Sáb 15.07.2006

EL MUNDO • SUBNOTA

Cuando hablamos de terrorismo

El hermoso viaducto que se eleva sobre la ladera de la montaña se ha convertido en un blanco “terrorista”. Los israelíes atacaron la carretera internacional que va de Beirut a Damasco ayer, antes del amanecer, y lanzaron una bomba sobre el arco central de un puente construido por los italianos, un símbolo de la cooperación del Líbano con la Unión Europea. El concreto cayó cientos de metros sobre el valle. Era el orgullo del asesinado ex primer ministro Rafik Hariri, el rostro de un nuevo Líbano que emergía. Y ahora es un blanco “terrorista”.

De manera que ayer manejé cuidadosamente a lo largo del viejo camino de montaña hacia Bekaa –los jets israelíes silbaban en el cielo encima mío–, doblé la esquina una vez que retomé la carretera, y me encontré con un cráter de 15 metros por el cual trepaba una anciana con sus manos y rodillas tratando de llegar a su hogar en el valle que brillaba al este. Esto también se convirtió en un blanco “terrorista”.

Pasa lo mismo en todo el Líbano. En los suburbios al sur, donde Hezbolá, los captores de los dos soldados israelíes, tienen sus cuarteles, una poderosa bomba destruyó los lados de un edificio de departamentos al lado de una iglesia, astillando las ventanas y desprendiendo los balcones que cayeron sobre los autos estacionados. Esto también se ha convertido en un blanco “terrorista”. Un hombre fue sacado de allí gritando de dolor, cubierto de sangre. Otro blanco “terrorista”. Durante todo el viaje al aeropuerto me encontré con puentes destrozados y caminos agujereados. Todos estos eran blancos “terroristas”. En el aeropuerto, lenguas de fuego se elevaban al cielo desde los tanques de combustible para los aviones, oscureciendo el oeste de Beirut. Estos también eran blancos “terroristas” ahora. En Jiyed, los israelíes atacaron la usina eléctrica. Esto también era un blanco terrorista.

Sin embargo, cuando llegué a los verdaderos cuarteles del Hezbolá, un edificio alto en Haret Hreik, estaba –oigan esto– totalmente indemne. ¿Se puede perdonar a los libaneses, a cualquiera aquí, por creer que los israelíes tiene más interés en destruir el Líbano que el que tienen en sus dos soldados? No es de extrañar, entonces, que Middle East Airlines, la línea aérea nacional libanesa, haya puesto ayer a sus tripulaciones en cuatro aviones de Airbus en el aeropuerto de Beirut y las sacó del país hacia Amman antes que los israelíes se dieran cuenta de que tenían poco poder y se estaban yendo.

Los políticos europeos hablaron sobre la “desproporcionada” respuesta de Israel a la captura de sus soldados el miércoles. Están equivocados. Lo que yo veo en el Líbano todos los días es atroz. ¿Como puede haber alguna excusa que justifique la muerte de 73 civiles libaneses que estallaron en estos últimos tres días? Lo mismo puede decirse, por supuesto, de los dos civiles israelíes muertos por los cohetes de Hezbolá. Pero –por favor tomen nota– la tasa de intercambio de vidas civiles israelíes en relación con las vidas civiles libanesas ahora es de 1 a más de 30. Esto no incluye los dos niños que fueron destruidos en su hogar en Dweir el jueves y cuyos cuerpos no se pueden encontrar. Sus seis hermanos fueron enterrados ayer, junto con sus padres. Otro blanco “terrorista”. Igual que una familia vecina con cinco niños que también fue enterrada ayer. Otro blanco “terrorista”.

Terrorista, terrorista, terrorista. Hay algo perverso en todo esto, la matanza y la destrucción masiva y la permanente autojustificación, el canceroso uso de la palabra “terrorista”. No, no nos olvidamos que Hezbolá violó la ley internacional, cruzó la frontera israelí, mató a tres soldados israelíes, capturó a otros dos y los arrastraron a través de la cerca de la frontera. Fue un acto de calculada crueldad que no debió hacer que Hassan Nasrallah, el líder de Hezbolá, sonriera tan abiertamente en su conferencia de prensa. Provocó una tragedia sin parangón a los infinitos inocentes en el Líbano. Y, por supuesto, llevó a que Hezbolá lanzara por los menos 170 katyushas hacia Israel.

Pero, ¿qué sucedería si el débil gobierno libanés hubiera realmente desatado ataques aéreos sobre Israel la última vez que las tropas de Israel cruzaron al Líbano? ¿Y si la fuerza aérea libanesa hubiera matado a 73 civiles israelíes en ataques con bombas en Ashkelon, Tel Aviv y la parte oeste israelí de Jerusalén? ¿Y si un bombardero libanés hubiera bombardeado el aeropuerto Ben Gurión en Lod? ¿Y si un avión libanés hubiera destruido 26 puentes de camino en Israel? ¿No se llamaría “terrorismo”? Yo creo que sí. Pero si Israel fuera la víctima, probablemente también sería la Tercera Guerra Mundial.

Por supuesto, el Líbano no puede atacar a Tel Aviv. Su fuerza aérea consta de tres antiguos cazadores Hawker y una antigua flota de helicópteros Huey de la era de Vietnam. Siria, sin embargo, tiene misiles que pueden llegar a Tel Aviv. De manera que Siria, que Israel cree y con razón que está detrás de los ataques del miércoles Hezbolá, no va a ser bombardeada. El Líbano debe ser castigado. Ayer se supo que el liderazgo israelí pretende “quebrar” a Hezbolá, y así destruir el “cáncer terrorista”. ¿De veras? ¿Los israelíes creen realmente que pueden “quebrar” uno de los ejércitos guerrilleros más fuertes del mundo? ¿Cómo?

* Desde Mdeirej, en el centro del Líbano. De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12. Traducción: Celita Doyhambéhère.

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