EL MUNDO • SUBNOTA
› Por Sergio Rotbart
Desde Tel-Aviv
De acuerdo con testimonios de soldados que combaten en el frente libanés no hay ninguna semejanza entre la actual guerra y el accionar del ejército en Gaza y Cisjordania. “Las incursiones en los territorios palestinos entrenan a las unidades a detener a algún jefe de una célula terrorista adentro de una casa, no a combatir en un poblado repleto de milicianos del Hezbolá armados con misiles antitanques”, explica un oficial perteneciente a la sección de instrucción del ejército. Con algunas variantes, la frase que se escucha reiteradamente de soldados combatientes que regresan al territorio israelí es que “el Hezbolá no es Los Mártires de Al Aqsa” (el brazo armado del Hamas)”. A diferencia de los proyectiles RPG que palestinos disparan contra tanques israelíes en Gaza, cuyo daño es relativamente superficial, los Sagger y los Metis que Hezbolá emplea en el Líbano provocan un efecto mucho más mortal.
Desde el secuestro del soldado Gilad Shalit, el efecto disuasivo que Israel intenta conseguir en Gaza no parece ser eficiente. Alrededor de 163 palestinos murieron en el mes de julio a causa de ataques perpetrados por el ejército israelí. Según el último informe de B’Tselem, el Centro de Información por los Derechos Humanos en los Territorios Ocupados, 78 de ellos eran civiles desarmados que no participaron en combate alguno contra las fuerzas israelíes. Y, sin embargo, no han cesado los intentos de atacar a poblados israelíes con cohetes Qassam o de enfrentar al ejército mediante proyectiles RPG. Es más, inspirados por el ejemplo de Hezbolá, los grupos armados intentarán conseguir armas más sofisticadas. La tentación de intensificar la amenaza contra Israel fue incluso motivo de una caricatura publicada días atrás por el diario Al Quds, que se edita en Jerusalén oriental, en la que se ve un misil que vuela por sobre el muro de separación construido por Israel en el límite con Cisjordania, acompañada por la frase: “No lo tomaron en cuenta”.
Hassan Nasralá, el líder del Hezbolá, se ha convertido en el nuevo héroe del público palestino, como lo fue Saddam Hussein en 1991. “Ahora somos todos chiítas”, declaró el locutor en una transmisión radial de Gaza. Los diarios publican caricaturas que ridiculizan a los líderes árabes, presentados como impotentes y corruptos, contrastándolos con la glorificación de Nasralá. Los dirigentes israelíes aparecen ahora, más que antes, como agentes extranjeros que luchan al servicio de los intereses norteamericanos, que golpean al cliente (Hezbolá) con la intención de infligir daño al patrón iraní. Los medios palestinos también destacan la noticia de que abogados marroquíes demandan juzgar por crímenes de guerra a Amir Peretz, el ministro de Defensa israelí que cuenta con pasaporte del país norafricano. Y lo acusan de aprovechar el hecho de que la atención internacional está centrada en el Líbano con el objetivo de sembrar la muerte y la destrucción masivas en Gaza.
Para Alina Korn, del Departamento de Criminología de la Universidad de Bar-Ilan, el uso masivo de la fuerza militar no genera el presunto efecto disuasivo que sus estrategas dicen perseguir. Por el contrario, provoca “la escalada de la violencia y la militarización del conflicto, ya que los actos de represalia colectiva por parte de Israel aseguran la continuidad de los ataques terroristas, nuevos actos de venganza a la venganza precedente y nuevas violaciones de los límites en las próximas acciones”.
La lógica de la guerra en el Líbano es bastante similar. “Entraremos a cada lugar que querramos”, dijo la semana pasada Dan Halutz, el comandante en jefe del ejército israelí, cuando explicó la irrupción de un grupo comando al hospital de Balbek, que se hallaba vacío. El efecto buscado, según Halutz, fue “transmitirle” al Hezbolá que la continuidad de los ataques contra Israel tiene un alto precio. De hecho, el resultado obtenido fue el contrario: los lanzamientos de cohetes se intensificaron, así como los daños y las muertes por ellos provocados. Y, en la escena libanesa, el entendimiento que muchos ciudadanos mostraron hacia la motivación israelí al comienzo de la guerra se ha transformado en sufrimiento, humillación y odio profundos.
Para Zeev Sternhal, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Jerusalén, lo que no mata fortalece. “La incapacidad de una potencia para poner fin a una guerra de guerrillas, cuyos antecedentes se remontan a Napoleón en España, pasando por los franceses en Argelia, los norteamericanos en Vietnam y ahora en Irak, se expresa en los intentos frustrados de un ejército bien organizado y equipado con tecnología avanzada para eliminar fuerzas irregulares”, señaló. Los milicianos saben adaptarse al medio, están mezclados con la población civil y le prestan ayuda material, social y religiosa, aclara Sternhal. Y agrega: “Durante el combate la organización está interesada en que toda la población sufra bajas. Cuando todos son víctimas, el odio se dirige contra la potencia enemiga”. Con respecto a la actual guerra que Israel libra en el Líbano, el académico es tajante: “El bombardeo de poblados, centrales eléctricas, puentes y carreteras es un acto de estupidez, que juega a favor del Hezbolá y sirve a sus objetivos estratégicos, dado que crea la identificación entre los combatientes y los ciudadanos pasivos”.
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