EL MUNDO • SUBNOTA
Pinochetito, como le dicen, fue echado ayer del ejército por la patética apología de la dictadura que ensayó, de uniforme y fuera de programa, durante el funeral del dictador. Pero su figura no opacó la sensación de alivio que se respiraba en las calles de Santiago.
› Por Cristian Alarcón
Desde Santiago
Las cenizas de Augusto Pinochet Ugarte ya ocupan una pequeña urna que es custodiada con oficiales expertos en terrorismo por el miedo de la familia de que algo pudiera ocurrirles, y su destino es un secreto que cuidan con celo. Pero a pesar del fuego final que eligió para no deambular como un cadáver insepulto perseguido por sus víctimas, los miles de pinochetistas que lo despidieron con un show de fascismo extremo anteayer en la Escuela Militar tienen ahora renovadas esperanzas en que el dictador haya dejado una semilla que lo suplante en el liderazgo de la extrema derecha chilena, huérfana desde el domingo. El candidato no es otro que el súbitamente famoso nieto homónimo del militar: Augusto Pinochet Molina, hasta ayer capitán del ejército chileno. Es que la medida tomada para sancionar lo que fue considerado como “una falta gravísima” por la propia presidenta Michelle Bachelet fue darle la baja definitiva. La medida, que fue celebrada por los chilenos antipinochetistas, parece haberles dado mayor identidad a los más fieros adoradores del general muerto. “Por más que lo echen, lo que dijo dicho está y su abuelo lo debe reconocer y aplaudir desde su tumba”, el dijo ayer a Página/12 en un café cercano a la Escuela Militar de los funerales María Ahumada, una mujer que jura que “el pinochetismo volverá siempre con mayor fuerza porque tiene generaciones nuevas”.
Pero más allá de las bravuconadas pinochetistas, los que cuentan cómo pelearon en la calle contra la larga dictadura chilena, al ser entrevistados en la calle, en el metro, en los barrios, se muestran, sobre todo, aliviados. “Ahora sí podemos pensar en ser libres, en pedir que nadie quede sin juicios, sin castigo por nuestros muertos, por los miles de miles de torturados”, se esperanza doña Orfelina Cifuentes, una mujer que pide limosna en la entrada del metro Universidad de Chile.
En el otro extremo de la ciudad, en la población San Joaquín, donde el domingo los vecinos se reunieron en una plaza en la que los militares masacraron a un grupo de militantes del Partido Comunista en 1973, Ceferino Medina, jubilado ya, sigue festejando, dice. “Siento pesar porque me hubiera gustado verlo morir en la cárcel, podrido, pero ahora los chilenos podemos mirar adelante, podemos soñar sin esa atadura. Es que con el monstruo vivo nada se podía hacer porque todos, incluso el gobierno, le tenían miedo.”
Su nieto, Marco Justo, de 16 años, fue uno de los pingüinos que protagonizó las revueltas estudiantiles de este año por un cambio en el modelo educativo que dejó amarrado Pinochet al entregar el poder. “Para los jóvenes es como si se destapara algo, algo que no nos dejaba respirar bien, pero no tanto a los más chicos, sino a la gente de la generación de los papás, de la misma Bachelet”, dice.
Del nieto reivindicador del golpe de Estado y crítico de los jueces que trataron de investigarlo por sus crímenes, Augusto III, nadie de los de esta vereda da dos céntimos por él. Su discurso y su rol, coinciden, son insignificantes
Pero del otro lado el asunto toma otras dimensiones. Al muchacho, de 33, nacido el 24 de abril de 1973, antes de que su abuelo tomara el poder y comenzara con el genocidio chileno, lo defendieron sus parientes y la derecha más radical. La otra, la que se esconde bajo los escudos de Renovación Nacional y la UDI, prefirió callar.
