EL MUNDO • SUBNOTA › ESCENARIO
› Por Santiago O'Donnell
La guerra entró en su etapa más crítica. La masacre de Qana, en la que habrían muerto 37 niños el domingo pasado, no melló el apoyo al plan bélico en Israel, pero acortó los tiempos de Washington. Bush despachó de urgencia a Condoleezza Rice a la región a sostener el rancho, pero el precio que paga en casa se le hace intolerable.
Las encuestas le dan pésimo. A menos de tres meses para las elecciones legislativas, en las que corre serio riesgo de perder su mayoría en las dos cámaras, su política en Medio Oriente se transformó en un boomerang peligroso. Hasta prominentes republicanos como Richard Armitage lo critican. La oposición demócrata en el Congreso logró unificar criterios por primera vez desde el inicio de la invasión a Irak y anteayer le exigió al presidente norteamericano que empiece el retiro de tropas y negocie con Siria e Irán una solución para la crisis.
Tras frenar durante tres días en Naciones Unidas los reclamos cada vez más airados de Kofi Annan pidiendo un cese de fuego y conseguir que Tony Blair pagara el precio por hacer lo mismo en la Unión Europea, Bush consiguió una semana más de oxígeno para que Israel cumpliera el objetivo de desalojar a Hezbolá del sur del Líbano.
Después de una espera de 48 horas a pedido de Rice, durante la cual no faltaron el bombardeo ocasional y las escaramuzas en la frontera, ayer Israel apostó todas sus fichas a imponer su superioridad militar y se adentró 100 kilómetros en territorio libanés. Su apuesta es audaz: cortar las vías de aprovisionamiento de la guerrilla chiíta en la frontera siria, arriesgando la frágil paz que mantienen Damasco y Tel Aviv.
Para Hezbolá, mientras tanto, ganar es sobrevivir la semana con su capacidad de daño más o menos intacta, como demostró ayer con su andanada mortal de misiles. Eso, y rezar para que la presión internacional termine por doblegar a Washington y obligue a Israel a negociar.
Que ese día llegará tarde o temprano lo demostró ayer el ejército israelí al capturar a siete guerrilleros para canjear por sus dos soldados, cuyo secuestro o captura desató la guerra hace casi un mes.
“Todavía hay tiempo”, dice un estratega de la Casa Blanca citado por el New York Times. “Esto puede terminar siendo muy positivo si conseguimos doblegar a Hezbolá.”
La idea de los halcones de Bush es frenar el crecimiento de la influencia iraní en la región. Los analistas norteamericanos ya tienen una frase para describir la situación: “proxy war”. Una guerra (“war”) entre fuerzas militares que representan los intereses (“proxy”) de los gobiernos de Estados Unidos e Irán. O sea Israel y Hezbolá, respectivamente.
Pero nada es tan claro en una guerra. Los niños de Qana, o las víctimas de los misiles en Haifa, hablan más fuerte que cualquier victoria militar. Podrá llegar la rendición o la retirada, pero nunca el olvido.
En este escenario sólo cabe esperar más muerte, más odio, más miedo. Más guerra de información, más silencio de los inocentes. Más victorias pírricas y explicaciones vanas para justificar los “accidentes”, el “daño colateral” y las víctimas civiles de la “guerra total”.
En el futuro inmediato, cuando afloje un poco la matanza, más soluciones impuestas por Occidente y más resistencia islámica. Más fanatismo religioso, más represión. Más preguntas sobre una guerra tan previsible e incomprensible a la vez como todas las que la precedieron.
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