve de los otros dos.”
Los humalistas, una vez que reconocieron la derrota, decían que las críticas de los oligarcas peruanos eran cosas de “blancos con corbata”. Sin embargo, ya calmos, también arremetían contra Hugo Chávez. “La gran puta. Alan nos jodió con Chávez y Chávez nos jodió la candidatura de Humala”, dijo Santiago Carvallo. “Si usted se fija, la diferencia final es poquita. El miedo a Chávez enterró la candidatura del comandante. Pero claro, usted entiende, no es cierto: el nacionalismo no está muerto. Somos un movimiento político, autónomo, digno. Algún día restauraremos el país” remató.
Las televisiones nacionales no alumbraban la calle de la sede partidista de Ollanta Humala. La gente agitaba las banderas en la oscuridad mientras que en Alfonso Ugarte los fuegos artificiales encendían el fondo del cielo, siempre bajo y plomizo, tristón a su manera peruana. Un cielo iluminado sólo en un barrio, apagado y calmo en el resto de la ciudad. Lima se durmió temprano, sin riñas, disparos, bocinas o estridencias.
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