Los analistas creen que lo que llaman “la derecha democrática” –que de variadas maneras ha intentado despegarse del sangriento camino de Pinochet y de sus robos multimillonarios descubiertos en los últimos tiempos– está nuevamente en un brete tras la muerte del ex dictador. El presidente de la UDI, Hernán Larraín, opinó ayer en conferencia de prensa que la sanción en contra del ex capitán Pinochet Molina se explica por “lo impropio de sus declaraciones, efectuadas en un acto solemne, en su calidad de oficial de ejército”. Para Larraín, “no corresponde a oficiales hacer declaraciones de contenido político, ya que las Fuerzas Armadas son entidades profesionales y no deliberantes”.
El dirigente también aprovechó para comparar el exabrupto de Pinochetito, como ya le dicen en la calle, con el soberano escupitajo que el nieto del asesinado general Carlos Prats, Federico Cuadrado Prats, le dio al cadáver del ex dictador en pleno hall de la Escuela Militar la madrugada del martes (ver aparte). “Tampoco es que podemos tomar en serio todo lo que hacen los nietos. Yo tengo cuatro y son unos sabandijas”, bromeó.
Pero volvamos a la escena de la polémica. El martes a la mañana, en el gran patio de la Escuela Militar, ante los 15 mil adeptos que se debatían entre el insulto a la ministra de Defensa, Vivianne Blanlot, y los vítores al militar fallecido, el joven capitán Pinochet Molina, hijo de Augusto Pinochet Hiriart, ocupó sin permiso el estrado tras sus primos Rodrigo García y María José Martínez. Ellos dos, más jóvenes, se habían mantenido en el tono “emotivo” para despedir a su “abuelito”. De uniforme militar, el nieto de la discordia dijo que su abuelo fue un hombre que derrotó “en plena Guerra Fría al modelo marxista que pretendía imponer su modelo totalitario no mediante el voto, sino más bien derechamente por el medio armado... La batalla fue más dura en su vejez. Fue este enemigo el que más fuerte lo golpeó (...), donde más fuerte lo golpeó fue en lo afectivo, haciéndolo ver cómo su mujer y familia eran vejados por jueces que buscaban más renombre que justicia”, sostuvo. Mientras tanto, la ministra Blanlot se mantenía impávida y los generales se cruzaban miradas de preocupación ante la prensa que subrayaba el discurso del semillón de Pinochet.
Ayer el que comunicó la baja de Pinochetito fue el propio comandante en jefe del Ejército, general Oscar Izurieta, aunque él mismo a su modo había justificado el golpe en su discurso durante el funeral. “El no estaba en los planes de la ceremonia. El acuerdo con la familia es que en representación de los nietos hablara solamente la señorita María José Martínez. Cuando se sube al estrado, por prudencia y respeto a la ceremonia fúnebre no fue bajado del estrado”, explicó ayer. “Indudablemente que hay un grave daño para la institución, porque se cuestiona la disciplina y la despolitización de la institución con ese discurso. Creo que era muy poco aconsejable que se juzgue a una institución por ese acto. La institución es mucho más grande que los hombres que lo componen”, dijo. Por la mañana, la presidenta Bachelet había hablado en términos duros sobre el fin de Pinochet. “Simboliza la partida de un referente de divisiones, de odios y violencias”, expresó. Luego refirió al discurso del nieto como una “falta gravísima” que debía ser sancionada por el ejército.
A las 17.45 la ministra de Defensa tenía sobre su escritorio el decreto con la baja, contó anoche Izurieta. No le llevó más de medio minuto leer y firmar. Al última hora Bachelet pasaba revista a las tropas en la graduación de los cadetes militares, con tranco marcial. “No hubo rechiflas ni aplausos”, destacaban los medios sobre la escena. Mientras, todo Chile, de uno y otro color, miraba el partido en el que Colo Colo rozaba el cielo, a punto de convertirse en campeón continental. Los festejos eran una duda más en el nuevo panorama nacional. Pinochet era un fanático del Colo. Pero muchos de los hijos de los asesinados y desaparecidos, también.
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